Lo primero que llama la atención al comenzar la lectura de este libro de María Elvira Roca Barea (Imperiofobia y Leyenda Negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016) es su contenido, tan riguroso como crítico, tan valiente como demoledor; pero, sobre todo, su tono, de una sensatez y racionalidad lúcidas, prácticamente olvidadas en el mundo académico e intelectual en general de unas décadas a esta parte, justamente en todo este tiempo de “entresiglos”, en que la negación postmoderna de la razón, el buenismo y la peste políticamente correcta han conseguido, como en los más eficaces regímenes autoritarios, subvertir la lengua, de manera que las palabras ya no puedan nombrar las cosas tal como son ni expresar la verdadera realidad que percibe nuestro entendimiento. Pero el tono de nuestra autora va mucho más allá, transciende en su discurso espléndidamente armado. Se expresa con un inconformismo e indignación fecundos, con una ironía contenida o explícita, que desbaratan con autoridad y desparpajo toda la plasta histórica, por demás exitosa, que a lo largo de los siglos ha conseguido imponer como verdad indubitable las leyendas negras y, muy especialmente, la Leyenda Negra por antonomasia, la española.
En la revisión radical, o sea, de raíz, que a lo largo de esta obra extraordinaria lleva a cabo la autora, su capacidad de refutación no es menos atractiva. Conoce su oficio, seguramente con parecida brillantez a como resuelve la arquitectura de su libro que, con una sencillez admirable, resume con esta concisión: “…si bien se piensa, todo el asunto de este libro se reduce a eso: el mandar y lo que le pasa al que manda con su reputación”. No es extraño entonces que movida por la importancia capital del lenguaje y sus cambios (“la manipulación consciente del lenguaje es siempre visible y grosera, y por la tanto, ayuda a ver aquello que la manipulación misma quiere tapar”) y la necesidad que le empuja para ver con claridad “y quizá comprender”, no tenga ningún problema para desmontar hipótesis, tesis y planteamientos de algunas de las figuras más prestigiosas que sobre el tema han escrito, incluidas algunas cumbres intocables como el propio John Elliott, sin olvidar por abajo el daño “historiográfico” que representan personajes inefables como Henry Kamen. La autora es plenamente consciente de la inanidad, la impostura y el rastrero oportunismo, sectario o simplemente ideológico, que infecta nuestra cultura y esa cosa que hace tiempo tenía un sentido y un prestigio, la Universidad, lo que aumenta con creces su garantía: “Con tantas trabas ideológicas pululando en la historiografía no debe extrañar que algunas de las aportaciones más interesantes vengan de fuera de la historiografía académica”. Y un aviso avant la lettre que muy bien puede presentar a esta ya relevante historiadora: “La corrección política existe desde mucho antes de tener un nombre propio”.
Dos son las tesis de este libro: el concepto de Imperio que, a diferencia del Estado, “coloca repentinamente bajo una misma regla a gentes que apenas han tenido relación previamente” y la reacción furibunda que en partes de los distintos pueblos o naciones sometidos estalla con violencia inusitada, hasta convertirse en un prejuicio racista o leyenda negra. La parte del león de esta obra, luego de repasar la imperiofobia de los imperios de Roma, Rusia y Estados Unidos, es el Imperio español y su leyenda negra, la única de todas que a lo largo de los siglos ha prevalecido y que, en la actualidad, no sólo sigue existiendo, sino que goza de muy buena salud. He ahí la cuestión: ¿por qué? Tras un estudio sin desperdicio de casi quinientas páginas, habría que citar la observación que la propia autora aduce en las páginas finales acerca de la singularidad que en materia de intolerancia sufre el gran demonio que la representa, el catolicismo, uno de los ingredientes fundamentales de la hispanofobia: “La persecución o discriminación de los católicos no es un rasgo de intolerancia en Occidente. Desde la Ilustración al menos está sancionado que es más bien un síntoma de modernización”. De esta manera se explica que la muy sectaria y calvinista Holanda siga estrechamente unida al marbete de “una de las naciones más tolerantes del mundo”, o que los no menos sangrientos anglicanismo inglés y luteranismo alemán, mucho más pertinaces y duraderos en la represión y la tortura de todo tipo de disidencia que el catolicismo, no hayan empañado, al contrario, el prestigio civilizado de sus respectivas naciones. De modo que, según la autora, las dos razones principales que siguen explicando la hispanofobia y la leyenda negra serían en resumen, la primera: “Las naciones y religiones [protestantes] que se formaron contra el Imperio español no pueden prescindir de la leyenda negra porque se quedarían sin Historia”. Y la segunda: “La leyenda negra mienta una serie de prejuicios que gozan de gran predicamento intelectual, de tal manera que quien se atreva a oponerse a sus tópicos consagrados se arriesga a ser descalificado ideológicamente primero y luego intelectualmente”.
Las leyendas negras, en fin, y la española particularmente, son fenómenos de propaganda total, de guerra, porque aúnan con odio envenenado los sentimientos más primarios (el nacionalismo habitualmente) con la religión y la política, para crear una opinión pública que las oligarquías locales activan con la colaboración de los intelectuales orgánicos, cuando un imperio en expansión pone sus intereses en peligro. La repetición machacona y morbosa de sus medias verdades, o de su infamia total, consigue a la postre ocultar y sustituir la verdad histórica.
He aquí un libro imprescindible para comprender sin anteojeras algunas cuestiones fundamentales de la Historia y la cultura españolas, asumidas todavía como lo más normal con prejuicios lamentables, o mejor, lacerantes. Un estudio implacable de cómo se inventa, escribe y manipula la Historia por intereses inconfesables de esa fusión inextricable y deletérea que constituyen la religión y la política, propia del nacimiento de las naciones protestantes modernas, donde el odio se transformó en racismo, y la protopropaganda total en munición para demonizar y exterminar al Otro. El ejemplo de la leyenda negra y su empedernida hispanofobia es paradigmático de las armas odiosas y el éxito con que el mundo anglosajón protestante ha conseguido, desde el siglo XVI hasta el presente, la caracterización monstruosa de lo hispánico, cabeza del más grande Imperio católico. Su mayor y más triste triunfo, sin embargo, es que son los propios españoles, con sus élites intelectuales (es un decir) al frente, los que no sienten necesidad alguna de revisar su propio pasado, ni siquiera de conocerlo, mientras siguen escupiendo sobre sí mismos continua y perpetuamente, como una manifestación de buen tono.
Como siempre, Agustín, consigues con tu crítica brillante, que nos interesemos por el libro que comentas. Gracias por traerlo hasta aquí.
ya leo estas cosas en el abc, me parece bien que aqui tambien nos inviten a la causa españolona victimista….da igual, con lo que se me apaño, la historia esta mas bien clara en lo que respecta a los acontecimientos de todo tipo desde la edad moderna, por mucho que ahora vengan de todos los lados a abrirnos los ojos.