La democracia requiere que existan proyectos a los
cuales uno pueda identificar y la convicción de que
hay alternativas para las cuales vale la pena luchar
Chantal Mouffe
Estamos obligados a luchar por las palabras, luchar por los conceptos, re-significar, disputar el imaginario que se hace con palabras, que son palabras. Es el poder de todo poder, el poder de definir. Esto tiene que ver con términos como regeneración y ruptura democrática. Desde hace mucho nos parecieron términos complementarios. Regenerar la democracia significaba impulsar la ruptura democrática, el proyecto constituyente, la construcción de un nuevo proyecto de país. Ahora parece que las cosas cambian, que puede haber regeneración democrática sin ruptura democrática. Es más, parecería que hay un espacio para la regeneración diferente del espacio para la ruptura.
El debate tiene mucha importancia y puede ser clave para el próximo futuro. Lo que se está realmente diciendo es que el tiempo para la ruptura democrática ya pasó y que ahora lo único que cabe es disputarnos lo que queda, los restos de una batalla que no se dio del todo y que, como siempre, nos invita a la restauración. Para decirlo con más claridad: la ruptura democrática no es posible y queda el pequeño espacio de regeneración, de cambios políticos que no pongan en cuestión el poder real de los que mandan y no se presentan a las elecciones. El paso ya se ha dado y es posible adivinar qué será el “nuevo consenso” para el después de las próximas elecciones, es decir, una regeneración-restauración que organice de nuevo un entendimiento estratégico entre los poderes económicos y la clase política.
El juego parece que termina. Conviene analizar lo que ha pasado. Desde el primer momento se veía que había un desajuste, una contradicción entre las aspiraciones de los poderes económicos y la clase política bipartidista que se había ido turnando en el gobierno del país. De los que mandan venía una directriz clara: gobierno de coalición frente a Podemos. Esto es tan evidente que casi no merece la pena seguir hablando de ello. Como suele ocurrir en las crisis de régimen, los ajustes entre la clase económica dominante y los partidos del régimen son más complicados, más difíciles, más “catastróficos”. El PP lo tenía y lo tiene claro: resistir es vencer. Rajoy sabía que por la correlación parlamentaria de fuerzas, el gobierno de coalición con el PSOE no sería posible y que tocaba aguantar y dejar que el tiempo pasara. No ha sido fácil. Rajoy ha sufrido ataques de todos los lados, pero sobre todo, de “su lado”, de las varias derechas y de una parte significativa de los aparatos del Estado. La apuesta del PP, a estas alturas, ya parece clara, comerle el terreno a Ciudadanos y movilizar el abstencionismo de derechas.
El PSOE ha vivido en una contradicción: cómo servir, a la vez, a los poderes fácticos dominantes y no dejar un vacío a su izquierda que pudiera terminar incrementando los votos de Podemos y, en menor medida, de IU. El PSOE, como el verdadero partido del régimen, sabe que la clave es el bipartidismo y que la viabilidad de éste se juega por la izquierda. El carácter conservador del bipartidismo se ve aquí con toda claridad. La derecha lo es de verdad y cada día más; la función del PSOE ha sido impedir que a su izquierda crezca una fuerza tan poderosa que se vea obligado a depender de ella. Por eso el PSOE nunca pacta con su izquierda y, si lo hace, es para integrarla, dividirla y colapsarla electoralmente. Sánchez, en condiciones nada fáciles, ha pretendido gobernar esta contradicción pactando con Ciudadanos y dando la sensación, vendiendo la imagen de que Podemos podría aceptarlo. A estas alturas queda claro que el juego estratégico diseñado por Ciudadanos y el PSOE tenía como objetivo demoler la figura de Pablo Iglesias y dividir a Podemos. En esto han estado hasta anteayer.
Ciudadanos ha cumplido el papel asignado por sus creadores: defender los intereses generales de los grupos de poder económicos y neutralizar por el centro derecha la influencia de Podemos. Ciudadanos tiene la misma dificultad, o parecida, que tiene el PSOE, sus pretensiones no se corresponden con los votos reales que tiene o que puede tener. Ambos partidos han gozado en estos meses de un inmenso apoyo mediático. Titulares y más titulares protagonizados por ellos y editorial tras editorial de casi todos los medios apoyando el acuerdo PSOE-Ciudadanos. Es más, hemos visto cosas increíbles que nos recordaban a los psico-sociales dominantes en América Latina: medios claramente beligerantes en la partida, encuestadoras al servicio de la línea editorial correspondiente, las cloacas del Estado funcionando a tope, con un Manos Sucias dispuesto a la denuncia o a la querella. La trama ha funcionado en todo su esplendor, pronto volverá a pasar al ataque y se verá con qué crudeza y con cuanta brutalidad.
Podemos ha intentado evitar la profecía autocumplida de los medios: romperse en el proceso de negociación. Se ha estado cerca, pero al final se consiguió evitar. Quizás, lo que más sorprende de Podemos es la firmeza de su suelo electoral; que ha sido erosionado, es evidente, pero después de meses y meses de ataques sistemáticos ha demostrado que tiene sólidos fundamentos sociales y que ha venido para quedarse. Se puede decir que el Podemos que emerge en este interregno electoral es más fuerte y, hasta cierto punto, más unido. Hay una cosa que queda muy clara, los medios ya no son tan fuertes como antes y no tienen, hoy por hoy, la capacidad para destruir a una fuerza como Podemos. La paradoja es muy visible: unos medios cada vez más dependientes de los grupos de poder económico y cada vez más uniformes no han servido para arruinar en el imaginario social a una fuerza emergente como Podemos.
Lo que viene ahora ya lo sabemos, una durísima campaña electoral. El PP va a demostrar el poder que todavía tiene en esta sociedad y que la corrupción no ha conseguido mellar a pesar de los titulares diarios y de su progresiva conversión en una máquina electoral corrupta. Las derechas siempre han tenido una visión patrimonial de la política y, para ellas, aprovecharse del botín del Estado es una vocación y un destino. El PSOE saldrá a jugársela en estas elecciones; pronto se dará cuenta de que los meses de gloria ya pasaron y que ahora se trata de convencer a los ciudadanos. Pedro Sánchez ha perdido su inocencia en este tiempo, tiene un programa real y público que es el programa firmado con Ciudadanos. Podrán hacer mil promesas, pero en el imaginario social y en el discurso político quedará fijado a la figura de Rivera. Es más, puede ocurrir que una parte del voto del PSOE haya sido convencido para votar a Ciudadanos.
Se debería evitar, para ir resumiendo, los falsos debates, oponiendo transversalidad a la ampliación de las alianzas políticas de Podemos. El objetivo de estas elecciones debería ser construir la alternativa a las derechas y a las políticas de las derechas, definiendo un proyecto en positivo, en positivo, de un nuevo país. Sobrepasar al PSOE nunca ha sido en sí una buena política, es una derivada, un resultado colateral de una política más general. La clave es definir un nuevo proyecto de país, polarizarse con la derecha económica y política, generando una nueva transversalidad que amplíe lo ya conseguido y que vaya más allá. Actualizar, aquí y ahora, la disyuntiva de una restauración que quiere ser regeneradora y una ruptura que quiere regenerar para cambiar.
Hay que hacer del futuro un problema político y convertir la campaña en un plebiscito a favor de otro país, de otra España más justa, democrático-federal y solidaria. Solo así, a mi juicio, se romperá con el bipartidismo, se quebrará el monopolio del PSOE en la izquierda y abriremos espacios en favor de la ruptura democrática.
El tiempo que se avecina no es fácil, pero Podemos se ha afianzado. Me preocupa la salida que se le de a esa posible confluencia con IU. Los proyectos de Podemos e IU no son intercambiables, tampoco antagónicos, ni mucho menos, pero la victoria de un Gobierno de cambio que aglutine electoralmente a mucha gente, exige que Podemos no renuncie a sus principios. No se trata de que gane la izquierda sino que gane la gente y que este concepto se alce de manera hegemónica sobre toda la política de un sistema que lo ha generado junto con las mayores desigualdades que se han conocido en los últimos cuarenta años.
Pienso que ni PODEMOS ni IU deben imponer y al mismo tiempo nadie debiera fagocitar a los demás, ni a confluencias, ni a mareas, ni a movimientos populares. Creo que ni IU ni PODEMOS deben perder votos sino sumar, ya que multiplicar va a ser que no. Propondría detrás de un programa de mínimos común tomar un nombre común como UNIDOS SÍ SE PUEDE o cualquier otro realmente significativo que no provoque distancias sino acercamiento. Así que pienso habría que elegir programa de mínimos, nombre, y nombres con los que nos identifiquemos los de abajo, si puede ser todos, y que hagan que no desfallezca nuestra esperanza en el voto. Ellos sí nos representan. Nadie ha dicho que conseguir el poder sea fácil, pero tenemos una oportunidad y sin poder no seríamos más que parlantes inútiles en el Parlamento de siempre.
Un poco de realismo no nos vendría mal. Las elecciones son una expresión de la lucha de clases. El no haber llegado a un acuerdo tras el 20D, para desalojar al PP del gobierno, refuerza la función que tienen los partidos del bloque dominante, de persuadir a las clases dominadas de que son los controladores del Estado. Si esto se aplica a un electorado tan volátil como el que tenemos en España, la fecha de las nuevas elecciones, los ataques de la caverna mediática a la unidad de la izquierda, algunas medidas favorables, para atraer a la pequeña burguesía dependiente de la gran burguesía, algunas migajas a la pequeña burguesia, próxima a la clase obrera y el desencanto que genera la clase política, ya tenemos el panorama en el que nos vamos a mover hasta el 26J, Por otra parte, el sorpasso, si se da, no es sinónimo de gobierno de cambio (la postura del PSOE es imprevisible), aunque puede significar que haya una oposición más radical, en el Parlamento, pero claro, si hay movilizaciones, si no, no. Esto nos puede llevar a cuatro años más de gobierno de la derecha, que como siempre, pagará la clase obrera, que es la que más está sufriendo la crisis. No obstante, a pesar de mi pesimismo, estoy por la unidad de la izquierda.