La política consiste en una dura y prolongada
penetración a través de tenaces resistencias, para
la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura.
Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia,
que en este mundo no se consigue nunca lo posible si
no se intenta lo imposible una y otra vez. Max Weber
1. Protesta social y movilización electoral, los motores del cambio. Se ha dicho muchas veces y no siempre con rigor: las elecciones del 20D cierran un ciclo presidido, en última instancia, por las movilizaciones del 15M. Lucha social y confrontación electoral son cosas distintas pero relacionadas. En nuestra gramática tradicional se diría que la lucha social prepara la lucha electoral y la cualifica. Esto no ha sido aquí exactamente así, y tiene explicación. Si entendemos el 15M como una rebelión social pacífica y democrática, debemos concluir que inició un ciclo de movilizaciones que terminaron engarzando con un ciclo electoral que acababa de comenzar. En medio, Podemos.
Lucha social y movilización electoral terminaron, no sin contradicciones, coincidiendo. Esto es lo que singulariza a Podemos: expresión de un movimiento social que, sin embargo, no se puede reducir a él; ambos asuntos cabalgan juntos, con ritmos, formas y contenidos diferenciados pero que, al final, convergen. Podemos −es bueno insistir sobre ello− es un proceso, una fuerza política en construcción y en definición, con relaciones complejas con una base social heterogénea y extremadamente difusa.
2. Sistema electoral y bipartidismo, el verdadero candado de Constitución del 78. La tesis defendida en un reciente libro por Javier Pérez Royo sobre la reforma constitucional, aunque ya conocida, recobra actualidad con los resultados electorales del 20D. Lo que defiende el catedrático de Derecho Constitucional de Sevilla es claro: la Constitución del 78 es un instrumento que sirve, en última instancia, para garantizar el bipartidismo, el centralismo y la Monarquía borbónica; como tal, de imposible reforma.
En el centro, el bipartidismo, entendido como un modo de organización del poder para que sigan mandando aquellos que no se presentan a las elecciones y asegurar eso que se llama gobernabilidad, que no es otra cosa que la perpetuación de la monarquía. El sistema electoral favorece y organiza el bipartidismo y cuando, por diversas razones (estas elecciones así lo demuestran) se producen cambios en el sistema de partidos, la tendencia es a poner en pie un discurso que critica la ingobernabilidad, que favorece una reacción que, de una u otra forma, implica la vuelta al bipartidismo, es decir, al dominio de los partidos dinásticos.
3. Retroceso del bipartidismo y concreción electoral de la alternativa. Superar el bipartidismo es, en cierta forma, un modo de nombrar la ruptura del régimen. No fue nunca fácil y no lo será ahora. Se requieren condiciones específicas. En el centro, una movilización social que sustente y engarce con una alternativa política electoral. Esto ya se está dando en España. Nada se cae si no se le empuja. Hay que seguir perseverando, con tenacidad y audacia.
El 20D el bipartidismo retrocede pero muestra una fuerte capacidad de resistencia. Es natural, es el poder del sistema. Aun así, PP y PSOE, pierden más de 5 millones de votos; a su vez, Podemos alcanza algo más del 20%, con 69 escaños y supera los 5 millones de votos. Ciudadanos consigue casi el 14%, votado por 3’5 millones de personas. IU pierde más de 600 mil votos y castigada, como siempre, por el sistema electoral, consigue dos diputados.
Detrás de estos datos tan generales hay realidades que no podemos analizar en este artículo pero que hay que tener en cuenta. En concreto, dos datos: uno, que lo nuevo emerge con fuerza en las grandes poblaciones y otro, que cuando se organizan amplias alianzas electorales, obtienen muy buenos resultados. Esto ya lo conocimos en las elecciones municipales y retorna aún con más fuerza en las generales. Que Podemos sea la primera fuerza en Cataluña y Euskadi no es poca cosa y, a su vez, la segunda en Galicia, Valencia y Madrid. No es necesario continuar, ya habrá tiempo.
El dato sustantivo, a mi juicio, es que se están enlazando tres cosas que andaban sueltas y parecían antagónicas. Me refiero al engarce entre 'cuestión social', 'cuestión nacional' y 'nuevo proyecto de país'. Podemos −se trata de un hecho crucial− pretende superar el bipartidismo uniendo estos tres asuntos, desde una clara vocación por la vertebración social y nacional, en lo que podríamos denominar “amplias alianzas de izquierdas soberanistas” como instrumento de construcción de un nuevo poder, de un nuevo Estado federalmente (auto)instituido.
Otro tema que conviene subrayar es que, no sin dificultades, el bipartidismo retrocede por la izquierda y se erosiona el proyecto de Ciudadanos. La operación que encabeza Rivera ha sido muy importante y tenía detrás, todo el mundo lo sabía, a los grandes poderes económicos y mediáticos. El objetivo estaba claro: erosionar a Podemos por el centro derecha y propiciar una nueva mayoría PP-Ciudadanos. Más allá de los errores de campaña (alguno ha sido notable) la operación Ciudadanos no ha funcionado como esperaban porque no pudieron ocultar su carácter derechista, en muchos sentidos, más que el PP.
La resistencia del PSOE, a pesar de obtener los peores resultados de su historia, tiene que ver, a mi juicio, con dos razones íntimamente relacionadas: por un lado, porque la campaña consiguió controlar una parte de los votos que se fugaban a Ciudadanos y por otro, porque siempre tuvo claro que el principal enemigo venía por la izquierda, por Podemos. De ahí la obsesión de Pedro Sánchez por polarizarse con Mariano Rajoy y aparecer como la verdadera alternativa. Se podría decir —es el gran servicio del PSOE al bipartidismo— que Pedro Sánchez ha preferido perder votos por la derecha antes que perderlos por su izquierda, sabiendo que ahí estaba el enemigo de un sistema de poder que siempre le ha beneficiado y que era necesario perpetuar.
4. Podemos e IU. Ya antes lo dije, los resultados de IU han sido malos. Como suele ocurrir, la explicación no obedece a un solo factor y tiene mucho que ver con la incapacidad del núcleo dirigente de IU de conectar con lo nuevo que emergió el 15M y su profunda incomprensión del fenómeno Podemos. Cuando IU pudo cambiar, no quiso y una vez que el tren pasa, es muy difícil volverlo a coger. Podemos —conviene insistir sobre ello— es, en muchos sentidos, producto de las carencias de IU, una organización política y un aparato que no entendió los cambios sociales y culturales que se estaban produciendo en nuestra sociedad y que lo único que intentó, al final, fue representarlos electoralmente.
Sin embargo, el tren volvió a pasar y, de nuevo, se dejó ir. Con acuerdos cerrados en Cataluña y en Galicia y casi concluidos en Valencia, se impuso la vieja inercia del Sur reclamando identidad, recursos económicos y confrontación. La percepción fue, de nuevo, errónea. Se pensaba que Podemos era un proyecto en decadencia electoral y que IU tendría la capacidad para alcanzar grupo parlamentario en el Estado. Lo que vino después es ya conocido. De alguna manera, se volvió a repetir la estrategia de 1982, olvidando que Podemos no es el PSOE y que nacía contra él, y que IU no es, ni de lejos, el PCE del 82.
En estas condiciones, la estrategia electoral fue fácil de prever: diferenciarse en negativo de Podemos y reclamar, de nuevo, una identidad en peligro desde una teoría conspirativa de la historia. Esta estrategia siempre ha funcionado bien. Si algo tiene la tradición de IU es el orgullo y el sentido de pertenencia de su militancia. Se puede decir, sin lugar a equivocarse, que las mujeres y hombres de IU se dejaron literalmente la piel en esta campaña. Otro tema es que la consecuencia más negativa de una política así concretada es que pronto hay que dar la 'mala noticia' de que la unidad es indispensable y que hay que forjar alianzas con los 'enemigos' de ayer mismo. No será fácil.
En cierto sentido, se puede decir que era la estrategia que más le convenía a Podemos porque no le disputaba la hegemonía del cambio y se aislaba de una base social que aspiraba a profundas transformaciones sociales y políticas desde un talante abierto, unitario y plural. Los espacios se construyen y nunca, y menos ahora, están determinados para siempre. Esto se vivió en las elecciones municipales y se ha reproducido en Cataluña, en Galicia, en Euskadi, en Valencia…
Hay que seguir insistiendo: Podemos e IU, en muchos sentidos, son complementarias e insuficientes para construir la alternativa. En estas elecciones Podemos ha avanzado mucho. Una organización que se construye en plena movilización electoral vive, por así decirlo, en un cambio permanente. El Podemos de hoy ya no es el Podemos de ayer y, seguramente, no será el Podemos de mañana. IU puede intentar, una vez más, construirse contra Podemos pero también puede, desde su autonomía, aliarse, mezclarse, intervenir, ser parte de un proyecto que es el único que está en condiciones de hegemonizar un cambio de régimen.
El próximo tren ya ha salido. Esta legislatura será muy compleja y hasta breve. La suma de IU y Podemos puede multiplicar votos, esperanza e ilusiones. Pronto habrá que escoger. Hará falta pasión y mesura; y decisión, sobre todo, decisión.
Me sorprende que un analista tan respetado en la izquierda haga como esos medios que por ignorancia, dejadez o sectarismo atribuyen todos los diputados de las confluencias a Podemos cuando, como seguramente sabe, en esas candidaturas han sido elegidos dirigentes de Compromìs, ICV, EUiA, Anova, Esquerda Unida e independientes vinculados a Barcelona en Comú (Ada Colau) y a las Mareas Gallegas. En este mismo periódico en el que colabora he leído que el partido de Pablo Iglesias solo tiene 6 de los 27 diputados elegidos en las confluencias de Cataluña, Valencia y Galicia. Le invito a corregirlo. Sus lectores se lo agradeceremos.
Podemos es la valoración del capital ficticio.
Hombre, que reconozca Monereo que Podemos no es el de ayer ni será el de mañana, ya es algo, lo que pasa es que no desarrolla los cambios de planteamiento con el fin electoral de atraerse a la pequeña burguesía. Por lo demás, se le nota el tufillo anti Izquierda Unida del que hace gala desde hace mucho tiempo ya. Para mi, su análisis no hace ninguna aportación digna de mención.
Yo creo que hay que ir con Podemos, pero no en Podemos. Por otra parte, corre verdadera urgencia definir claramente el modelo de federalismo y ser conscientes de que el llamado derecho a decidir de unos territorios se hace en detrimento del conjunto de la ciudadanía y rompe la soberania.
Primero, no es cierto que Podemos haya conseguido 69 diputados. De los conseguidos en Galicia y Cataluña no le pertenecen más que una pequeña parte. Por otro lado, IU no solo ha conseguido 2 diputados. Hay que sumar otros 3 de esas comunidades.
Segundo. Usted atribuye el fracaso de la confluencia a IU. Esa opinión también fue expresada por Ada Colau. Bueno, en ella se puede entender que esté ya contaminada por el oficio de la política y pretenda sacar réditos de la mentira, pero un intelectual como usted no debería caer en ese fango. Desde el primer momento se supo que Podemos no quería ninguna unión con IU. Es muy respetable su simpatía hacia esa organización y hacia su líder. Estupendo que llegue incluso abrazarle, pero lo que debería también abrazar es otra cosa: la verdad.