Fernando Álvarez-Uría*
Se cumple ahora, en enero de este Año Nuevo que acaba de comenzar, el primer aniversario de la muerte de Theodoros Angelopoulos, el gran director de cine griego que nos ha legado, entre otras películas ya clásicas en la historia del cine, La mirada de Ulises. En este film sin concesiones se narra la historia de la Europa del siglo XX, atravesada por estaciones de tren, pasos a nivel, fronteras, militarismo, y guerras. La inmensa estatua de Lenin, derribada tras la caída del muro, y transportada en barcazas por el Danubio, equivale a las exequias por la última religión que, en octubre de 1917, parecía haber triunfado en la Rusia de los soviets: el sueño de la redención de los trabajadores en el paraíso comunista.
Para enriquecer el largo viaje accidentado y descarnado que, siguiendo la senda de Ulises, emprende el protagonista del film de Angelopoulos, un director de cine que busca un documental perdido por lo que se ve obligado a andar sin rumbo, entre trenes y lugares de paso, por la geografía de una rota identidad europea, surge ahora de la ciudad blanca de la costa atlántica una cinta impactante, deslumbrante, Tabú, un nuevo film, esta vez portugués, que está ya a punto de llegar a nuestras pantallas.
Tabú es el título del tercer largometraje del joven director portugués, de cuarenta años, Miguel Gomes. En esta cinta, que roza la perfección, se nos avanza una reflexión matizada, también en blanco y negro, como la de Angelopoulos, que discurre por los laberintos de la memoria colectiva. La obra acaba de ser galardonada con el premio Alfred Bauer a la innovación en el festival de Berlín, aunque, incomprensiblemente, en ese mismo festival, no obtuvo el Oso de oro. En ocasiones los jurados también se equivocan cuando deciden, quizás por la fuerza de las presiones que reciben, no premiar a las obras más conmovedoras. En descargo de los jueces es preciso reconocer que no es una película fácil, a pesar de que son muchos los espectadores que ven tan sólo en esta película una colección de fotogramas que componen un poema de amor de una gran belleza, una obra maestra realizada en homenaje al cine de Murnau. Me parece que reducir el film a una simple historia amorosa equivale a olvidar una dimensión que distorsiona la mirada pues, sobre la trama de las vidas de unos personajes entrañables, como son Aurora, una vieja dama que juega en el casino de Estoril y reza a la Virgen de Fátima, Santa, su criada negra que hace honor a su nombre, y Pilar, la vecina bondadosa que vela a la vez por la señora y la criada, el director deja discurrir en la segunda parte de la película, al ritmo marcado por una orquestina de los años sesenta, una canción desesperada sobre una identidad colectiva, en este caso, la identidad colonial portuguesa.
Tabú cuenta una historia personal atravesada toda ella por la llamada profunda, a la vez dolorosa y misteriosa, del África negra. El espectador, envuelto por imágenes confeccionadas a cincel por Rui Poças, siente el latido de la naturaleza, y su fuerza inquietante. Produce extrañeza la presencia en la hacienda de un cocodrilo conservado en un estanque en cautividad. Inmóvil, tiránico a las aguas e impasible a las flores, el cocodrilo nos mira indiferente desde el otro lado de la pantalla con sus rasgados ojos verdes. Todo esto para decir que el film está a la altura de la devastación que estamos sufriendo.
Vivimos tiempos de mesianismos patrióticos que una vez más encubren la perplejidad que genera el imperio del capitalismo especulativo. Jorge Valadas, en un hermoso librito titulado La memoria y el fuego. Portugal la cara oculta de Eurolandia, recientemente traducido por la editorial Pepitas de calabaza, nos recuerda la tesis que Antero de Quental defendió a mediados del siglo XIX sobre las Causas da decadencia dos Povos Peninsulares. Quental subraya principalmente tres causas: el refuerzo del catolicismo por el concilio de Trento y la consiguiente pujanza de los jesuitas; el establecimiento del poder político absoluto sobre las ruinas del poder municipal; en fin, el desarrollo de una economía capitalista basada en la dominación y explotación colonial.
Hoy la vieja Europa, heredera del mundo griego, pero también de la modernidad italiana, portuguesa y española, parece incapaz de domesticar al capitalismo en nombre de la igualdad y de la fraternidad. Las conquistas democráticas alcanzadas por el Estado social europeo están en peligro, y retorna por doquier el viejo eslogan insolidario de Alemania por encima de todo. Necesitamos una vez más voces universalistas, internacionalistas, que defiendan la globalización de los derechos humanos, y hagan de todo el orbe una patria común. Romain Rolland, Hermann Hesse, Stefan Zweig, Thomas Mann, y otros han marcado el rumbo, pero, en estos últimos tiempos, algunas voces como las de Theo Agelopoulos y Miguel Gomes nos han hablado con fuerza y claridad sobre la miseria del mundo sirviéndose del lenguaje universal de las imágenes del cine. Con Tabú retorna la magia del cine que nos desencanta de los encantamientos y nos obliga a reflexionar. ¡No se la pierdan!