De Vacaciones en Paz a la guerra: así viven las familias españolas de acogida lo que pasa en el Sahara

  • Desde 1979, cerca de 100.000 niños y niñas saharauis han pasado el verano en nuestro país. Muchos, ya mayores de edad, ahora están en el frente o en formación militar
  • "Hermana, me voy al frente”, le dijo Baba a Carolina García cuando el Frente Polisario declaró la guerra tras la violación del alto al fuego por parte de Marruecos
  • “Tengo esa contradicción, siendo pacifista, creo que la guerra no es la solución pero es la única vía que han dejado desde la comunidad internacional”

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Desde el mes de septiembre de 1979, cerca de 100.000 niños y niñas saharauis han participado en el programa Vacaciones en Paz. Durante un par de meses de verano estos “embajadores” saharauis podían escapar de ese desierto inhóspito que son los campamentos de población refugiada de Tinduf (Argelia). Miles de familias españolas los han acogido con los brazos abiertos. Y muchos se convirtieron en uno más. En un “hermano”, en un “hijo”, en una “hija”. El movimiento solidario de apoyo al Sahara es amplísimo y constante. Lo ha demostrado siempre, también en la situación actual, con decenas de acciones de apoyo al pueblo saharaui pese a la pandemia. En un conflicto con tantos lazos que nos unen, es inevitable preguntarse, ¿cómo viven estas familias la posibilidad de que aquellos que acogieron, ahora mayores de edad, vayan a la guerra?

“Hermana, me voy al frente”. Esa frase le dijo Baba, de 32 años a Carolina García cuando el Frente Polisario declaró el estado de guerra el pasado 13 de noviembre tras la violación del alto al fuego por parte de Marruecos en la zona de Guerguerat. Carolina, junto a su familia en Pamplona, es una veterana en el movimiento solidario. En 1997 sus padres acogieron al primer niño saharaui. Era Sidahmed, “el hermano de acogida” de Carolina. Aparte en su familia han convivido con otros 9 saharauis. Y ella, está casada con otro. Baba está ahora haciendo, como él dice, “la mili”, formándose y aprendiendo para cuando le toque hacer el relevo de los soldados que están en el frente.

“Yo tengo contacto con él casi a diario, también con su hermana que estuvo viviendo con nosotros. me va mandando fotos cuando puede, dice estar contento porque está aprendiendo mucho y que tiene muchas ganas de ayudar a su pueblo. Siempre me transmite tranquilidad, dice que hay una estrategia y que todo va a ir bien”, explica a cuartopoder. Al final es algo que tiene que hacer para poder salir de este problema que lleva 45 años.

Actualmente, además, en su casa vive otro joven saharaui, Abdallah, de 18 años, que está estudiando en nuestro país gracias a un programa llamado “Madrassa”. “Los primeros días lloraba de impotencia diciendo que se quería ir de aquí. Mi marido le tranquilizaba diciéndole que las guerras no son solo coger las armas. Que esto es un tema muy largo y que aparte de coger armas tiene que haber un grupo de gente apoyando a los que se quedan en los campamentos y formándose por si esto acaba bien pueda haber una generación nueva en el Sahara libre”, apunta.

Otro “hermano” de acogida, Maruk, de 30 años, vive en Ibiza. “Está esperando a que le den una opción para volar a los campamentos. Me llama todos los días para ver si sé dónde va a salir el avión. Él piensa que donde tiene que estar es en el frente”, señala.

José Tomás y Boulahe. / Cedida

Boulahe tiene también 30 años. Llegó de niño, con 12 años, un verano a Quel, un pueblo de La Rioja. Allí lo acogió la familia de José Tomás, presidente actual de la asociación de amistad con el pueblo saharaui de La Rioja. Luego, más adelante regresó a nuestro país varios años para trabajar. “Cuando surgió lo de Guerguerat, fue a alistarse. Está en periodo de formación y me ha comentado que está en un grupo que puede que manden a Argel a continuar el aprendizaje.

“Él tiene una trayectoria de siempre haber tenido las cosas claras, de que no había otra alternativa que la guerra para desencallar la situación. Cuando surgió esto, desde el primer momento marchó a Rabuni (sede administrativa del Polisario en los campamentos) a ver qué pasaba. Me ha estado contando que iba por las mañanas a la academia militar para formarse.

Hace unos días, Catalina Rosselló, presidenta de la asociación de amistad con el pueblo saharaui de Mallorca, recibió un audio de Whatsapp de Tayeb, desde los campamentos. Decía como acababa de cumplir 18 años iba a alistarse y formarse militarmente. “Tenía mucha felicidad”, afirma. Tayeb fue a Mallorca con esta familia con solo 4 años por una cuestión de salud y estuvo hasta los 10 años. “Para nosotros sigue siendo un niño. Lo primero que te sale es decirle que no se vaya pero estando tan implicado entendemos el sentimiento. Viendo que por la vía diplomática no se ha llegado a nada, no es un sentimiento que haya llegado ahora de repente porque Marruecos haya violado el alto el fuego sino que ya desde hace mucho tiempo estaban decididos a cualquier cosa. Tenemos toda la preocupación, por Tayeb y todo el pueblo saharaui. Pero tenemos un sentimiento encontrado”, comenta a este medio.

Ergueibi, también de 18 años, estuvo tres veranos en Alcalá de Henares (Madrid). La última vez que su familia española de acogida lo vio, fue en la Semana Santa de 2019. Hasta los campamentos de Tinduf, como han hecho en muchas ocasiones, se desplazó Virgnia y su familia, veterana y fundadora de la asociación en esta localidad madrileña. Llevan acogiendo niños y niñas desde 2002. Ergueibi está ahora mismo en la zona de Guerguerat, en el puro frente. “Todos los días tenemos contacto con la familia, cuando empezó el 13 de noviembre, ya nos dijeron que estaba en esa zona y que ya llevaban un mes sin saber de él. Llevan desde entonces sin saber nada. No tienen nada de información, no saben absolutamente nada. Están él y el primo en el mismo grupo y no tienen ningún tipo de contacto con ellos, saben que hay heridos pero no saben nada más. En su familia celebran lo que está pasando pero a la vez tienen preocupación. La niña me dice que su madre está cada dos por tres llorando porque no sabe cómo está su hijo”, explica.

Virginia recuerda algunas frases muy duras de la familia saharaui en las conversaciones que han mantenido estos días: “la preocupación de ellos es que al ser jóvenes les hubieran puesto en las primeras filas. Es muy duro escucharlo, y más sin tener noticias de ellos”.

Baba, en los campamentos saharauis. / Cedida

“Vamos a la guerra, vamos a ganar y viva el Sahara libre”. Ese audio recibió Adiolinda en su móvil el 13 de noviembre. Ella y su familia, residentes en Cobisa, una localidad muy cercana a Toledo, han acogido niños y niñas durante 14 años. El mensaje se lo mandó Sidahmed, de 24 años. El primer día que pudo se fue a Rabuni a alistarse. Ya está en ello, como muestran las imágenes que les ha mandado subido a un tanque. Otro saharaui que acogió en su casa, Nafi, está esperando que lo llamaran para pasar el mismo proceso. “Él me ha dicho que hay que luchar por la paz. Yo pensaba que los iban a mandar muy rápido al frente pero parece que les dan bastante formación primero. Pienso que si la cosa va un poco fea irán todos para allá”, explica. El último saharaui que estuvo en su casa, Hach, tiene solo 15 años. Con esa edad todavía solo pueden ir a un colegio militar.

Sentimientos encontrados y contradictorios

Los sentimientos de la inmensa mayoría de gente implicada en nuestro país con la causa son encontrados y contradictorios. “Nosotros estamos preocupados y un poco angustiados. Aunque realmente no sabemos muy bien cómo estamos”, reconoce José Tomás. “Tengo esa contradicción, siendo pacifista, creo que la guerra no es la solución pero es la única vía que han dejado desde la comunidad internacional”, añade.

El presidente de la asociación de La Rioja dice no saber qué va a pasar con esta escalada del conflicto. Pero no duda en afirmar que si va a más, “habrá víctimas”. “Gran parte serán nuestros chavales que han estado aquí, que se han movido, que se han intentado labrarse un futuro de aquella manera y que ahora no han temido remilgos en alistarse”. Lo que le choca a José Tomás es el optimismo que tienen. “No tenemos nada que perder”, nos dicen constantemente.

“El fin de semana del 13 de noviembre, cuando me enteré, yo no podía pensar nada más que en ellos. Me pasé el fin de semana casi llorando de impotencia. Es una guerra que se ya se veía venir”, reconoce Virginia. También ella habla de “no querer la guerra” pero entender lo que pasa. “Son sentimientos contradictorios. Llevan ya muchos años. Y al final o lo hacen ellos o nadie va a hacer nada por ellos. No comparto una guerra pero entiendo y apoyo. Si les hemos apoyado siempre, tenemos que estar con ellos, es su decisión. Nosotros llevamos proyectos, caravanas, todo tipo de ayudas pero al final las decisiones son suyas, de su pueblo”, añade.

A Adiolinda, la situación le da “mucha lástima y miedo”. “Yo sé que allí sus madres están llorando pero diciendo que tienen que ir porque el sentimiento del pueblo es así. Pero por otro lado pienso que no hay otra solución. Me parece igual que las madres biológicas, que tengo miedo pero pienso que tienen que ir. He conocido a muchos niños de Vacaciones en Paz, muchos de ellos los conozco perfectamente, y me da mucha lástima. Lo peor de todo es que creo que la cosa está muy complicada”, explica.

Por su parte, Carolina García, destaca la labor que hay que hacer desde las asociaciones para informar a las familias. Ella es responsable del programa Vacaciones en Paz en Navarra, por lo que muchas acuden a ella. Tengo que transmitirles tranquilidad a la vez que les informo. Están siendo unas semanas muy complicadas. Los campamentos están casi vacíos de jóvenes y hombres. Hay que informarles bien a las familias, hay algunas que piensan que la guerra está en los campamentos o que los niños van a ir. Ahora es el momento en el que hay que difundir la causa, aunque sea duro y tengamos a un montón de familias que no duermen, pero es lo que tenemos que hacer, que se sepa lo que está pasando”, explica.

Para Catalina Rosselló, es inevitable pensar en la guerra que acabó con el alto al fuego de 1991. Ella visitó los campamentos en 1987, con el conflicto bélico en marcha. “Lo que había allí eran mujeres, niños y los profesionales que se iban formando. Ahora esto será una repetición, los campamentos se quedarán igual. Los jóvenes tienen mucha euforia y ganas de combatir, ellos no han vivido una guerra”, destaca. Y parafraseando al delegado del Frente Polisario en España, Abdulah Arabi, apunta: “Es la única guerra en la que todo el pueblo va feliz a ella”.

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