PANDEMIA COVID-19
El coronavirus en la España vacía: “Aquí no tenemos nada, ¿qué vamos a echar de menos?”
- Tres personas que pasan el confinamiento en el pueblo explican su situación. Coinciden en que no pueden estar mejor y en pedir a los de fuera que no aparezcan
- "Quien esté pasando esta crisis en el pueblo tiene una fortuna"
- "Habitualmente nos quedamos sin teléfono y sin luz durante tres días, así que aquí ya estamos entrenados para el aislamiento"
Silvia no aplaude desde su balcón: “Para qué, si nadie me va a oír. Yo aplaudo de corazón”. No se queja, así quiere seguir: “El centro de salud ya estaba colapsado antes, como venga alguien de Madrid o Barcelona y nos traiga el bicho…”. Elísabeth comenzó a tener síntomas y se aisló en Zaragoza, dejando a su familia en el pueblo: “Estoy en un piso de 46 metros cuadrados, por la ventana veo tejados, allí tengo corral y, al vivir a las afueras, hasta podría salir”. Felipe no tiene problemas para cumplir con las exigencias: “Vivimos treinta y pico, nos cuesta poco mantener las distancias”.
En España, según el Padrón Continuo del Instituto Nacional de Estadística (INE), había, a 1 de enero de 2019, 8.131 municipios, de los que 1.356 tenían menos de 101 habitantes, es decir, el 16,6 %. Eran 905 en 1999, por lo que el crecimiento en las dos últimas décadas roza el 50 %.
Castilla y León es la comunidad con más municipios por debajo del centenar de pobladores, 699, un 31 % del total (2.248). Muy liviano también es el padrón en Castilla-La Mancha, con 261 municipios de estas características (28,4 %). Y en tercer lugar aparece Aragón, con 211 municipios con menos de 101 habitantes de un total de 731 (28,8 %).
Si la horquilla se amplía hasta los 1.000 habitantes, en España hay 5.002 municipios. Por tanto, el 61,5 % de los municipios de España tiene menos de 1.000 habitantes. Es el 89 % en Castilla y León; el 58,9 % en Castilla-La Mancha, y el 85,7 % en Aragón. Hasta aquí las cifras. Ahora vienen las personas. Porque cada uno de esto porcentajes son ciudadanos. Con los mismos derechos que el resto, pero sempiternamente olvidados.
“Si los pocos que estamos colapsamos, a ver qué hacemos”
La actual crisis del coronavirus tiene muchas aristas: colectivos más vulnerables a los que se mira con especial preocupación, personas que se han convertido en héroes y heroínas y que cada tarde reciben su aplauso u hombres y mujeres (habitualmente de avanzada edad) que están pasando el confinamiento en sus pueblos. De ellos –desde una visión urbanita– se ha dicho que viven un doble aislamiento. No es una opinión compartida por las tres personas que han contado su experiencia para cuartopoder.
Silvia Benedí es de pueblo. Y está muy orgullosa de serlo. Es geógrafa y se califica como “cosmopueblita”. Vive en Burbáguena, un pequeño municipio de la Comarca del Jiloca (Teruel) con 249 habitantes censados (eran 330 hace 20 años), pero en el que viven habitualmente unos 100.
De momento no hay ningún infectado, y Silvia, en pos de preservar esta situación, hace un llamamiento a los que tengan intención de aparecer por allí: “Por favor, no vengáis, que somos muchos viejos en muy pocos metros cuadrados”. Tirando de ironía se refiere a lo que ella llama el “Triángulo de las Bermudas, un trozo de calle con 10 personas de 90 años de media”. Explica que en los pueblos la gente vive más, “y eso es bueno, porque, si no, estaríamos aún más vacíos, pero también provoca que el centro de salud (les corresponde el de Báguena, a menos de 5 kilómetros) estuviera ya colapsado, cómo venga alguien de Madrid o Barcelona y nos traiga el bicho…”
Deja claro, no obstante, que es algo que no está ocurriendo: “Quizá antes del estado de alarma, alguien se lo olió y se vino, pero la panadera, que es la que controla todo, dice que no se ve gente nueva”. Por población no les correspondería, pero como hay una residencia de ancianos (sin contagios y cerrada antes de decretarse el estado de alarma, tras aparecer un brote en otra residencia de Monreal del Campo, a 30 kilómetros), tienen médico todos los días. El hospital más cercano, ya sea el de Zaragoza o el de Teruel, está a una hora en coche.
Con una sonrisa que se percibe a través del teléfono, afirma con rotundidad: “A mí me dais pena los de ciudad. Yo tengo una casa grande, el vecino más cercano está a 400 metros, salgo a la puerta y las distancias de seguridad las cumplimos con creces”. Lo que no hace es aplaudir: “Para qué, si nadie me oye. Aplaudo desde el corazón”.
“Voy a dar de comer a las gallinas, al huerto a por acelgas, mi vida no ha cambiado”
Felipe Esteban y Menchu viven en Aineto. Una aldea repoblada en el valle de la Guarguera (Huesca) con poco más de 30 habitantes. Hay tres negocios: dos carpinterías y la fábrica de cervezas Borda, que Felipe y Menchu echaron a andar en 2015 en una antigua borda (RAE: en el Pirineo, cabaña destinada a albergue de pastores y ganado).
Hace muy poco inauguraron su bar en Jaca para dar mejor salida a la cerveza, pero sólo estuvo abierto cinco días por el coronavirus. “Antes de decretar el estado de alarma nos llegó una circular de una asociación de empresarios diciendo que cerráramos antes de que llegaran los irresponsables de fuera”. Ahora sólo quiere que esto termine y reactivar el bar: “Hemos metido mucha inversión y no hemos sacado ni para pagar el alquiler del primer mes”.
Si no fuera por los días que fue a Jaca (a poco más de una hora de Aineto) su vida apenas habría cambiado por el confinamiento: “Voy a dar de comer a las gallinas, al huerto a coger acelgas, a por leña. Porque voy a Jaca a comprar y escucho la radio, si no, ni me entero de lo que está pasando”.
Como Silvia, certifica que mucho mejor en el pueblo: “Es que no tiene nada en absoluto que ver, a lo mejor no vamos a comer a casa del vecino, pero nada más, viviendo treinta y pico mantener las distancias de seguridad no es un problema”. En Aineto no hay bares, ni centro de salud, ni centros cívicos, ni cines, ni teatros… “Aquí no tenemos nada, qué vamos a echar de menos”, asegura.
El médico más cercano está en Hostal de Ipiés (a 40 kilómetros). Si tienen que ir al hospital se desplazan a Jaca o Huesca, que están a una distancia similar. “No nos da más miedo por el coronavirus, estamos igual”.
Felipe no es natural de Aineto, llegó allí en 1992 “por casualidad, porque quería vivir en un pueblo”. Ahora, desde la ventana de su habitación se ve un paisaje que combina una extensa gama de verdes hasta que allí, en lontananza, el cielo choca con la tierra.
Con gracia, afirma que ellos ya están entrenados para la cuarentena: “Muy habitualmente se nos va la luz, y después va el teléfono, la primera suele volver en dos horas, pero podemos estar tres días sin teléfono. Si eso pasa en una ciudad se subirían por las paredes, pero aquí estamos acostumbrados. Aunque eso sí da miedo”. Tanto que han diseñado un engranaje de comunicación vecinal para que, cuando esto suceda, cada uno haga las comunicaciones correspondientes: por WhatsApp (una vez que ha vuelto la luz) se ponen en contacto con la compañía eléctrica, con la del teléfono, con el 112 y, por supuesto, con el vecino que ese día haya ido a Jaca o Sabiñánigo: “Siempre hay alguno que va, y el resto lo sabemos, así que se lo decimos para que trate de hacer las gestiones personalmente”.
![](https://www.cuartopoder.es/wp-content/uploads/2020/03/Foto2-1-1024x575.jpg)
“Quien está pasando el confinamiento en el pueblo tiene una fortuna”
La situación de Elísabeth López Orduna se complicó cuando comenzó a tener síntomas antes del estado de alarma. Aunque no le hicieron la prueba, decidió aislarse en Zaragoza. Es la pequeña de ocho hermanos y en su pueblo ha dejado a la familia, incluidos sus padres.
Es de Lécera, un municipio de la provincia de Zaragoza, que ha pasado de 850 pobladores censados en 1999 a los 633 actuales, aunque de manera continua viven unos 400. Elísabeth defiende la misma percepción que Silvia y Felipe: “Yo en Zaragoza tengo un piso de 46 metros cuadrados, desde la ventana sólo veo tejados. Allí tengo un corral y, como vivo a las afueras, hasta podría salir”.
En Lécera también hay una pequeña residencia de ancianos, en la que ya ha muerto una persona. Pide, como los demás, que la gente no vaya: “Los pueblos están muy envejecidos, no es momento de ir y volver a las segundas residencias”.
Destaca la respuesta de sus vecinos. “Con ocho hermanos, te puedes imaginar la cantidad de sobrinos que tengo, pues a la casa de mis padres no se acerca nadie”. Y también resalta la ola de solidaridad que se ha creado: “Le gente joven del pueblo está ayudando a los mayores en todo lo que pueden, esto está sacando una parte humana increíble”.
Allí también tienen médico a diario. Y muy previsor, ya que, desde hace bastante tiempo les pidió a las personas de más edad que no salieran, que iría él a sus casas para ver cómo están. Además, tienen el centro de salud de Belchite (a 13 kilómetros) y el hospital de Zaragoza (a 60).
Desde la capital aragonesa, Elísabeth echa de menos su pueblo: “Mis vecinas le van a comprar a mi madre, han hecho turnos para coser mascarillas”. ¿Doble aislamiento?: “Quien esté pasando el confinamiento en el pueblo tiene una fortuna”.