Señor Ana, amigo, camarada

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Había leído algunos fragmentos de “Decidme cómo es un árbol”. Y los recordaba en el autobús. Me había llamado la atención la humanidad con la que el señor Marcos Ana describía en este libro de memorias cómo había sido su primera experiencia sexual, que fue con una prostituta, Isabel. Su primer amor. Me parecía increíble cómo sufría mareos al salir de la cárcel porque, después de tantos años encerrado, no tenía la vista acostumbrada a llegar a ver el horizonte. Tenía ganas de conocerle, de ponerle un brillo en los ojos a la persona que tantas paredes había contemplado, de adjudicarle un tono a su voz, unos gestos en las manos que marcaran el compás de la conversación, de dotar de humanidad al escritor, al poeta, al viejo, al comunista.

Hacía frío y recorría Madrid en un autobús. A la derecha se quedaba el Retiro. Las hojas de los árboles luchaban por mantenerse arriba, en las ramas. Y llegó mi parada y recuerdo que anduve unos metros y llegué al bar donde habíamos quedado para realizar la entrevista. No había nadie. Bueno, sí, unas señoras tomaban café en una terraza cubierta con estufas de esas que parecen chimeneas. Pero él, Marcos Ana, el señor Ana, no estaba. Esperé un rato, bastante largo, pensaba que se le habría hecho tarde. No venía. Temeroso por molestar, le llamé por teléfono. Y respondió al otro lado del auricular: “Hostia, se me había olvidado, bajo”. Y dos minutos después, ya estaba en la cafetería.

La entrevista (una de las últimas publicadas en un periódico) se desarrollaba según lo previsto. Yo llevaba mis preguntas preparadas y él las respondía sin sobresaltos, como quien está acostumbrado a hablar de la clandestinidad, de años de cárcel, de la virginidad suspendida durante demasiado tiempo, de la adolescencia que no terminaba, pero que tampoco acababa de llegar. Yo preguntaba: “Señor Ana”. Él sonreía, respondía. La amabilidad. En una de esas, yo dije: “Señor Ana”. Y él interrumpió: “Ya hemos hablado de sexo, ya somos amigos”.

Amigos. Amigo Marcos. A partir de entonces la conversación se destensó, como cuando las cuerdas de una guitarra llevan mucho tiempo sin ser tocadas, tranquilas. Dos amigos, hablando, de política. Cuando se acabaron las preguntas, apagué la grabadora y me di cuenta de que no llevaba la cámara de fotos. “Hoy en día estos móviles hacen de todo”, dijo. Lo que él no sabía es que mi móvil era ya añejo, curtido en mil batallas y en cubrir manifestaciones. Lo que no sabía él era que la cámara del teléfono estaba hecha una mierda. Así salió la foto, emborronada, como si tuviera cataratas el lector de la entrevista, de este artículo. La conversación continuó, apagada la grabadora.

Yo me había llevado un ejemplar de “Decidme cómo es un árbol” de mi pareja, que por aquel entonces vivía en Francia. "Que lo firme, una buena sorpresa", pensé. Le pedí que le dedicara el libro. Me respondió: “Ves cómo somos amigos, los dos compartimos que sabemos lo que es amar lo que está lejos”. El exilio. La conversación continuó y yo no sé por qué le conté que colaboro en el movimiento solidario con el pueblo saharaui. Entonces, mi amigo Marcos, seriamente me declaró: “No sólo somos amigos, entonces, somos camaradas”. Y entonces me describió cómo en una visita a los campamentos saharauis hacía años, se comprometió ante el camarada Abdelaziz, el presidente saharaui también fallecido este año, a que todos los veranos vendrían niños saharauis a España para que salieran unos meses de allí y evitarles que sufrieran las durezas del desierto estival. Él encontró familias simpatizantes del PCE que los acogieron aquel año. Desde entonces, vienen miles de niños todos los años con el programa Vacaciones en Paz.

Nos despedimos. “Amigo, camarada, puedes venir a mi casa a tomar un café cuando quieras”, me invitó. Nunca fui. Nunca se me ocurrió en el momento coger el teléfono y llamarle. Siempre lo dejaba como un recado pendiente, para más adelante, vaya gilipollez. Lo vi después varias veces. Uno ha cubierto tantas manifestaciones para cuartopoder.es que se reencuentra con mucha gente. Y él participaba en muchas manifestaciones, republicanas, por los derechos de las mujeres, por el pueblo saharaui, contra la pobreza, por una memoria histórica digna, por los derechos humanos… Cuando me lo he encontrado después de que nos hiciéramos amigos y camaradas, siempre nos saludábamos. Surgía en él esa sonrisa cómplice y charlábamos de cualquier tema de actualidad. Siempre terminaba: “Salud, tenemos que tomarnos ese café”.

Buen viaje, señor Ana, amigo, camarada. Nos tenemos que tomar ese café.

3 Comments
  1. Miguel Mateos says

    Normalmente da gusto leerte. Hoy da gusto y tristeza. Un abrazo

  2. El progenitor says

    Efectivamente, un gran artículo:escrito con las tripas y la cabeza.

  3. juanjo says

    Una gran persona.
    merecería un homenaje nacional.

    Y su libro DECIDME COMO ES UN ÁRBOL estar en la mesilla de todas las personas verdaderamente de izquierdas

    podían seguir su ejemplo los diferentes cantamañanas que hoy mandonguean por las izquierdas

    fuiste un héroe , camarada

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