Renuente a los cambios, Mariano Rajoy ha formado un Gobierno para la nueva etapa política, que llaman de diálogo, con los mismos ministros de la etapa anterior, que fue sin diálogo. Cómo será el asunto que el presidente ni siquiera se sintió obligado a comparecer ante los periodistas para ensalzar a los ministros permanentes, elogiar los entrantes y agradecer los servicios prestados a los salientes. Esa omisión le valió la crítica del portavoz de la gestora del PSOE, Marino Jiménez, quien interpretó la conformación del Gabinete como “el canto del cisne”. Para Podemos es “el epílogo” de la obra recortadora, antisocial y antiobrera del de Pontevedra.
Aunque le digan “nuevo Gobierno”, lo cierto es que de nuevo tiene poco aunque haya cambiado la cara de la portavoz Soraya Sáenz de Santamaría por la del titular de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, barón de Claret. Da la impresión de que Rajoy se ha limitado a cubrir huecos para jugar a la defensiva hasta el final del partido. La única incorporación de relevancia política es María Dolores de Cospedal como ministra de Defensa en sustitución de Pedro Morenés, un negociado donde todo es secreto por interés nacional y, amén de los fondos reservados de uso inconfesable, una quinta parte del dinero público que ahí manejan ni siquiera consta en el Presupuesto anual que aprueba el Congreso.
El presidente no ha hecho cambio alguno en el área económica. Se ha limitado a cubrir la dimisión del insostenible José Manuel Soria, el Gato con Botas de los papeles de Panamá, cuya recolocación tantos disgustos le acarreó y ahí sigue cobrando más de 4.000 euros al mes como exministro en paro. Y ha echado mano del más cercano, el hasta ahora jefe de la oficina económica de La Moncloa, Álvaro Nadal, que es bien mandado y sabe alemán.
Salvo la incorporación de este Nadal como ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital (habrá que hacer nuevos logotipos en el negociado de la plaza de Cuzco), el área económica sigue igual. En Hacienda y Administraciones Públicas continúa el inefable Cristóbal Montoro de la amnistía fiscal; en Economía y Competitividad permanece ese genio del rescate bancario y el banco malo que venía de vender preferentes en Lehman Brothers y aspiraba a presidir el Eurogrupo, o sea, Luis de Guindos. En un gobierno de tebeo serían lo más parecido a Mortadelo y Filemón. Cierto es que ni el gobierno es de tebeo ni el país de pitorreo, de ahí que no busquemos a Superlopez en Empleo, donde sigue la onubense Fátima Báñez con Tomás Burgos de secretario de la Seguridad Social. Su gestión es mensurable por la mengua de la hucha de las pensiones, aunque la culpa la tenemos nosotros por hacernos viejos. Pero tranquilos, que según Rajoy, "por cada nuevo pensionista, entran seis nuevos cotizantes". Y si el Pitagorín del tebeo que asesora al presidente se equivoca, ya va el botones Sacarino con el encargo a Pepe Gotera y Otilio de que arreglen la avería.
Báñez, Guindos y Montoro personifican, con un Nadal contrario a las energías renovables, la convicción del jefe Mariano de que lo han hecho de fábula y las reformas (laboral, financiera, energética y fiscal) ni se mientan ni se tocan. Si hubiera que introducir la “mochila austriaca” para "esos condenados roedores", que son la materia prima más barata y abundante que hay, como el líder proclamó en Japón ante unos inversores de almendrados ojos, convendría que pesara menos que la de Zipi y Zape para los sufridos empresarios. En suma, que Parménides de Elea tenía toda la razón: nada cambia aunque “alguna cosa tengamos que modificar” para que todo permanezca.
La cobertura del hueco que dejó Alfonso Alonso en Sanidad ha correspondido a la diputada catalana del PP Dolors Monserrat, quien después de estudiar un año en Memphis (EEUU), unos meses en Friburgo (Alemania) y haber sido Erasmus en Ferrara (Italia), lleva nueve años de diputada y compatibilizó hasta 2011 el escaño con el despacho de abogada. El sillón vacío que dejó en Fomento Ana Pastor para ser nombrada presidenta del Congreso, será ocupado por el alcalde de Santander, Iñigo de la Serna, que por algo es ingeniero de caminos, canales y puertos, y fue presidente de la Federación Española de Municipios tras la dimisión de su correligionario sevillano Juan Ignacio Zoido, con el que ahora se sentará en el Consejo de Ministros.
Este Zoido, exalcalde de Sevilla y candidato fracasado a la presidencia de la Junta de Andalucía, es, con el de Cospedal, otro de los nombramiento políticos de Rajoy. El sevillano sustituye a Jorge Fernández Díaz como ministro de Interior. Ya es sabido que la situación del promotor de la Ley Mordaza se había vuelto insostenible por sus artimañas de despacho desveladas, ni él sabe cómo, para espiar, empapelar y deshonrar a los adversarios políticos catalanes y para proteger a amigos y correligionarios corruptos de alta gama como Rodrigo Rato.
Si Rajoy procura con la designación de Zoido la línea continuista de su amigo Fernández Díaz, sujeto a investigación parlamentaria, ha encontrado al tipo que de la urdimbre de los ERE fraudulentos en Andalucía lo sabe casi todo. Sus amistades en la judicatura son valiosas, pues no en vano fue Juez Decano en Sevilla, magistrado del Tribunal Superior de Andalucía y pasó después a la política, sirviendo de director general entre 1996 y 2000 de la ministra Margarita Mariscal de Gante, aquella juez de Madrid que se negaba a firmar sentencias de divorcio y cuando el PP la nombró consejera del Poder Judicial desapareció para siempre el expediente sancionador que tenía abierto.
Finalmente Rajoy, de acuerdo con José Manuel García Margallo y con su cuñado Paco Millán Mon, ha designado ministro de Asuntos Exteriores al hasta ahora director general para Europa, Alfonso Dastis Quecedo. ¿A qué se dedicará Margallo? ¿Será el Garfield comodón y somnoliento del tebeo? En fuentes parlamentarias del PP comentan que un tipo culto y dialéctico como él servirá de contrapeso al frontal y temperamental portavoz Rafael Hernando en el necesario entendimiento con los aliados y oponentes.
Cubiertos así los huecos, los ciudadanos notaremos el cambio de la cara del Gobierno, pues ya no será la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, sino la de un señor muy serio que también es abogado del Estado y letrado del Congreso en excendencia: Iñigo Méndez de Vigo. Por si fuera poca su labor como ministro de Educación y Cultura y, por tanto, promotor del pacto de Estado en materia educativa, tendrá que vender las excelencias y aciertos del Gobierno. Será algo así como el más forzudo del lugar.
Si se tratara de ofrecer una interpretación política de la configuración del Gabinete, más allá de la técnica del mínimo esfuerzo en tapar los huecos y del cambio de portavoz -un señor serio por un rostro amable-, habría que invocar tres claves que se resumen en una: continuidad; el continuismo como amenaza de elecciones a la vuelta de la esquina en cuanto el Gobierno pierda varias votaciones; el continuismo en previsión de una legislatura corta pero suficiente para renovar la dirección del PP, tal como augura el nombramiento de Cospedal en Defensa, y el continuismo como posibilidad de un gobierno de coalición con C's que diluya al partido naranja.
Pues sí, de tebeo con don Tancredo de torero. Más de lo anterior.