Han pasado ochenta años y su memoria sigue viva. Más de doscientos amigos, hijos y nietos de los brigadistas internacionales que vinieron a España en 1936 para luchar por la libertad, junto a los demócratas republicanos, participaron el sábado en la Marcha del Jarama organizada por la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI) en el 79º aniversario de la batalla del mismo nombre. Este año han rendido homenaje a los 60 polacos del Batallón Dombrowski que murieron en el frente y al joven poeta irlandés del Batallón Lincoln Charles Donnelly, quien cayó el 27 de febrero de 1937 en los combates del Pingarrón. El escultor Goyo Salcedo les dedicó su obra Tótem, realizada con los picos de cavar trincheras que ha ido encontrando durante años en la amplia zona del frente, cada vez más destrozada y desfigurada, de los municipios de Morata de Tajuña, San Martín de la Vega y Rivas Vaciamadrid. En los actos no se registró presencia de políticos.
Sin ánimo de hacer historia ficción, se pregunta el filólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca Román Álvarez Rodríguez qué habría ocurrido sin la presencia de los brigadistas internacionales que acudieron a defender Madrid frente al asalto de Franco y sus generales sublevados. Álvarez y el también profesor Ramón López Ortega han traducido al castellano decenas de poemas y cartas de los brigadistas. Algunos, como el del irlandés Donnelly, La tolerancia de los cuervos, fueron premonitorios, pues casi se lo comen estas aves. Donnelly, de 27 años, murió en uno de los ataques a la cima del Pingarrón, en los altos del Jarama, y su cuerpo no pudo ser rescatado hasta varios días después. Tal era el fragor de la batalla que su compañero de trinchera Paul Burns escribió: “Los olivos lloraban sangre”.
Lo cierto es que el desfile por la Gran Vía de Madrid de los voluntarios internacionales (vinieron más de 50.000 de 51 países durante la contienda) animó a los madrileños a resistir el asalto de las tropas franquistas, en su mayoría compuestas por mercenarios del norte de África, regulares, legionarios y falangistas. Y que bajo la dirección del general José Miaja y del coronel Vicente Rojo, las milicias republicanas, ya organizadas por Enrique Líster, jefe del Quinto Regimiento, y por otros dirigentes comunistas, socialistas y anarquistas, chafaron los planes de Franco, Mola, Varela, Barrón, Sáenz de Buruaga y otros generales sublevados. Ya se sabe que Gonzalo Queipo de Llano había disparado desde sus baterías radiofónicas de Sevilla el mensaje de que el 9 de noviembre se tomaría un café en la Puerta del Sol. Bueno pues a aquel fanfarrón “se le enfrió el café”. Fue una frase muy repetida. Al grito de No pasarán, los madrileños resistieron y repelieron los ataques.
Entonces los generales sublevados idearon una tenaza, el cerco a la capital. Desde las poblaciones del Oeste de Madrid lanzaron la ofensiva para apoderarse del valle del Jarama y cortar el cordón umbilical con Levante, el único por el que Madrid recibía alimentos y armamento. Del 6 al 27 de febrero de 1937, el Ejército republicano, con la ayuda de los brigadistas internacionales, resistió en un amplio frente de 18 kilómetros, desde Ciempozuelos hasta el Puente de Arganda y Rivas Vaciamadrid. Fue la primera gran batalla a campo abierto y los franquistas, muy animados por la caída de Málaga, tampoco pudieron pasar. El saldo en pérdida de vidas humanas fue elevadísimo por ambos bandos. Del batallón Dombrowski, al que ayer rindieron homenaje, murieron 64 soldados, cuatro de ellos españoles. Un hijo del voluntario Tadeus Zbroinski, que luchó en el Jarama, depositó claveles ante el monolito a la memoria del padre y sus compañeros, y se llevó unos puñados de tierra de estos parajes. Con él estuvieron los veteranos Patricio Azcárate y Luz Alonso. “Nos habría gustado contar –explica Severiano Montero, presidente de la AABI- con la presencia de Virgilio Fernández del Real, un enfermero español del equipo sanitario de la brigada Dombrowski, pero su edad y lejanía (en México) le hace difícil venir”.
Quedan muy pocos supervivientes, pero el recuerdo de los “luchadores de la libertad”, es decir, los que combatieron por la democracia sin pedir nada a cambio, sigue vivo, como demostraron los más de doscientos familiares y amigos que recorrieron el frente. Dispusieron de dos autobuses y varios coches particulares. Dos venían de Francia, tres de Alemania, 15 de Irlanda y 94 de Reino Unido. Hubo además personas llegadas de Zaragoza, Barcelona, Valencia y otras ciudades. En el museo privado que hace cuatro décadas creó y viene cuidando y ampliando el agricultor y escultor Salcedo en Morata de Tajuña –está registrado como Museo Etnográfico de instrumentos de labranza para evitar problemas-, el estudioso Miguel Ángel Almodovar y el propio escultor descubrieron la última obra plástica de homenaje a los brigadistas, una espina dorsal con ojos formados por picos de cavar trincheras.
Se trata de un homenaje al esfuerzo y al sacrificio, una obra que nos evoca y recuerda el valor de la libertad. A unos metros de este Tótem plantó en 2012 para conmemorar el 75º aniversario de la Batalla del Jarama su impresionante Tributo Desgarrado, que representa a un brigadista agujereado por las balas. Es una figura humana de más de dos metros y está confeccionada con metralla del Jarama.
Luego ya, mientras los incendios y las máquinas siguen arrasando los vestigios históricos y los ultraderechistas atacan los sencillos iconos de recuerdo a los que lo dieron todo por la libertad, el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, que lleva años rindiendo tributo a los brigadistas (ver vídeo), y otros de esta zona del sudeste madrileño siguen proyectando desde hace ya 25 años el futuro Parque histórico de la Batalla del Jarama.