La última no ha sido en la frente, sino en San Isidro. Esperanza Aguirre ha estado “navajeando” políticamente a la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, desde que maniobró para sustituirla como candidata del PP a la alcaldía. Y el viernes pasado hizo gala del último plantón no acudiendo a la entrega de medallas de San Isidro, el último acto oficial que presidió la esposa de José María Aznar, al que acudieron todos los candidatos del resto de formaciones que se presentan a las elecciones del 24-M, para visitar, a la misma hora, la Pradera de San Isidro, donde bailó un chotis y se quedó tan fresca.
La todavía alcaldesa reconoce en privado que la expresidenta madrileña le ha estado haciendo la cama sin cesar y ha contenido las ganas de responderle públicamente para, según dicen sus allegados, no hacer daño al partido durante la campaña electoral. Pero, por lo bajo, afirma cosas como que se va desilusionada y, lo que es peor, sintiendo que no forma parte del todo que, a su juicio, es el PP. Sobre todo, dicen en su entorno, siente que no forma parte del todo “en el partido de Madrid” que lidera Aguirre. Y por eso, dice, se está pensando muy mucho si se encarga de alguna tarea pública a partir de septiembre, el mes en que se ha planteado adoptar una decisión sobre su futuro tras tomarse unas largas vacaciones y, eso sí, haber determinado ya que no volverá a ejercer como técnica del Estado. Si por su familia fuese, dicen quienes la conocen, no volvería a hacer nada relacionado con la política, que fue lo que le recomendaron sus hijos desde que tomó el bastón de mando de la Villa y Corte.
Lo que Botella piensa de Aguirre se lo calla públicamente. Pero, en privado, dicen que, llegada la hora de matar, apunta con su espada torera al corazón de la bestia. De hecho ya apunta que, a su juicio, la expresidenta conservadora madrileña aprovecha muy bien su gran capacidad mediática pero sólo vende espectáculo. Que ya no tiene las metas políticas que tuvo y sólo piensa en sí misma. Algo que, añade, le apena profundamente dada su antigua relación personal, según su equipo.
Lo único que le consuela es su convicción de que la todavía presidenta regional del PP de Madrid lo tiene más crudo que un político de aquellos que se comía Fraga cuando empezó la transición a la hora de aspirar a ser presidenta del Gobierno de España. De entre los que ya se mueven para suceder a Mariano Rajoy en la hipótesis de una grave derrota electoral en las generales de diciembre (Soraya Sáenz de Santamaría, Dolores de Cospedal, Alberto Núñez Feijoo y la propia Aguirre) considera que Esperanza es la que peor está colocada. Y si se tiene en cuenta la influencia que ostenta su marido Aznar en esos procesos sucesorios, cabe imaginarse que lo dice con más que fundamento. Sobre todo porque fue el propio Aznar quien le echó una mano a ella contra Rajoy en el Congreso de Valencia que ratificó al actual presidente del Gobierno como líder del PP y todo apunta a que ahora, por mor de ese feo acoso de Aguirre a su mujer, pasa lo contrario. No deja de ser significativo que, según su entorno, Botella considere que quien tiene más posibilidades de suceder a Rajoy sea Núñez Feijoo, quien a su juicio ha sido el más listo de todos retirándose a sus cuarteles de invierno gallegos.
Habrá que ver cómo influyen esas tensiones en las elecciones del 24-M. Pero, en cualquiera de los casos, incluso si a Esperanza Aguirre la va bien ahora, la discreta desencantada, dicen, sólo tiene que esperar a ver cómo, más pronto que tarde, pasa por delante de su puerta la momia de su adversaria. Porque si la venganza se sirve en plato frío, como dicen, que se prepare Aguirre. Sobre todo cuando ya no cuenta, como parece, ni con el apoyo de Aznar ni con el de su FAES.
Una necesaria precisión, Don Raimundo, Usted señala que la Botella «apunta con su espada torera al corazón de la bestia». Pero la bestia a la que la Botella apunta no tiene corazón