La frontera fantasma de Marine Le Pen

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La dirigente ultraderechista francesa Marine Le Pen, el pasado domingo, durante una rueda de prensa tras conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones municipales francesas. / Efe
La dirigente ultraderechista francesa Marine Le Pen, el pasado domingo, durante una rueda de prensa tras conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones municipales francesas. / Efe

Cuando la izquierda se contradice mucho, pero mucho, mucho, se lo pone a huevo a cierta derecha para tener razón. Lo que pasa es que es una razón terrible. Una razón espantosa.

Lo tremendo es que Marine Le Pen tiene razón, cierta razón, cuando sin cortarse un pelo va y dice: lo que hay que hacer para que no sigan saltando la valla en Melilla es dejar de darles atención sanitaria a los inmigrantes ilegales. Dejar de escolarizar a sus hijos. Cuando no se les dé ni agua, dejarán de tener una buena razón para venir.

Sin duda.

¿O no? Porque eso es más o menos lo que pasa, o se intenta que pase, en Estados Unidos, y los resultados han sido muy otros.

¿Se acuerdan de José Antonio Vargas, el joven periodista norteamericano de origen filipino que tras ganar un Premio Pulitzer reveló que era inmigrante ilegal, que todos sus papeles eran falsos, que él se enteró a los trece años de edad y que desde entonces viene funcionando con documentación facilita de obtener, por ejemplo un carnet de conducir de un estado poco exigente, pero que por ejemplo nunca se ha planteado sacarse el pasaporte, por si le pillaban y ya no podía volver a entrar?

Cuenta Vargas que él llegó a América siendo un niño, a vivir con unos tíos o abuelos suyos, y que nadie le dijo que no tenía papeles hasta que una vez fue a hacerse no sé qué documentos, entregó su identificación, y la funcionaria de la ventanilla le susurró: “Es falsa…no vuelvas por aquí”. En plan buena samaritana que pretendía ayudarle.

Si me preguntan mi opinión, la historia de Vargas es poco creíble. Más que nada porque la ha contado cuando el presunto infractor original, su abuelo, ya ha fallecido. O sea, que no hay manera de comprobar si el joven José sabía o no sabía que estaba ilegal cuando empezó a estarlo. Presentado así, como una situación involuntaria por no decir sobrevenida, se facilita desde luego la indulgencia con su caso.

Pero si algo está fuera de toda duda, es que en estos momentos en EEUU hay cientos de miles, probablemente millones, de ilegales invisibles. Gente que se las arregló para colarse por la frontera real y se pasa la vida trampeando, tirando de un papel falso para lograr uno verdadero de menor entidad pero que a su vez apuntalará la consecución de otro documento verdadero, y así tiro porque me toca.

Están los buenos samaritanos en las ventanillas, claro que sí. Pero seguro que también están las mafias de los salvoconductos. Cuando el negocio ya no está en meter a gente en pateras si no en darles una falsa cobertura legal, en jugar a ser una especie de mezcla de Oskar Schindler y Darth Vader. Condenando a todos esos seres a una secreta, pero no por ello menos profunda, desoladora y alarmante, condición de apátridas. Infiltrados en una sociedad que les exprime pero no les protege. Que les saca el jugo pero no les da nada a cambio. Bueno, sí: el futuro de sus hijos si consiguen nacer aquí. Pero a la generación perdida de los padres, que les quiten lo sufrido.

Eso es lo que probablemente va a pasar si se imponen los postulados de Marine Le Pen, que tan razonables pueden llegar a parecer a quien esté hasta las narices de oír chorradas y tonterías que escurren el bulto sin entrar en el fondo del tema y del problema. No queremos follón en la frontera. Pero no estamos dispuestos a asumir el sufrimiento humano que hay que infligir para que no lo haya. Preferimos barrer el sudor, la sangre y las lágrimas bajo la alfombra. Por lo menos Madame Le Pen mira la realidad a la cara y la llama por su nombre.

Seguro que no queremos eso. Pero, ¿qué vamos a hacer para evitarlo?

1 Comment
  1. Margarita Klavel says

    No sé. Pregúntale al PP, que lo sabe todo. ¿Alambradas con cuchillas?
    ¿Cuál es la postura de la autora en este artículo? ¿La tiene?

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