Marta Lasalas *
La huelga general marcó el miércoles un brusco frenazo en la campaña electoral catalana. De golpe, el eje nacional sobre el cual habían rodado con mayor o menor comodidad las caravanas electorales, quedó sustituido por el eje social en el cual el sufrimiento de los ciudadanos ante la crisis y las protestas dominaron el discurso. En este registro, la mayoría absoluta a la cual aspira a escalar el líder de CiU, Artur Mas, aparecía aún más abrupta. Sin embargo, la agenda social apenas dominó un par de páginas del calendario. El viernes los equipos de campaña desayunaron con una portada de El Mundo en que se acusaba a Mas y a Jordi Pujol de cobrar comisiones a través de cuentas en Suiza. En los quioscos de Cataluña la prensa de Madrid ocupa un espacio menor del cual sólo sobresale El País, y sin embargo, aquella portada, reproducida hasta la saciedad desde primera hora de la mañana a través de radios y redes sociales, marcó el tono de la jornada. De nuevo, la campaña volvió a girar.
Para comprender la evolución de esta carrera electoral es necesario no perder de vista que las encuestas sitúan en un 80 por ciento el apoyo ciudadano a favor de convocar un referéndum sobre el estado propio. Esto condiciona profundamente el tono de los discursos. Incluso el PP de Alicia Sánchez Camacho plantea propuestas receptivas al sentimiento de irritación de los votantes y apuesta por mejorar tanto el sistema de financiación como el encaje constitucional de Catalunya en España.
Esto explica también porque los principales ataques contra la reivindicación de un referéndum secesionista han llegado de fuera de Cataluña. Especialmente por parte del PP, pero también del PSOE. Si el ministro García Margallo fue el primero en abrir fuego, le siguieron a la zaga desde la expresidenta Esperanza Aguirre hasta los socialistas Marcelino Iglesias y José Bono. La diferencia es que al PP catalán no le incomoda esta modulación del discurso que, de hecho, se convierte en una cómoda montura sobre la cual pasea su candidata entre el electorado más españolista. Por el contrario, los socialistas se revuelven tremendamente inquietos. La referencia de Iglesias al nazismo provocó duras réplicas en Twitter de diferentes diputados y dirigentes del PSC, mientras que la reflexión de Bono en sentido similar dio pie a uno de los resbalones más sonados del candidato socialista, Pere Navarro, que quiso desmarcarse con un desdeñoso “no puedo responder por los jubilados”.
En este contexto, y al margen de los actores -estelares o invitados- que pululan entre las bambalinas del espectáculo electoral, son los medios de Madrid los que asumen el papel de corifeos del discurso más radicalmente contrario al debate. Desde El Mundo y ABC hasta El País, pasando por los digitales. De nuevo aquí, los sectores progresistas son los que se sienten más azorados. Se impone la sensación que existen dos debates paralelos: El que se desarrolla en Cataluña y el que se vive en el resto del Estado. Como si la reivindicación catalana rebotará antes de llegar a España en los espejos deformantes del callejón del Gato que evocaba Valle-Inclán.
Esta es la dinámica que ha marcado la campaña hasta cruzar el ecuador. Las incógnitas más acuciantes giraban en torno a si Mas conseguirá la mayoría absoluta que reclama –que este fin de semana no le concede ninguna encuesta– o si el PSC sufrirá un desgaste tan cruel como pronostican los sondeos hasta el punto que PP o incluso ERC pudieran arrebatarles su histórica segunda posición en el Parlament.
A partir del viernes, la presión de la denominada caverna mediática se ha incrementado unos cuantos decibelios con la portada de El Mundo y aún están por calibrar sus efectos. El juez que instruye el caso del Palau de la Música, al cual pertenecería el supuesto informe filtrado por el rotativo, asegura desconocer la existencia de tal documento. También el ministro del Interior, Jorge Fernández, se ha desmarcado, mientras que Mas ha anunciado una querella criminal al tiempo que ha endurecido su discurso. Por su parte, el resto de los partidos políticos en liza basculan entre el atractivo anzuelo que lanzan las siempre rentables acusaciones de corrupción en plena campaña electoral y el temor a dar pábulo a unas denuncias que en Cataluña la opinión mayoritaria atribuye a una firme voluntad de acabar con el debate independentista.
Son las mismas dudas e inquietudes que agitan también al electorado. En la sociedad catalana, la campaña del 25-N ha captado una especial atención. Se extiende la impresión que, esta vez sí, alguna cosa cambiará. En este contexto, resulta difícil mesurar los efectos que pueden provocar los ataques contra Mas. El president en funciones goza de una alta valoración popular que ha multiplicado gracias a la contundencia con que lidera el discurso por el Estado propio. La agitación eléctrica que remueve las redes sociales se convierte una vez más en termómetro. Pero también la reacción en la calle. El sábado por la noche, de nuevo en el minuto 17 y 14 segundos, los gritos de independencia tronaron en las gradas del Camp Nou.
¿Es periodista?
Pues si Ramon, es periodista muy documentada y de excelente reputacion profesional .