Marta Lasalas *
El famoso choque de trenes que se atisba en Catalunya –y del cual el gobierno español ni se ha dado por enterado– ha frenado en seco. Las dos locomotoras continúan humeando y ronroneando quejumbrosamente, pero su marcha cada vez más furiosa se ha detenido.
Artur Mas ha decidido de momento guardar en un cajón la amenaza de recurrir a los hechos consumados para crear una Hacienda propia en caso que el Gobierno español se niegue a negociar el pacto fiscal. El president ha optado por rebajar la tensión, y no penetrar en lo que él mismo describió como un terreno desconocido, ante la posibilidad de facilitar la entrada de PP y PSC en el gran acuerdo que ha de conducir a la aprobación del pacto fiscal en Cataluña.
Esta es la conclusión de la reunión que este miércoles han mantenido los partidos catalanes con el president en el Palau de la Generalitat. Los responsables políticos continuaban ayer estudiando el nuevo movimiento de piezas, mientras Mas se debate entre dudas hamletianas: Pacto fiscal sin recortes y a cara de perro o gran acuerdo descafeinado pero con posibilidades de prosperar. Ese es el dilema. Se trata de una disyuntiva conflictiva para una hornada de políticos aún traumatizada por el sentimiento de frustración que provocó la negociación del Estatut del 2006: meses de pactos y renuncias para conseguir un texto digerible para el delicado estómago de la política española que finalmente acabó recortado en el Congreso y humillado en el Tribunal Constitucional. El debate, pues, no es tan sencillo.
Las estrecheces financieras que ahogan a Cataluña y el apoyo mayoritario de los catalanes han alentado al president a empujar esta vez sin ambages la propuesta de pacto fiscal que marcó el norte de su campaña electoral. Mas reclama un trato similar al concierto vasco, la recaudación y gestión de los impuestos, “la llave de la caja”. Durante meses se ha cargado de razones, de informes jurídicos y económicos que avalan la propuesta. Este miércoles, y ante la votación en el Parlament prevista para el mes de julio, el aquelarre de los partidos entre las paredes góticas del Palau de la Generalitat sirvió para invocar los fantasmas de cada formación.
El president ha garantizado en diversas ocasiones que no va a rebajar su propuesta y es consciente de que en este envite está en juego su credibilidad. ERC no ha disimulado la satisfacción ante la contundencia de la apuesta y ha garantizado su apoyo en el Parlament. La única condición que plantean tanto Esquerra como ICV-EUiA es que no aceptarán recortes, no renunciarán a un modelo que escape del régimen común que impone la LOFCA.
En el otro plato de la balanza se sitúan desde hace meses PSC y PP, pero las últimas semanas también el democristiano Josep Antoni Duran Lleida. De hecho, para el líder de Unió, la presencia de PSC y PP en el acuerdo se convierte en una presa perfecta para retener la marea soberanista que crece en CDC. En este objetivo, ha contado con la inestimable colaboración de la líder del PP, Alicia Sánchez Camacho, que ha decidido que esta vez no será su partido quien asuma el papel de villano de la película –el 76% de los catalanes apoya el pacto fiscal– y ha sorprendido con el anuncio de que se abstendrá en la votación del pacto en el Parlament para facilitar un feliz aterrizaje en Madrid. Pero exige rebajas.
El movimiento de la líder popular ha dejado a su vez al PSC descolocado. Los socialistas, que aún se tambalean por la política catalana como un boxeador noqueado, ven en el pacto fiscal una decisión clave para su futuro. No se pueden permitir un discurso más crítico que el PP, pero tampoco se sienten con ánimos de defender un pacto en Cataluña que se tengan que comer con patatas en el bar del Congreso de los diputados. Al igual que el PP, el PSC reclama flexibilidad en la negociación. De momento cuentan con Duran de aliado y con la disponibilidad a negociar del president.
Este es el dilema hamletiano de Mas, diluir la propuesta o conservar intacta su reivindicación. Rebajar el contenido y perder el apoyo de ERC, con lo que esto supondría como termómetro de renuncia ante la opinión pública, o acordar un modelo con los independentistas sin el impulso de socialistas y populares y, por tanto, sin posibilidad de éxito en Madrid.
En pleno dilema, Mas recibió ayer un apoyo inesperado y en un foro sorprendente. Fue en las jornadas del Círculo de Economía, que reúnen anualmente al mundo económico y empresarial catalán. Ante una pregunta envenenada del ex ministro Josep Piqué, el president reclamó su derecho a reivindicar la soberanía fiscal y, expuso su idea de constituir una hacienda propia sin “romper” con el Estado. Las palabras de Mas fueron recibidas con aplausos de la clase empresarial. Unos aplausos, en el actual contexto, muy significativos y quizás el anuncio de una tercera vía.