¿Fumará Rajoy en el retrete de la Moncloa?

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Portada de 'La cruzada antitabaco vista por los infieles', de Susana Rodríguez Díaz.

Conocí a Susana Rodríguez Díaz como se conoce a la mayoría de la gente interesante (por casualidad). Acto seguido me enteré de que había escrito un libro que estaría bien, sería una buena travesura política, regalarle para Reyes a Mariano Rajoy. Se titula “La cruzada antitabaco vista por los infieles” (Editorial Sepha, 2011). ¿Se acuerdan de aquellas cruzadas vistas por los árabes, según el escritor Amin Maalouf? Pues por ahí andamos, sí.

Dice mucho, no sé si en favor de Susana Rodríguez Díaz o del mío, que yo me haya leído con gran interés este libro suyo. Me explico: si ella cuenta la cruzada antitabaco vista por una infiel (es decir, ¿por una fumadora?), en mi caso sería vista por una renegada. Porque yo fumé como una bestia durante veinte años, veinte, hasta que lo dejé de un día para otro. Apagué el último pitillo de mi vida la noche del 5 de febrero de 2002, un martes. Comprenderán ustedes que conserve esa fecha marcada al fuego.

Fui una fumadora compulsiva, empedernida, en cadena, etc, que se rebelaba salvajemente contra todos los intentos de prohibir el tabaco, que me parecían ataques fundamentales a la libertad. In the other hand, como dicen los americanos, si me rebelaba con tanto ahínco contra las leyes es porque las cumplía. Quiero decir, que nunca o casi nunca se me vio a mí fumando en sitios donde estaba prohibido.

En eso creo humildemente que siempre le llevé algo de ventaja a Rajoy, famoso por haber negociado los apoyos nacionalistas al quebradizo gobierno Aznar de 1996 en míticas reuniones donde llegó a fumarse “catorce puros”, gemía después un superviviente vasco. También se cuenta que Magdalena Álvarez, a la sazón consejera de Sanidad de Andalucía, estuvo a punto de provocar un definitivo desencuentro entre su comunidad y el Estado cuando exigió a Rajoy que, en cumplimiento de la legislación vigente, apagara el habano que hacía humear en sus narices.

Yo no estaba allí para ver la cara de Rajoy al encajar este órdago. Sí le vi un mediodía del año 2003 abandonando el hotel Intercontinental de Madrid, recién proclamado flamante delfín de Aznar. Ajeno a lo mucho que tendría que sudar para cobrar tal herencia, el actual presidente salió del hotel en un coche con los cristales tintados. No tanto como para no dejar traslucir que lo primero que hacía al arrellanarse tras la victoria era encenderse un buen purazo.

En determinado momento de la reciente campaña electoral Rajoy pareció amagar con cierta vuelta atrás en la actual legislación antitabaco. Él, personalmente, no se ha desdecido de aquellas palabras, pero sí lo han hecho fuentes del ministerio de Sanidad: la ley vigente no será atenuada. Y yo que me alegro en el alma porque, como todos los exfumadores, odio el tabaco y todas sus manifestaciones. De ahí el componente de autoprovocación de abismarme en la lectura del libro de Susana Rodríguez, que, contra lo que podría parecer, no es un golpe de efecto oportunista del momento, sino el resultado de un esfuerzo de largo recorrido. “Cuando hace años elegí este tema para mi tesis doctoral, mis profesores intentaron disuadirme, y ahora, mira, está de moda”, nos comenta, irónica.

Más datos de interés: Susana Rodríguez fuma, pero de una manera tan dispersa que no llega ni a fumadora formal. Sería como una de esas primas o sobrinas que solo encienden un cigarrillo en los bautizos y las comuniones. Quizás gracias a esto no le ha salido un panfleto de guerra sino un trabajo sensato y desapasionado, una cuña sociológica capaz de abrir brechas de curiosidad en el lector menos pensado, o sea, yo.

El libro no niega los efectos nocivos del tabaco. No discute la parte de razón que tienen las campañas contra él. Simplemente llama la atención sobre el hecho incontestable de que estos efectos nocivos eran conocidos desde hace mucho tiempo, mucho antes de que la cruzada antitabaco se activara. Con lo cual las verdaderas razones profundas de esta habrá que buscarlas en otros factores.

Posibilidades hay muchas, todas dignas de una buena exploración y reflexión. Susana Rodríguez nos pasea por la historia social del tabaco, por cómo su imagen ha ido mutando casi fascinantemente a lo largo del tiempo. De símbolo de independencia, modernidad, libertad y seducción, a maloliente estigma de los apestados. De elemento relajante e incluso ocasionalmente terapéutico, a veneno que invariablemente mata o algo peor. Desaparecido en combate el fumador moderado o responsable, por ejemplo aquellos caballeros chapados a la antigua que después de cenar pasaban al “salón de fumar” para no importunar a las damas con el vicio. De golpe y porrazo toda la población fumadora mundial (y española) se ha convertido en un rebaño de yonquis.

Es muy difícil negar que hay grandes bolsas de verdad en todo esto. Que junto a las formidables campañas de desinformación de las tabacaleras (lealmente y cumplidamente analizadas en el libro) se abren otros frentes de propaganda capciosa, encaminados a criminalizar aquello que no hace tanto se ensalzó. ¿En nombre de qué? Pues desde un darwinismo social y fiscal que tiene sus razones de ser, pero no deja de helar la sangre (¡¿no quiero curar a fumadores con mis impuestos?!), hasta elementos aparentemente más esotéricos, pero no por eso menos determinantes. Ejemplo: desengañados de la política y la economía, pero escaldados de la religión, buscamos en manada la moderna salvación a manos de la ciencia o de lo que más se le parece. Los modernos chamanes no venden vida eterna, sino la salud perfecta, la pureza ideal del cuerpo. No en vano, recalca Susana Rodríguez, ciertas bruscas renuncias a fumar suelen producirse cuando individuos que llevaban toda la vida jugando al punk de salón y al no future vislumbran de repente la posibilidad de que eso sea verdad. De que asombrosamente la vida acabe en declive y muerte. Es darse cuenta de eso y salir por patas de muchos vicios. No niego que a mí me pasó algo por el estilo. Tuve un ataque de mortalidad.

Resumiendo, que este libro es un libro abierto a la sana controversia y a la duda razonable. A ahondar en las razones de por qué está tan prohibido lo prohibido. ¿Es el tabaco el chivo expiatorio de otros venenos, de otras contaminaciones de autor que nos acechan, y a las que pendientes del cigarrillo nadie presta atención? La autora lanza esta idea. Y a la vez no le hace ascos a admitir que en el caso concreto de España, las leyes antitabaco han tenido que llegar a ser tan férreas en parte por la campechana tendencia nacional al incivismo. Como nadie cumplía la prohibición blanda, ha habido que hacerla más dura, menos inequívoca, con menos retretes donde esconderse. ¿Menos gallega?

Leyendo este libro se me ha ocurrido preguntarme muy seriamente si el plan de Rajoy no es dejar la ley antitabaco tal y como está pero fumar a escondidas en la Moncloa (¿por eso se resistía a ir a vivir allí?). ¿Cumplirá el presidente del gobierno la ley que ha renunciado a derogar o hará bueno el famoso dicho de Santiago Carrillo, quien se quejaba de tener que acabar la vida como la acabó: fumando en el retrete?

¿Te imaginas que alguien le denuncia, y o deja de fumar o le cierran la Moncloa?

2 Comments
  1. Erronkari says

    … interesante artículo sobre Rajoy y el tabaco … o sobre el tabaco en sí … porque supongo que la autora, exfumadora, aún echa humo recordando otros tiempos … Como no soy fumador … lo cierto es que se me ha hecho un poco largo el post … tanto como si tuviera que fumarme un cigarro …

    Un tema de actualidad y, de hecho, recientemente se decía que 600.000 españolas/es habían dejado de fumar … y, por contra, mi mujer ha vuelto, cosa que me fastidia, pero seguro que más a ella que es quien se mete ese veneno dentro.

    Ahh y un apunte corrector: el participio de desdecir es desdicho … es que al ver «desdecido» en la portada de cuartopoder me ha dado al ojo … como cuando se te metía el humo de esos primeros cigarros furtivos … saludos¡¡¡

  2. Aleve Sicofante says

    1. Los angloparlantes dicen On the other hand, no «In» the other hand. (Queda muy ridículo cuando alguien utiliza mal una expresión de otra lengua.)

    2. Igual que las discusiones sobre el aborto son todas bizantinas porque no se centran en lo que les es previo (¿en qué momento se convierte un feto en persona?), las discusiones sobre las leyes contra los fumadores -como la española- son igualmente irrelevantes cuando no se habla de lo que subyace: ¿cuándo es público un lugar de propiedad privada? o ¿puede el Estado legislar sobre el comportamiento de un grupo de adultos informados y consintientes reunidos en un lugar privado de acceso restringido (por ejemplo una discoteca o un club privado)?

    El resto es música celestial, completamente irrelevante. ¿Que a usted le gusta la ley? Y a mí las fresas con nata. ¿Podrían -usted y la del libro- hablar del asunto de fondo y dejar la demagogia para los profesionales (los que se sientan en el Congreso y el Senado)?

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