La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha tenido el detalle de esperar a que pasaran las elecciones generales para evitar que la batalla interna madrileña afectase a los resultados. Pero sólo tres días después del 20-N, sentó sus reales en la primera reunión del Comité Ejecutivo del PP madrileño y destituyó fulminantemente al Secretario General, Francisco Granados.
Aguirre sospechaba que Granados estaba trabajando para Mariano Rajoy –en contra suya- desde que lo expulsó de su Gobierno autonómico tras su holgada victoria en las elecciones autonómicas del 22 de mayo y que su objetivo no era otro que aglutinar fuerzas para darle la vuelta a la organización en favor de Rajoy y Alberto Ruiz Gallardón, eliminando su liderazgo en el Congreso regional que debe celebrarse tras el Congreso nacional de febrero, en mayo o junio.
Fuentes de ambos bandos coinciden en señalar que Aguirre y Granados salieron tarifando tras las elecciones autonómicas, aunque el distanciamiento personal venía de antes, desde que la presidenta salió airosa del cáncer contra el que combatió con entereza. Ya entonces, Aguirre informó a Granados de sus decisiones justo antes de consumarlas, sin darle tiempo a reflexionar. Su idea era resolver el duelo entre sus dos segundos: Granados e Ignacio González, su actual vicepresidente y nuevo secretario general. Ellos mismos reconocen que se llevaban mal porque dos gallos no pueden estar en el mismo corral. Y la presidenta optó por dejar a González en el Gobierno y enviar a Granados como portavoz del Grupo Popular en la Asamblea madrileña.
Granados se negó rotundamente y la acritud dominó su última conversación sobre aquel asunto, marcada por la chulería que lucieron ambos, según fuentes próximas al cesado. Se dijeron de todo. Y Granados incluso le espetó que no sería ella quien decidiese sobre la candidatura en las próximas elecciones autonómicas. El sucesor, dijo entonces, meses antes de las generales, lo decidirá Mariano.
Posiblemente, según las fuentes consultadas, Granados, que tiene un sustancioso patrimonio personal que le permite no condicionar su actividad política por el dinero, se hubiese retirado entonces. Es más, cuando lo fichó Aguirre hace siete años, Granados provenía de la banca. Y tenía una oferta de Bankia para volver a esa actividad. Pero ahí se cruzó la circunstancia que ha llevado a la líder de PP madrileño a apartarlo de la dirección del partido.
Fue Rajoy quien le llamó entonces y, tras mantener una profunda y extensa conversación co él, le pidió que esperase hasta la celebración del Congreso regional. Un Congreso que se llevará a cabo poco después de la consagración definitiva de Rajoy como líder nacional de un PP en el que todos los barones, menos Aguirre, se han puesto en posición de firmes.
Desde su marcha del Ejecutivo, Granados aprovechó que la primera planta pertenece a la organización madrileña y se trasladó a la primera planta de la sede central de la calle Génova. La proximidad al líder nacional fue, en consecuencia, total, incluso física. Además, el ahora ex secretario general se dedicó desde entonces a ganar notoriedad pública acudiendo a todo tipo de tertulias mediáticas y a contactar con su gente de confianza de Madrid.
Aguirre no lo dudó un momento. Tenía que segarle la hierba bajo los pies a su nuevo adversario y, de nuevo por sorpresa, con alevosía, ejerció sus poderes de presidenta del partido y le informó de su cese sólo media hora antes de ejecutarlo. Por si acaso.
La duda que sigue en el aire es si Rajoy renunciará a su idea de tener un partido madrileño que también le sea fiel. Y sin medias tintas. Todo apunta a que, con o sin Granados en Génova, el melón se ha abierto y el duelo está servido.
Mariano, el breve, ejercerá de avestruz en la Moncloa; Aznar, el de cabellos largos e ideas cortas, mandará de nuevo en este desgraciado país.
Supongo que si se supieran las batallas libradas a oscuras en los partidos políticos la opinión pública aún desconfiaría más de ellos. Sin embargo, sigo pensando que necesitamos a los políticos. Espero que jose equivoque el agorero futuro que nos augura. Aunque a muchos les cueste reconocerlo, Aznar hizo algunas cosas bien (vale, lo de Irak fue una cagada) y a lo mejor se tranquilizarían si pudieran admitirlo. Por lo demás, no creo que éste sea un país desgraciado, francamente.
La ambición del ser humano alcanza cotas de verdadera desesperación.
Decía hace ya don Antonio Gala que ‘la esperanza es lo único que al ser inteligente le queda’, será…
Yo, por elección, me sitúo en otra esfera…, mi esperanza se agotó in illo témpore.
Jonatan: taqmbién a mi me gustaría equivocarme sobre el futuro que nos espera; pero por la informaciones que tengo, me temo que no. Rajoy ejercerá de okupa, y el gobierno estará en manos del melenas, brazo ejecutor de los neoconservadores agazapados en el FMI y en el BCE. Un país en el que los chorizos ocupan inevitablemente las instituciones, es un país desgraciado.
Lo siento Alexis, no me ha paricedo nada acertado incluir los comentarios de la sef1ora Aguirre, por mucho que se pueda estar de acuerdo con ellos. La presidenta de la Comunidad de Madrid no da demasiado ejemplo de democracia en su ejercicio del poder, privatizando sin complejos los servicios pfablicos que hasta ahora eran de los madrilef1os y descargando en su comunidad un liberalismo salvaje hasta ahora desconocido en Espaf1a y que asusta hasta a sus propios correligionarios.