Antes de que Rubalcaba ninguneara a Tomás Gómez, que medio Gobierno se lanzara en tromba en su contra y que ese alcalde de oratoria torrencial con saltos de agua incluidos llamado Pedro Castro dijera de él que era el candidato de la derecha, podría haber quien pensara que las primarias de los socialistas madrileños iban a constituir una disputa tan elegante como un partido de críquet. Pero hubiera bastado con conocer un poco a Antonio Hernando, el edecán que Zapatero le ha buscado a Trinidad Jiménez para que se ocupe de la trastienda y de su guardarropía, para sospechar que la guerra será sin cuartel y bastante sucia además.
Hernando es un político en alza en el PSOE, fundamentalmente porque así lo ha decidido Pepe Blanco, que es hombre que acostumbra a dejar bien colocados a sus peones. El joven diputado se inició en política de la mano de José Luis Balbás, el mentor de Tamayo, y si no llega a ser porque renegó de los suyos, se postró de hinojos ante Blanco y le juró fidelidad eterna cuando los tránsfugas le birlaron a Simancas la presidencia de la Comunidad de Madrid hoy estaría dedicado a otros menesteres mucho más prosaicos. Del cóctel de enseñanzas de Balbás y Blanco ha bebido Hernando hasta la embriaguez con notable aprovechamiento.
La misión que se ha impuesto es conseguir apoyos para Trinidad Jiménez al precio que sea, incluyendo en ese amplio concepto algunas maniobras poco edificantes, que un veterano dirigente socialista no duda en calificar de extorsión. “Está llamando a cuadros intermedios del partido contratados en la Administración advirtiéndoles de que de su apoyo a Jiménez depende su puesto de trabajo”. Hernando, como verá, es un diamante en bruto, diríase que brutísimo.
La fuente antes citada habla muy claro y, además me ha invitado a comer un cogote de merluza, lo que no aumenta su crédito pero sí mi estima. “Zapatero ha metido la pata y ahora son capaces de cualquier cosa porque es cierto que Gómez puede ganar”. Me cuenta que, en vista del cariz que están tomando los acontecimientos –primarias en Madrid con el prestigio del presidente en juego y la irrupción del ex ministro Antonio Asunción en Valencia para disputarle la candidatura a Jorge Alarte– ya hay en la dirección socialista quien se tira de los pelos por no haber aplicado el artículo 49 de los Estatutos federales del partido.
¿Que qué dice el artículo en cuestión? Pues que la comisión federal de listas, o sea Zapatero y los suyos, puede suspender la celebración de primarias en determinados ámbitos territoriales “cuando las circunstancias políticas lo aconsejen o el interés general del partido lo exija”. En consecuencia, que Zapatero hubiera podido hacer a Trinidad Jiménez candidata por otro artículo muy socorrido, que es el 33.
Resignado a ver cómo los principales dirigentes del partido se cuadran ante el líder y corren en romería a decantarse por la ministra de Sanidad, Gómez ha tenido que confirmarse con apoyos muy singulares, como el manifestado por el diputado por Málaga José Andrés Torres Mora. El gesto de quien llegó a ser el ideólogo de Zapatero y le dio a conocer el republicanismo de Philip Pettit mientras le compraba libros para que los leyera en vacaciones sólo puede indicar que se ha convertido en uno más de los cadáveres con los que el presidente llena sus armarios.
En busca de alguna complicidad, nada más concluir la tumultuosa reunión de Moncloa en la que Tomás Gómez le dijo no a Zapatero, el secretario general del PSM telefoneó a Alfonso Guerra para hacerle partícipe de sus intenciones de seguir adelante y relatarle los detalles de su encuentro. “Pues tienes un buen lío”, dicen que le dijo Guerra.
“A Tomás Gómez no le conocían ni en su casa a la hora de comer y ahora Zapatero le ha hecho un nombre. En eso puede estarle agradecido”, remata mi interlocutor. Nuestros platos son testigos de que la merluza estaba de muerte.
Ese estilo de «maniobras poco edificantes» es un clásico dentro del PSOE que conocen bien quienes las han padecido en sus carnes. Sine nobilitate y sine vergüenza torera. Hasta hay miembros entre sus filas que se avergüenzan, seguramente porque aún les queda algo de pudor.
Me alegro de que la meluza fuera mortal de buena. Eso le confiere a usted más credibilidad, admirado Escudier.
Brutal
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