1 DE MAYO
El Primero de mayo en el que el coronavirus lo cambió todo
- El coronavirus ha revalorizado las profesiones relacionadas con los cuidados
- El teletrabajo se ha impuesto, pero los expertos avisan de que requiere toda una nueva cultura del trabajo
El escritor Albert Camus advirtió en La peste de que el modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. Antes de la covid-19, en Madrid se trabajaba mucho, se amaba con Orgullo y se moría poco y en la intimidad. Pero el pasado marzo, el virus convirtió la capital de España en un lugar donde se produce menos o desde casa, donde está prohibido abrazar y donde se muere tanto que un lugar de ocio como el Palacio de Hielo, hoy ya cerrado, se convirtió en una morgue. El coronavirus lo ha cambiado todo, también el mundo del trabajo y nadie tiene la certeza de que vaya a ser para mejor.
Lo único claro es que la pandemia ha traído incertidumbre. A ciencia cierta, nadie es capaz de prever lo que pasará después. El coronavirus puede derivar en el refuerzo del sentimiento comunitario o desembocar en una nueva “doctrina del shock”, donde el miedo acabe por ser un facilitador para aceptar medidas más restrictivas. El Gobierno español ha estado luchando a la vez contra la crisis sanitaria y contra la crisis social y económica que vendrá después. El objetivo es que tome forma de V y no de L. Para ello, tras las primeras medidas sanitarias vinieron las económicas: la facilitación de los ERTE, y en la primera semana de abril la paralización de las actividades no esenciales, entre otras muchas. En las próximas semanas, la actividad irá despertando.
Una revalorización del trabajo
Pero el miedo que desató el coronavirus, ha tenido una cara B: ha devuelto al mundo del trabajo al primer plano. Los discursos sobre los jóvenes emprendedores y los hombres hechos a sí mismos han dado paso a los aplausos a los médicos y enfermeras que trabajan en hospitales públicos, a las cajeras y limpiadoras precarias o a las mujeres que cuidan en la economía sumergida. “Es el trabajo y los trabajadores los que sostienen el país. Para poder vivir hacen falta trabajos que no tienen un estatus social muy alto”, explica Carlos Gutiérrez Calderón, secretario de Juventud y Nuevas Realidades del Trabajo de Comisiones Obreras (CCOO).
Como ejemplo, el trabajo de Valentina, una de las limpiadoras del Congreso, que el pasado 18 de marzo salió de su anonimato y robó aplausos al presidente del Gobierno tras desinfectar la tribuna de oradores en medio de un pleno. Si durante años los ciudadanos habían estado exigiendo mayor limpieza en las instituciones españolas, en ese momento comenzó a apreciarse la importancia de la literalidad.
Esta revalorización del trabajo se ha puesto de manifiesto especialmente en el plano de los cuidados, que están en muchos casos mal pagados o fuera del sistema productivo. A mediados de mayo, los padres se encontraron con sus hijos en casa tras el cierre de los colegios y sin la posibilidad de recurrir a los abuelos, confinados en sus casas al ser población de riesgo.
Los cuidados en el caso de mayores y dependientes también han pasado a primer plano. La falta de medios en residencias ha dado como resultado cifras trágicas de muertos en estos centros, en los que la enfermedad ha encontrado a sus víctimas más vulnerables. Los sindicatos CCOO y UGT ya han pedido auditorías sanitarias y en materia de dependencia para conocer exactamente qué ha ocurrido.
Durante estos días no solo ha habido aplausos para trabajadores, también hubo reproches (al menos, en las redes sociales) para aquellos empresarios que el primer lunes tras el decreto del estado de alarma obligaron a ir a desplazarse a sus empleados, aunque sus labores no fueran esenciales.
El salto con pértiga al teletrabajo
A María (nombre ficticio) se le ha caído la digitalización encima prácticamente de un día para otro. Ha pasado de dar clases en un instituto de Madrid a subir lecciones y sus deberes a una plataforma. Si ya es difícil que los adolescentes participen en clase, más improbable es aún que le manden sus dudas por mail. Ahora en casa trabaja muchas más horas corrigiendo trabajos uno a uno que cuando explicaba la lección para una veintena. En casa también tiene que hacerse cargo de sus hijos a los que oye al otro lado de la pared cuando los cuida su padre o cuando corren a aporrear la puerta de su despacho.
Esta profesora ha conseguido autorregularse y, desde luego, sus tareas no acaban a las 15 h. Tampoco está segura de que todos los alumnos tengan en casa un portátil, conexión a internet, padres que puedan ayudarles si no se apañan o un escritorio en una habitación silenciosa en la que puedan estudiar. Teme que la pidan que suba algún vídeo para sus alumnos. No está segura de que quiera ceder su imagen ni acabar en una plataforma de vídeo. Ella trabaja para la administración y tiene, por tanto, un ‘jefe’ con capacidad de acción, no como otros familiares, que trabajan en pymes, microempresas o son autónomos. Se siente, en definitiva, una privilegiada sumida en el caos.
El pasado marzo, la administración y muchas empresas tuvieron que dar un acelerón en la digitalización y adaptar en unos días un plan que requiere años. Las cifras dan buena cuenta de la urgente necesidad. Durante la primera semana de confinamiento, el Gobierno anunció 250 millones de euros para facilitar “la adaptación de las pymes a entornos digitales y soluciones de trabajo no presenciales a través de proyectos de I+D+I o adquisición de equipamiento”, tal y como informó Moncloa. El ingenio no solo se ha tenido que agudizar, sino también apresurar. Como prueba, la crisis del coronavirus ha dejado en su lista de inventos el primer respirador de campaña fabricado en 3D.
“No estábamos preparados, ni a nivel tecnológico, ni cultural. En España, la cultura del presentismo es muy potente en las empresas, eso es un impedimento al desarrollo”, asegura el sindicalista Carlos Gutiérrez Durante años, el teletrabajo ha sido una reivindicación que ha costado materializar. Ahora, ha llegado a la fuerza: “Se han dado cuenta de que se tiene que avanzar tecnológicamente y que ponerlo en marcha no hace caer el trabajo, pero tampoco es buena la desconexión total de los centros de trabajo, la pérdida de socialización”, recuerda el sindicalista.
En este camino hacia la digitalización, la sociedad ha tropezado con las primeras piedras. “El coronavius ha demostrado que el teletrabajo es alternativa, aunque no estábamos preparados”, coincide José Varela, responsable de Digitalización de UGT, que se muestra escéptico con que el modelo se quede tras la crisis.
Aún hay dificultades. La primera es que hay oficios que no son ‘teletrabajables’ y algunos se han revelado imprescindibles. La segunda, no todos los trabajadores tienen conocimientos suficientes. “El 33% de los trabajadores españoles no sabe utilizar un correo electrónico”, asegura Varela. Según UGT, el 40% de los parados no tiene ninguna competencia informática y más de la mitad de la población española solo acredita competencias digitales básicas (54%).
La segunda piedra es menos visible: en España no todo el mundo usa internet. Según el INE, en 2019, el 90,7% de la población de 16 a 74 años ha utilizado Internet en los últimos tres meses, lo que deja a un 9,3% fuera de el universo digital, una minoría.
“Se van a generar más desigualdades, no a todo el mundo se facilita un ordenador personal, un móvil, datos, nos vamos a encontrar con estas desigualdades. Además, van a presuponer que tienes los conocimientos y no todo el mundo tiene un espacio para trabajar”, explica Laura Lorenzo Carrascosa, profesora en la Universidad Carlos III de Madrid y doctora en Sociología experta en salud y población.
Varela recuerda que el salario también puede ser un agrandador de la brecha digital. Con un sueldo que roce el Salario Mínimo Interprofesional rara vez el trabajador tendrá una casa que permita reservarse un despacho ,con una zona con luz solar o medios ergonómicos adecuados. Mucho menos cuidar otras recomendaciones como que la mesa del despacho tenga acabado mate.
Toda una nueva cultura del trabajo
Teletrabajar no es solo trabajar con un portátil. En torno a él surgen muchas preguntas. La primera: de quién debe ser ese portátil, quién debe pagar la conexión a internet o la línea de móvil desde la que el empleado atiende a clientes y jefes. También quién es el responsable de garantizar la confidencialidad y la seguridad de los datos de los clientes y quién es el responsable si hay algún problema. “El teletrabajo o trabajo digital es un departamento estratégico y está en cada uno de los niveles sobre los que hay que reflexionar: desde la tecnología al departamento jurídico para que todas las garantías estén cubiertas, recursos humanos, formación o en cómo formamos a nuestros líderes”, asegura Mar Sabadell, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Todos los expertos insisten en una materia que suele pasarse por alto: la formación.
El “trabajo a distancia” está regulado en el artículo 13 del Estatuto de los Trabajadores, que exige “los mismos derechos que los que prestan sus servicios en el centro de trabajo de la empresa, salvo aquéllos que sean inherentes a la realización de la prestación laboral en el mismo de manera presencial”. Existe en el domicilio, en telecentro o por el móvil.
El teletrabajo tiene sus riesgos propios, que pueden ser trastornos muscoesqueléticos, fatiga visual o el estrés. Convenios colectivos como el de la familia Telefónica prevén que, en materia de seguridad y salud laboral y de prevención de riesgos laborales, los técnicos y delegados de prevención pueda acceder al domicilio del trabajador y “previa notificación a la persona interesada con 48 horas de antelación” accedan a comprobar si desarrolla su trabajo en condiciones saludables.
Mar Sabadell insiste en que teletrabajar exige una “nueva forma de entender cómo nos relacionamos en el trabajo”. Esto se traduce en cambiar en tener una mayor confianza en los equipos, que trabajan descentralizados: La idea de control sirve para una cadena de producción, pero en la era digital la creatividad cobra importancia. Hay que superar la idea de control físico, aunque los datos queden registrados”.
Convertir el hogar en el lugar de trabajo tiene muchas repercusiones sobre el individuo. Se vuelve más difícil desconectar y se corre el riesgo de que no acaben los horarios. A veces trabajas en la misma habitación en la que comes o en la que duermes. “El trabajador se encuentra en un doble rol. El de madre y trabajadora o el de madre y cuidadora de personas mayores. Tus familiares se creen que porque estás en casa puedes hacer las tareas del hogar o atender al señor de la caldera. Hay un bombardeo de demandas que no siempre se pueden conciliar”, advierte Sabadell.
El teletrabajo exigirá mucha reflexión, especialmente en la parte de socialización: “Puede perderse calidad en las relaciones y de los vínculos personales .Vamos a necesitar plantear una reflexión. Si estás mucho tiempo trabajando en el hogar, te centras en los problemas de tu casa, de tu grupo familiar. No te preocupa, por ejemplo, que haya un comedor en la empresa”, argumenta Laura Lorenzo.
Para todos los entrevistados, la covid-19 lo cambiará todo. Ha empujado el límite de lo posible hacia la digitalización, pero hay otro factor que no se debe subestimar: la resistencia al cambio.