En vez de imitar a Cristiano cuando recogió el Balón de Oro -¡uuuuh!-, el Ministro de Hacienda debería ser menos estentóreo, dejar de sacar pecho y cumplir mejor las obligaciones de su cargo. En vez de decir que la lista de depositantes en una filial suiza del HSBC suministrada por Hervé Falciani es sólo un “aperitivo” comparada con la artillería que tiene su Departamento para, supuestamente, destruir el fraude fiscal, quizás el señor Montoro debería ser más ponderado y compartir ese refrigerio que es la antesala del almuerzo con los representantes de los ciudadanos en el Congreso de los Diputados. Y, por supuesto, pagar la ronda que los amigos esperan de un compañero tan rumboso y estupendo. Por razón de su oficio (yo incluso diría que por su extrovertida naturaleza y locuacidad tropical), el señor Montoro ha de buscar, sin prisa pero sin pausa, un huequecito en su agenda para informar y explicar algunas cosas a los contribuyentes.
Y, dada la envergadura del asunto y su impacto en la política fiscal del Gobierno, creo que no sería suficiente que el "aperitivo" lo degustará un vicario del gran superintendente fiscal de Rajoy. Montoro debe dar la cara sin intermediarios, sobre todo porque, ayer, anunció posibles acciones del Estado contra el HSBC por fraude fiscal y blanqueo de capitales, lo que, dicho sea de paso, pone en solfa la potencia de la artillería pesada de la que presume más que sir Francis Drake. Montoro será bien recibido en la Carrera de San Jerónimo, aunque vaya sin el loro en el hombro, el cabello huérfano del romántico pañuelo de cuadros y los dos ojos libres de parches. No necesita demostrarnos que es un intrépido bucanero que se da al abordaje de lujosos navíos de contrabando. Nos basta que sea el policía discreto de nuestros dineros.
Las derivadas administrativas de la lista Falciani ya fueron en su día muy bien iluminadas en cuartopoder.es por Francisco de la Torre, Inspector de Hacienda del Estado. La respuesta de la Agencia Tributaria se limitó a requerir a algunas de las personas que figuraban en la lista para que, de forma extemporánea pero voluntaria, se pusieran –si no lo habían hecho ya- a bien con Hacienda y cumplieran su obligación de presentar la correspondiente declaración. Las autoridades oficiales de la época –corría la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero- pudieron incluir a esas personas en los planes de inspección fiscal, pero no lo hicieron. Simplemente, como se ha dicho, les “sugirieron” saldar sus cuentas pendientes con el fisco de forma voluntaria. Al abrir la mano, indicar de forma más o menos implícita la vía de las declaraciones complementarias y renunciar de momento a la inspección tributaria, el Gobierno obstruyó la posibilidad de llevar a la jurisdicción penal a los eventuales defraudadores de mayor nivel y quizás también a exigir las pertinentes sanciones administrativas. Incluso se discutió entonces sobre la dudosa eficacia interruptiva de la prescripción que tenían unas comunicaciones de la Agencia “singularmente amistosas”. Se habló de trato de favor, pero lo más probable es que la timidez gubernamental se debiera a motivos de incertidumbre jurídica y prudencia administrativa. Al fin y al cabo la información tenía un origen irregular –por no decir otra cosa- y su eficacia como prueba válida para depurar responsabilidades (penales y administrativas) estaba en entredicho por la doctrina del fruto del árbol envenenado. Además, ¿disponen de la imprescindible capacidad la Administración y los tribunales de justicia españoles para enfrentarse de forma concentrada en el tiempo a un potencial fraude masivo y de enorme cuantía?
Así discurrieron las cosas en el año 2010. Pero, en ningún caso, ese discurso puso el punto final al problema de la lista Falciani. Cristóbal Montoro no es responsable de lo que hizo en su día el Gobierno socialista, pero sí es el heredero de los expedientes que le entregaron sus antecesores, aparte de ser el autor directo de algunas iniciativas probablemente no desconectadas en la práctica de la famosa lista, como la llamada amnistía fiscal de 2012. Los datos que obran en poder de la Agencia Tributaria están sujetos a los deberes de sigilo y confidencialidad. Sería ridículo pedirle al ministro de Hacienda que comparezca en el Parlamento para que detalle, con nombre y apellidos, todas las actuaciones realizadas por su Departamento cerca de las personas, residentes en España, denunciadas por Falciani.
Pero, sin necesidad de rendir cuentas desagregadas, es evidente que la trascendencia económica del caso obliga al ministro de Hacienda a ofrecer a la representación popular la información que requiere la satisfacción del interés general. Montoro, según mi modesta opinión, tiene que despejar algunos interrogantes, como:
1.- ¿Cuántos son los contribuyentes al fisco español que han tenido cuentas opacas en las filiales suizas del HSBC?
2.- ¿Cuántos de esos contribuyentes recibieron las famosas “cartas” de la Agencia Tributaria en 2010 y, en su caso, después?
3.- ¿Qué actuaciones de investigación y comprobación ha emprendido la Agencia en relación con este caso?
4.- ¿Cuál es el número de expedientes incoados por posible infracción tributaría, y qué sanciones se han impuesto?
5.- ¿En qué ocasiones se ha pasado el correspondiente tanto de culpa al Ministerio Fiscal para estudiar la presentación de posibles querellas?
6.- ¿Cuál ha sido el papel de la Abogacía del Estado?
7.- ¿Cuál es el monto de la recaudación tributaria que, hasta la fecha, ha producido la información de Falciani?
No creo que sea demasiado pedir que, sin necesidad de entrar en detalles, el ministro suministre al Parlamento la información de conjunto imprescindible para que los ciudadanos tengan una visión clara y fidedigna del quebranto –y de las actividades del Estado para su posible reparación- que los titulares de las cuentas suizas del HSBC han originado a la caja de todos. No creo que esa información pueda perturbar en absoluto las actuaciones en curso, así como las futuras, de la Hacienda Pública para castigar el fraude. No se trata de amargarle el “aperitivo” al señor Montoro. Por el bien de todos, sólo cabe desearle que, sin aspavientos, cumpla las leyes, asuma su responsabilidad política y, naturalmente, tenga una buena digestión. Y que -las cosas son como son y uno debe rendirse a la evidencia- resigne su orgullo viril y le deje expedito a Cristiano el monopolio del papel de King Kong.
Coda
Que no se me olvide la pregunta del millón al señor Montoro: ¿cuántos "prisioneros" de la lista Falciani lavaron su pecado original gracias a la amnistía de 2012?
Gran artículo!