Mariano Rajoy es un trabajador. El más alto de los que tiene en su plantilla el Partido Popular, pero su elevada posición no desmiente su condición laboral: el señor Rajoy es un empleado de Génova 13. Sus retribuciones tienen la naturaleza de rendimientos del trabajo y, como tales, están sujetas al Impuesto sobre la Renta. Luis Bárcenas ha afirmado, a la prensa y al juez de instrucción, que durante muchos años pagó sobresueldos a Rajoy y a otros dirigentes del Partido extraídos de su caja B. El apodado por los suyos Luis el Cabrón ha declarado la guerra a Rajoy, pero en el entorno popular hay una cuestión pacífica. Por unanimidad. Sean irregulares o no los llamados sobresueldos, todos admiten que existieron y que tenían la consideración de rentas del trabajo. Eso está muy claro, aunque la artillería dialéctica del Partido Popular para justificar la falta de sujeción fiscal de dichos ingresos ha sido tan abigarrada y voluble como huérfana de precisión. Han desfilado, uno detrás de otro, conceptos exculpatorios más variados que los sombreros de la reina Isabel de Inglaterra: dietas, gastos de representación, complementos…Todo menos la palabra “sueldo”. Pero, insisto: la polisemia de Génova 13 nunca había trascendido la familia de los rendimientos laborales.
Hasta el 1 de agosto de 2013. En sus cuartillas leídas en el Senado (prueba de que el lector era enteramente consciente de lo que decía), Mariano Rajoy admitió que, “como en todos sitios”, en el Partido Popular se pagaban suplidos por gastos “inherentes al cargo”. Algo verdaderamente muy extraño, pues un trabajador, que yo sepa, casi nunca adelanta de su bolsillo suplidos que corresponden a su empresa ni, por tanto, ésta debe reembolsarle su importe. Para mayor perplejidad, los suplidos, en contra de lo que dice Rajoy, tampoco tienen la función de compensar los gastos propios del cargo o empleo desempeñado en la organización de la empresa. En suma: los suplidos son un concepto ajeno a la relación de trabajo, incluida la alta dirección laboral, que tiene una gama de retribuciones específicas (pluses por productividad, gastos de representación, dietas…) incompatibles con los suplidos. Por la sencilla razón de que estos últimos presuponen una mediación de pago, anómala y en cualquier caso ajena a las obligaciones y deberes de un empleado. ¿Por qué razón Rajoy compareció en el Senado vestido con la toga de los intermediarios? ¿Fue –quizás- para advertirnos de su papel de simple mandatario (no de la soberanía popular, sino de terceros), de que él actuaba por cuenta y en nombre y representación de otros? Vistas así, las peripecias del Partido Popular reveladas por Bárcenas adquieren un cariz mercantil pero que muy interesante.
Los únicos que facturan “suplidos” son los empresarios o los profesionales. Por mandato expreso de su cliente y actuando en su nombre y por su cuenta, el profesional adelanta y paga ciertos gastos de aquél y posteriormente exige su reembolso. El suplido es un favor comercial. Es una gestión de pago que sólo se hace a los clientes de confianza, a las personas que sin duda ninguna van a devolver el adelanto de fondos y, por supuesto, gratificarán espléndidamente –más allá de la mediación de pago- los servicios específicos del profesional. El gestor de negocios ajenos reclama su paga de mercenario: “cien pesetas por pólizas y timbres suplidos”, rezaba el viejo refranero burocrático. “Suplir” –dice también el María Moliner- es “hacer una persona el papel de otra que falta”.
Luis el Cabrón ha venido a decir que el Partido Popular tenía una máquina estampadora de pólizas y timbres oficiales. Algunos contratistas se pirraban por ver una de esas pólizas en el documento en el que se les adjudicaba una obra o un servicio público. Tanto les gustaba el timbre oficial que resarcían divinamente a don Luis los costes de su favor y no se olvidaban tampoco de los trabajos (incluidos los gastos anticipados) realizados por los altos directivos de la gestoría de la gaviota. O sea, que puede que Rajoy haya dicho una medio verdad y hace unos años cobrara aranceles como registrador y suplidos como ministro. La otra mitad indivisa de la verdad sería desvelar los nombres de los clientes, los titulares que faltan, los que encargan los trabajos a sus suplentes del Partido Popular (según Bárcenas). Todo llegará. Pero no hay que ponerse nerviosos. Recuerden el lema favorito del Generalísimo: “sin prisa pero sin pausa”. Si los ciudadanos hemos esperado la intemerata a que el gran suplente deletreara la palabra bár-ce-nas, imaginen…Nos quedan la prórroga y los penaltis. Y, con tanto aforado de por medio, con el arbitraje forzoso del Tribunal Supremo. Supongo.