El IVA feroz

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Rajoy, durante su intervención de ayer miércoles, día 11, en el Pleno del Congreso. / la-moncloa.gob.es

Las empresas ingresan en el Tesoro las cuotas del IVA repercutidas a sus clientes a muy corto plazo. Las “grandes” (una categoría que no siempre es real pero que se acomoda de maravilla a los objetivos legales que persigue el Impuesto) pagan el IVA con periodicidad mensual. El resto de empresas y los profesionales lo hacen cada trimestre. Debido a su eficacia instantánea al Gobierno le basta con imprimir en el BOE las subidas de los tipos del IVA para, en principio, consumar de forma automática y casi inmediata los incrementos de la recaudación fiscal que pretende. Por eso Mariano Rajoy tenía ayer en el Congreso de los Diputados la cara de confianza en sí mismo que exhiben los futbolistas que van a tirar un penalti (sin portero) y la mirada indiferente del oficial que manda un pelotón de ejecución. Dio la orden de abrir fuego y subió tres puntos (del 18% al 21%) el tipo ordinario del IVA y dos (del 8% al 10%) el tipo reducido. Si hubiera sido un poco más sofisticado (y también más equitativo), Rajoy habría llevado en su programa electoral la reforma urgente del sistema de financiación autonómica –mostrando de paso algo de coherencia en sus acusaciones a los poderes territoriales- para repartir las cargas de la crisis. Con ello habría garantizado a las arcas públicas un umbral recaudatorio suficiente por los impuestos que gravan el patrimonio, las herencias y las donaciones. Pero esa medida exigía tiempo, corazón y cabeza. Lo más fácil para los intereses del Gobierno era subir el IVA y, pese a sus constantes desmentidos, es lo que ha terminado haciendo. Pero este aparente punto final será también el punto de inicio de numerosos problemas.

La recesión ha situado la elasticidad de la demanda interna bajo mínimos. Si al desempleo masivo, los ajustes de salarios en el sector privado y la desconfianza en el futuro, el Gobierno le añade ahora la fórmula combinada de más restricciones -sobre las ya decretadas en la primavera de 2010- en el sector público (reducción de los haberes de los funcionarios) y subida general del IVA, habrá echado más leña al fuego. Las consecuencias previsibles serán: menos consumo, mayor desempleo y más contracción de la oferta de bienes y servicios para eliminar los excesos de capacidad productiva (y nuevos cierres de empresas). Es decir, deprimiremos ya del todo la actividad económica y a no mucho tardar el incremento del IVA conseguirá el efecto contrario al que se pretendía: bajar aún más el nivel de recaudación tributaria. No deja de ser un sarcasmo que los que habían depositado su fe de carboneros en los prodigios de la famosa Curva de Laffer apostaten de sus creencias nada más tomar los mandos de la nave del Gobierno.

Las clases medias asalariadas soportan, en régimen de monopolio, la imposición personal. Tienen el copyright del Impuesto sobre la Renta porque las clases acomodadas evaden con facilidad el Impuesto y los pobres no tienen ingresos superiores al umbral mínimo de tributación. Los recargos extraordinarios del Impuesto sobre la Renta para 2012 y 2013 y ahora los incrementos en los tipos del IVA van a pauperizar todavía más a las clases medias, sometidas a un proceso de doble tributación. La pérdida gradual de sus ahorros hará que un porcentaje superior de la renta ganada (sujeta al IRPF) entre por un lado y salga inmediatamente por otro como renta gastada (sujeta al IVA) para atender las necesidades de consumo de las personas que, en teoría, constituyen el nervio económico y social de este país. La falta de equidad y la regresión fiscal suben así otro peldaño. ¿Y los pobres? El Gobierno ha tenido el detalle de mantener el tipo superreducido (el 4%) del IVA, que recae sobre los productos básicos. Pero los efectos redistributivos del sistema económico sólo benefician a los pobres cuando proceden del gasto público. Si esa pared se derrumba y deja de asignar recursos compensatorios (ahora le toca a las prestaciones por desempleo) a los pobres de solemnidad, está más claro que el agua que hemos vuelto a la España de Carpanta.

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