Es una anécdota sin apenas importancia. Pero, como me gustan las contradicciones y esa minucia no es una línea recta, voy a navegar un poco por sus meandros. La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, ha introducido en su pequeño círculo de poder a varios judíos prominentes de su máxima confianza. Como su canciller, Héctor Timerman. El ministro de Exteriores argentino es hijo del famoso director de La Opinión, Jacobo Timerman, que en 1928 huyó de Ucrania y se instaló con sus padres en El Once, el barrio de Buenos Aires que dio cobijo a los fugitivos de la judería rusa y centroeuropea. Otro que puede contarlo gracias a la generosidad argentina –lo siento mucho por la indirecta, Brufau- es el omnipotente viceministro de Economía, Axel Kicillof, biznieto de un gran rabino de Odesa. No son nada exóticas estas sagas familiares en el antiguo Virreinato de La Plata, pues, como me dijo hace mucho tiempo una buena amiga argentina, casi todos sus compatriotas “son hijos de los barcos”. La existencia de esa camarilla judía en el entorno de Fernández es, como ya he señalado, sólo una anécdota. Para todo el mundo menos, quizás, para los propios efectivos de ese grupo.
No es un secreto que Cristina Fernández es peronista. Menos aún que reclama como nadie en los últimos años la herencia de Eva Perón. Quizás más. Hay muchos datos en su comportamiento, político y personal, en los que se adivina la reencarnación de la primera esposa de Juan Domingo Perón. Bien lo sabe el atribulado Brufau (repito, lo siento mucho, don Antonio). Aunque tampoco me extrañaría que el travestismo de doña Cristina no fuera más que un palíndromo de la iconografía política más sentimental. Bajo esta última perspectiva, la actual presidenta argentina sería el cónyuge supérstite, mientras que el papel de Evita lo estaría representando en realidad el difunto Néstor Kirchner. En todo caso, y ya que Repsol y el Gobierno español no pueden hacerlo, que el viudo o la viuda –quien sea- descanse en paz.
Tampoco es un secreto para nadie que el general Perón y la madre de los descamisados y aspirante a estrella de Hollywood, Eva Duarte, fueron amigos íntimos de los nazis. Sobre todo de la siguiente cuadrilla de agentes alemanes en Argentina: el millonario Rudolf Ludwig Freude y sus compinches Dörge, Von Leute y Staudt. A mediados de 1945, esos individuos resultaron cruciales para el desembarco (¡siempre los barcos!) en La Plata de los restos del tesoro nazi depositado en el Reichsbank berlinés, un cargamento de 2.511 kilogramos de oro, 4.638 quilates de diamantes, decenas de millones de dólares y otras divisas, cuadros, joyas y otros bienes robados a los judíos europeos. En cuanto al ganado personal, Perón y su mujer ordenaron la expedición de 8.000 pasaportes argentinos y 1.100 cédulas de identidad al agregado militar de la embajada alemana. Las contrapartidas a la pareja: la apertura de una cuenta bancaria en Suiza de importe desconocido. Entre 1948 y 1952 fallecieron misteriosamente los cuatro agentes alemanes en Argentina. Puede que –como ha sucedido en varias cajas de ahorro españolas- robaran para sus propios bolsillos y no para los de su partido. El caso es que en el mencionado año de 1948 aterrizó- nunca mejor dicho- el gran Otto Skorzeny y acabó poniendo un poco de orden –al estilo nazi- en las finanzas de los “refugiados” germanos. Los inmigrantes –y en ese caso eran muchos- siempre agradecen las ayudas de la familia hasta que pueden volar por su cuenta. En 1947 eran unos noventa mil los nazis que vivían sin inquietud en Argentina.
¿Todo lo anterior parece un enorme disparate, verdad? Sí, lo parece, aunque bastante menos que los increíbles e indiscutibles cincuenta millones de muertos ocasionados por el nazismo, entre ellos más de cinco millones de judíos europeos. De todas formas, lean si tienen ocasión la biografía de la señora Perón escrita por la periodista y escritora argentina Alicia Dujovne Ortiz. Encontrarán algunos datos interesantes. ¿Fantasías? Sí, desde luego, pero del fantástico historiador mexicano Enrique Krauze. En su reciente y extraordinario Redentores. Ideas y Poder en América Latina (Debate, octubre de 2011), dedica veinte páginas inigualables a Eva Duarte de Perón. En relación con los hechos narrados por Dujovne, Enrique Krauze da crédito a la opinión de que “la explosión del centro comunitario israelita acaecida en Buenos Aires en 1994 está ligada a la documentación que se estaba reuniendo en torno a las redes y manejos nazis en Argentina”.
Sea lo que fuere, el caso es que nunca se ha aclarado judicialmente quiénes fueron los autores de la matanza de la AMIA bonaerense (85 muertos y 300 heridos). Parece indudable la intervención de Irán y la complicidad o el encubrimiento del entonces presidente Carlos Menem. En 2008 éste fue procesado a instancias de Cristina Fernández de Kirchner; sin embargo, a pesar de ello, poco se ha avanzado en el proceso y parece que la iniciativa de los Kirchner fue una cortina de humo para tapar una endiablada huelga agrícola de orden interno. Salvadas las distancias reales de ese caso con el “binomio” aniversario de la guerra de las Malvinas- expropiación a Repsol de YPF, ¿no cree, señor Brufau -y por tercera y última vez le pido perdón por citarle en su amarga travesía- que no tienen el monopolio del olor a podrido el Reino Dinamarca y la casa matrimonial de alguna infanta española?
Segundas partes nunca fueron buenas. Es imposible que Cristina Elisabet Fernández de Kirchner supere algún día a su modelo Eva Duarte de Perón, de quien sus críticos llegaron a reconocer que hacía “muy mal el bien y muy bien el mal”. Evita fue una mujer perfecta e irrepetible. No sé por qué trochas cabalgará a partir de ahora el caballo de Fernández. Pero aprovecho, en estos días tan señalados para los descendientes de los restos humanos del furor más salvaje de los nazis, para enviar un saludo fraternal y transoceánico a Héctor Timerman, a Axel Kicillof, y a todos los que son como ellos. Suerte, muchachos, aunque no la merecéis.
Me corrijo: la primera esposa de Juan Domingo Perón fue Aurelia Gabriela Tizón.