En las últimas semanas la situación financiera global se ha estabilizado un tanto. La deuda española se coloca de maravilla, la prima de riesgo no provoca demasiados sobresaltos, la Bolsa sube o se mantiene y las entidades financieras incluso emiten algo de papel. Podría decirse que estamos en la antesala del crédito pero no es así. La economía no se está reactivando por el momento. Lo que ocurre es que el Banco Central Europeo (BCE) está dándole a la maquinita de fabricar billetes. Una solución para salir del paso de momento, pero que ni mucho menos arregla los problemas estructurales. Al revés.
A finales de noviembre, justo después de que Mariano Rajoy ganara las elecciones, los mercados globales estuvieron de nuevo a punto de colapsarse. Lanzaron una nueva ofensiva. Después de Grecia, la excusa fue Italia. Los ataques a la deuda soberana se llevaban por delante a las entidades financieras y tuvieron que aparecer los bancos centrales en una actuación coordinada para evitar una nueva debacle, digna de la del verano de 2007 y Lehman Brothers.
Mario Draghi decidió ignorar por completo a Ángela Merkel y rescató de facto a todo el mundo, abriendo en diciembre la primera ronda de la barra libre de liquidez. Dinero ilimitado al 1%, a devolver a 36 meses. En total, se adjudicaron 489.000 millones de euros, con los bancos españoles como los más pedigüeños, con mucha diferencia sobre los italianos.
Ese dinero lo usaron las entidades para comprar deuda a todo correr, preferentemente que venciera antes de ese plazo. Negocio redondo: se pide al 1%, se compran Letras al 4,5% (por ejemplo) y ese diferencial, directo a la cuenta de resultados.
De paso, el Tesoro respiraba, porque nada más llegar Rajoy tuvo que ver cómo se subastaban las Letras por encima de los bonos a 10 años.
La Merkel alertó mil veces a voz en gritos que el BCE no está para financiar a los estados (Quantitative Easing) pero es lo que está haciendo de manera indirecta con esa barra libre que es el LTRO (Long Term Refinancing Operation): regala el capital a la banca para que compre deuda.
Con eso, a su vez, Rajoy aprueba una línea de pagos a los acreedores de los Ayuntamientos, con una línea ICO que no es otra cosa que dinero del BCE pasado por los bancos y entregado a través de los bonos y las Letras.
Ahí tienen puestas sus esperanzas las compañías sanitarias, con más de 500 días de media de retrasos en los pagos, pero también las eléctricas, que acumulan una fuerte mora con las administraciones públicas.
Si estas mejoran, frenarán los despidos, la desolcalización y los bancos estarán menos presionados. A su vez, las entidades financieras han emitido algunas cédulas hipotecarias, también gracias al dinero del BCE. Se supone que gracias a eso, poco a poco se abrirán los mercados y, por fin, en un modo de estación término de un largo proceso, comenzará a fluir el crédito.
Todo esto es idílico, pero más vale que sea así y que la próxima subasta del miércoles 29 sea la última. Dicen que los bancos pedirán más de un billón (español) de euros.
Las economías no pueden vivir de manera ficticia del dinero que les inyecte en vena un banco central. Hasta el menos ducho en economía entiende eso. Semejante actuación, simplemente, traslada el riesgo, pero el mal sigue ahí. Primero afectó a las entidades financieras. Quebraron algunas y ya vimos la que se montó. Los países tuvieron que salir a su rescate. Después, fueron los países los que se hundieron y si España, Italia o incluso Francia no han corrido la misma suerte que Irlanda, Portugal o Grecia ha sido por los bancos centrales. Ahora, ahí andamos, sin levantar cabeza y traspasándoles todo el riesgo el BCE. ¿Alguien se imagina lo que puede pasar si hay riesgo de quiebra del BCE? El mundo occidental volvería a la edad de piedra, más o menos.