Lo ordenó Ángela Mekel y lo admitió Nicolás Sarkozy; el consejo extraordinario de jefes de Estado y de Gobierno del Eurogrupo tenía ayer prohibido fracasar. Ha cumplido, al seguir el guión previsible y previsto para frenar la hemorragia de confianza en el futuro de la unión. La cuestión formal era otra vez el segundo rescate de Grecia. Pero los problemas se habían desbordado, por lo que deberían haber tenido soluciones de mayor alcance que alargar los plazos y bajar los tipos de la deuda, solución típica de los préstamos del FMI y del Banco Mundial. Esta vez no retrocederá la cooperación ni la solidaridad, si bien tampoco avanzará la integración. La respuesta seguirá pasando factura a todos los países miembros y a la economía global, por mucho que Grecia y el euro tengan otro respiro de alivio, a la espera de que en los EEUU se imponga al menos también la sensatez del consenso para superar el actual cisne negro.
No es quitar méritos a esta cumbre, ya ganados por haberse celebrado y afrontar la especulación europesimista. Pero tampoco es para tirar cohetes. Bajar los tipos hasta el 3,5% y alargar los plazos de 7 a 15 y hasta 30 años, al margen de que evite el escenario de colapso o de precipicio forjado las últimas semanas en la Europa del Euro y los EEUU, y por supuesto que frene ahora el deterioro de Grecia y en el futuro de Irlanda y Portugal u otros países citados igualmente en el comunicado final, apenas queda en el marco de los procesos multilaterales surgidos a mediados del siglo XVII. Ese principio, que tanto ha contribuido desde entonces a las relaciones internacionales y al progreso del capitalismo, requería básicamente dos condiciones en la respuesta a la agresión contra una parte, que empezaba a ser sentida por todos: que resultara múltiple y proporcionada. Ahora se han comprometido todos. Es mas dudoso que las respuestas tengan proporción con los desafíos. Echar mano del Fondo modificado en marzo dista mucho de potenciar el proceso de integración.
Sí habla la declaración pactada de reforzar la convergencia, competitividad y gobernanza de la zona euro, además de otras medidas tendentes a reforzar el Fondo Monetario Europeo creado con otros nombres e incluso reducir la dependencia de las agencias de rating, que no tardarán en calificar lo de Grecia en suspensión de pagos causante de pérdidas a los bancos que acepten voluntariamente el canje de bonos. Pero las medidas anunciadas para Grecia, y declaradas extensibles a Portugal e Irlanda, pese a que Sarkozy declaró que sólo eran para el primer país, reafirman el cuadro trazado al empezar a debatirse el caso en mayo del 2010, cuando el dilema estaba como ahora en si Europa retrocede hacia la cooperación intergubernamental, avanza en la integración o se muestra incapaz de cualquiera de ellas. Con la lentitud que la caracteriza e incurriendo en los costes previsibles desde el inicio, se ha inclinado otra vez por la primera opción, y eso que las bazas para recomendar la segunda se han acrecentado las últimas semanas. En la disyuntiva entre la solidaridad de todos con el atacado y la responsabilidad de los participantes, al final habrá algo de redistribución de la renta. Vendrá mediante esa cooperación multilateral para evitar que la especulación contra un país genere su salida del Euro e incluso la eventual ruptura de este.
Aun cuando la opinión pública, sobre todo en Alemania y países nórdicos, haya tendido a extender la especie contraria, tal redistribución no existía en el mecanismo que ha llevado a los tres citados países a elevar el precio de sus deudas públicas hasta niveles convertidos en más insoportables por el carácter fiscalmente restrictivo de los ajustes impuestos como condición a una ayuda que apenas residía en la liquidez y no en el precio. Sin embargo, dicha creencia ha sido alentada desde el Reino Unido e incluso dentro de los 17 países miembros del eurogrupo, hasta extenderse por muchos de los 24 países europeos que hoy tienen gobiernos conservadores.
Unificarse o morir
Al contrario de cualquier idea sobre la intoxicación y el supuesto lastre de una integración que en realidad es inexistente más allá de la coordinación, el dilema al que todavía no ha querido enfrentarse el Eurogrupo es el de unificarse fiscalmente o morir más o menos lentamente. De ahí mi pesimismo sobre la posibilidad de que la cooperación sirva para neutralizar nuevos ataques contra el Euro. Hasta los grandes especuladores (Soros, Roubini, El Erian y otros responsables de grandes fondos de inversión) predican esa solución para Europa y la economía mundial desde las tribunas de la prensa, principalmente británica. Lo malo es que su disyuntiva parece correcta o al menos bien planteada, por lo que es muy probable que insistan sobre ella. Dicen que deberán tomarla los políticos. Pero saben de su incapacidad, de que les frena la dificultad de liderar una opinión pública crecientemente antieuropea. Por tanto, sus escritos suenan a sentencia contra el Euro, o al menos tienden a extender la confusión que dicen querer evitar.
Las opciones necesarias para la unión monetaria que se negaba a convertirse en union fiscal se agravaban conforme pasaban los dias, sobre todo tras la suspensión de la cumbre la pasada semana para dar tiempo a perfilar el acuerdo. Frente a la reiterada declaración del presidente Barroso y de otros lideres europeos sobre que no había mas opción que la austeridad en torno al pacto para el euro y el Fondo, la mayoría de esos líderes de la opinion euroescéptica apuntaba la necesidad de un alivio de la deuda como el que ahora se ha acordado a través del doble esfuerzo de las transferencias fiscales y la contribución de los tenedores de bonos, además de flexibilizar el Fondo y llegar a la compra de bonos en mercados secundarios. Pero en cuestión de dias hubo quienes añadieran una tercera opción: duplicar o triplicar los recursos del Fondo para dar cabida a España e Italia. Incluso hasta los que antes del inicio de la crisis del 2008 descartaban totalmente la ruptura del Euro, las pasadas semanas se cruzaban apuestas al 50% por su ruptura o la continuidad; no eran solo de ciudadanos mas o menos sorprendidos por la incapacidad política de los lideres europeos, sino incluso de Giulio Tremonti, ministro de Finanzas italiano, que llegaba a evocar la imagen del Titanic para indicar que no se salvaron ni los pasajeros de primera clase. Así parecía a algunos hasta razonable no solo la escisión, sino los default de los países perifeicos y el fin de toda la unión monetaria, presentada como necesaria para salvar la propia unión económica o mercado unitario. Era al fin el reconocimiento de la tesis que defiende desde el principio el Reino Unido, al parecer incapaz de ver que sin no puede haber mercado único sin algún tipo de unión monetaria.
Tienen razón los euroescépticos, aunque su intención sea otra. Europa solo superará esta crisis de manera sostenida en el tiempo si es capaz de reforzar su mínima capacidad de redistribución de la renta y de imponer responsabilidad a todos sus agentes, desde los que mueven esos mercados y sus medios de comunicación (centrados como la política en el nivel nacional y dando la espalda al europeo), hasta los empresarios y trabajadores o contribuyentes a quienes se remiten las facturas, incluso a los excluidos del sistema y que al fin aparecen como indignados que se manifiestan contra un pacto contra el Euro que no entienden. La alternativa no es elegir entre solidaridad y responsabilidad, sino apostar por ambas y explicar que es el precio necesario para mantener y elevar las grandes ventajas económicas de la Unión, así como evitar que quienes se benefician del mercado único (en primer lugar las exportaciones alemanas) intenten eludir esos costes, o que los benefactores de la autocracia monetaria europea sigan eludiendo los controles democráticos que generaría una opinión publica y una política realmente unidas en el nivel europeo.
Dirección del nuevo cortafuegos
El consenso alcanzado de momento va en otra dirección, aunque sea buena. Una vez admitido que el mecanismo europeo de rescate utilizado hasta ahora termina imposibilitandolo, al asfixiar con sus duras condiciones el crecimiento del país candidato, se va a una solución para Grecia similar al plan Brady norteamericano para diversos países iberoamericanos, aunque no limitado solamente a reestructurar con garantías su deuda para aliviar su carga mediante el canje, renovación o recompra de bonos griegos, sino con la promesa de un plan de reconstrucción y desarrollo de la economía griega. No obstante, este se limitará a la readjudicación de fondos estructurales para reforzar el crecimiento y la competitividad, no a lo que en los primeros borradores se llegó a denominar Plan Marshall Europeo.
Estamos todavia muy lejos de una reserva federal como la norteamericana, que garantice a toda costa la integridad frente a los ataques de los especuladores; ni tan siquiera se ha aprobado la tasa a las transacciones financieras, que apoyaban ya junto a Francia otros países, entre los que al parecer no estaba España. Pero el muro de contención para evitar el contagio ya lo tenemos delante, dispuesto a cotizar en los mercados, a los que además de las medidas de Grecia y la posibilidad de aplicar las nuevas condiciones del Fondo a Portugal e Irlanda se lanza el mensaje de elogiar el ajuste fiscal de Italia y las "ambiciosas reformas" de España en materia fiscal, estructural y financiera para evitar el contagio de la crisis de deuda de la eurozona.
"Hemos creado un sólido cortafuegos y mejores brigadas de bomberos", declaró el presidente permanente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy. Bienvenido sea. España, cuya prima de riesgo empezó la semana próxima a los 380 puntos básicos, la redujo ayer 35 puntos, hasta los 285. Lo mismo sucedió con el resto de los países de alguna forma cuestionados, comenzando por Italia, cuya prima de riesgo retrocedió hasta los 246 puntos (unos 100 menos que hace dos días), y siguiendo por Grecia (caída de 200 puntos) y Portugal (150). La bolsa de Grecia subió mas del 16% y las de Italia y Portugal cerca del 3%, al cotizar una reducción de la inestabilidad de las últimas semanas.
Si en algo soy de acuerdo con los del «15-M» es en que la inmensa mayoría son jóvenes o muy jóvenes. Los otros posibles, los mayores y su discurso no me interesan. Esos deberían de abstenerse. Nado he dicho de que deban quedarse en sus casas, no. Los mayores, yo mismo debemos apoyar en la medida de nuestras posibilidades, prro hasta ahí