Un barrio contra una orden de expulsión
A Cheikhouna lo que más le gusta del mundo es el fútbol. Senegalés de origen, siente verdadera pasión por el Barça... "y por el Txantrea", rectifica. Cheikhouna lleva el barrio pamplonés de la Txantrea muy dentro después de que un numeroso grupo de vecinos se enfrentara a las políticas migratorias estatales y europeas y consiguiera que este senegalés de 36 años se quede en el barrio.
Cheikhouna llegó a Pamplona hace casi 12 años. Llegó, junto a otros senegaleses, en una barca (cayuco) que se quedó varado en medio del mar, sin gasolina. Tuvieron que ser rescatados. Al llegar a Pamplona se dedicó a vender pulseras, algo de ropa, complementos... por varios bares y sociedades de la ciudad. Y así los vecinos de la Txantrea conocieron a Cheikhouna.
"Estábamos en un bar y llegó a vendernos algo. Era invierno y venía helado de frío así que le invitamos a un café y empezamos a hablar", recuerda Raúl (Buti, "de butifarra", aclara). El relato de este vecino se mezcla con el de otros vecinos que han estado al lado de Cheikhouna antes, durante y después de que en junio de 2016 llegara una orden de expulsión que le subiría a uno de los 'vuelos de la vergüenza' de vuelta a Senegal. Todos tienen un recuerdo con este joven de 36 años, porque todos han participado de una u otra manera en que Cheikhouna se quede en la Txantrea.
Y ahora todos celebran alrededor de una mesa que Cheikhouna seguirá entre los vecinos. Huele a comida senegalesa, cuidadosamente preparada por las 'beltzas' de Flor de África, una asociación de mujeres africanas que une mujer, tradición e integración. También huele a picante, a un ungüento amarillo que invitan a probar, con cuidado porque pica tanto como parece.
Celebran que desde hace más de medio año Cheikhouna consiguió ese papel que, según las leyes de extranjería vigentes, es esencial para mantenerte en un país como España: un contrato de trabajo. Celebran que desde entonces la orden de expulsión de Cheikhouna se paralizó mediante un esfuerzo colectivo. "Entre todos los vecinos nos pusimos a buscar un trabajo para él, para conseguir que se quedara aquí", apunta Raúl.
"La cuadrilla de Cheikhouna", como así se autoproclamaron en las puertas del juicio que decidiría su futuro, se movilizó para intentar encontrarle un trabajo. También para ayudarle en lo que necesitara, en uno de los barrios más humildes de Pamplona, donde las nuevas construcciones se alternan con las casas bajas y antiguas heredadas del franquismo. Fueron los artífices de unas camisetas en las que un dibujo de Cheikhouna aparece ataviado con una txapela y, alrededor, la inscripción "black power". Unas camisetas que, reconoce el senegalés, ha visto "vestir a más de un vecino en este tiempo". "Es un icono en el barrio", apuntan los vecinos que le rodean.
En diciembre de 2015 Cheikhouna fue detenido por la Policía Municipal de Pamplona mientras vendía de bar en bar algunas prendas de ropa. Los agentes le pidieron los papeles y reconoció que no los tenía. Seis meses después, en junio de 2016, llegó la orden de expulsión durante un año a su país. Y el nombre de Cheikhouna comenzó a ser aupado en todos los ámbitos para visibilizar su caso, que es el esquema de la historia de otros cientos de senegaleses.
En el juicio que decidiría su futuro apelaron al arraigo de Cheikhouna a esta tierra y sobre todo a este barrio. Cheikhouna habla un castellano bastante fluido. También sabe decir algo en euskera. El arraigo suficiente para vestirse el peto de la Korrika, una carrera reivindicativa por el euskera, y hacer unos cuantos kilómetros con el lekuko (testigo). El arraigo suficiente también como para que cientos de vecinos se echaran a la calle en una manifestación que exigía la paralización de la orden de expulsión.
Al final le salvó un contrato "que costó conseguir", porque es "difícil" conseguirlos para una persona que no tiene papeles. Pero sin un contrato, Cheikhouna tampoco podía conseguir un estatus que le permitiera vivir tranquilo.
El fútbol le rodea a cada paso. Sus amigos reconocen que en Senegal se siente verdadera pasión por ese deporte. Un deporte del que también ha recibido apoyos, a través de Iñaki Williams, jugador del Athletic Club de Bilbao y que fuera vecino de la Rochapea. Ahora, con sus papeles en regla, podrá seguir yendo a los partidos del Sadar, cuando el Barça visite a Osasuna y rememorar el primero al que llevaron. "Nos lo llevamos a la grada de Osasuna y a cada gol nuestro le manteábamos para picarle", recuerdan sus vecinos. Esos que ya son su cuadrilla y su familia.