TEATRO
Aquellos maravillosos años del PP
- La obra 'Sueños y visiones de Rodrigo Rato' se reestrena en el Teatro Kamikaze de Madrid hasta el 19 de noviembre
- Rodrigo se convierte en el payaso triste, del que el auditorio se ríe muy a su pesar, de sus desgracias
- Si gobernaran, pasará mucho tiempo hasta que, desde el futuro, se pueda mirar el presente con un tono cómico
La obra Sueños y visiones de Rodrigo Rato, que se reestrena en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid y estará en cartel hasta el 19 de noviembre, tiene algo de enigmático, algo que me inquietó como espectador y me dejó expectante. Antes de intentar explicarlo, recomendación: vayan a verla. El trabajo actoral de dos únicos actores, Juan Ceacero y Javier Lara, es formidable. Con un buen trabajo gestual y la dirección de Raquel Alarcón consiguen, solo con unas cuantas butacas y pocos elementos más sobre el escenario, construir una historia por la que pasan diversos personajes clave en la vida del exdirector del FMI y expresidiario Rato. Logran relatar el paso del tiempo. La innovadora dramaturgia, que mezcla hechos reales con los puntos vacíos inventados, a manos de Roberto Martín Maiztegui y Pablo Remón.
Aquellos maravillosos años, en los que la derecha española construía desde los posos del franquismo un partido de aspecto moderno, que pretendía homologarse a los conservadores europeos pero que, en realidad, ansiaba como referente el olor neocon estadounidense. Aquellos maravillosos años que se desenlazaron al más puro estilo español: robar a manos llenas e intentar soliviantar el conflicto cargándolo sobre los hombros de los amiguetes del poder judicial. Tan actual.
Tal es así que, en la obra, un Rato desmoralizado tras declarar por el caso de las tarjetas black, el otrora todopoderoso presidente de Bankia, el autor del milagro español, se encuentra chocándose con el sentido de la vida en un taxi de Madrid. Y ve llegar el pasado, como un fantasma, y contempla el futuro como un precipicio de una altura considerable y se acojona. No sabe el personaje que, pocos días antes de la reposición en el teatro, el protagonista de carne y hueso abandonaba la prisión tras habérsele concedido el tercer grado. Otro más.
Como si el ímpetu del destino estuviera grabado a fuego, en el escenario se bucea en el pasado familiar de uno de los vicepresidentes de José María Aznar, resulta que su padre también visitó la celda por esa costumbre arraigada por la derecha española (también alguna autodenominada izquierda): robar, o evadir capitales en suiza. Aznar, precisamente, aparece con Rato en distintas escenas en las que pasan de ser uña y carne a distanciarse política y personalmente, hasta tal punto que el primero, mosqueado por el segundo que no veía con buenos ojos la participación española en la invasión de Irak, le va alejando de su lado hasta elegir como su sucesor al frente del partido y como candidato a la Presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy. Aquella libretita azul.
Aznar y Rato, Rato y Aznar. El primero, parodiado, tirando de la técnica del clown, juega a ser el payaso alegre, el que es feliz haciendo reír al público, el triunfador. Rodrigo, por su parte, se convierte en el payaso triste, del que el auditorio se ríe muy a su pesar, de sus desgracias. Un personaje atormentado, que no se atreve a imponer su personalidad por encima de la de su amigo, que la decisión que toma es no tomar ninguna, que acaba de presidente de Bankia, la cual más tarde sería rescatada por el Estado ante la quiebra inminente, hoy, una vez salvada con dinero público, absorbida por CaixaBank. El perdedor Rodrigo.
La obra tiene numerosas escenas cómicas, aunque profundiza en temas trágicos: la soledad, el paso del tiempo, los sueños que nunca se habrán de cumplir, la vejez, la derrota, las miserias humanas. No les desvelo nada, vayan a verla. Y el final es apoteósico, ¿quién será el alter ego del que fuera reputado economista? Aquellos maravillosos años. Un documento teatral que desglosa buena parte de la historia política española de las últimas décadas, poniendo la lupa en lo que ocurrió desde mediados de los 90 hasta ya empezado el nuevo siglo.
Y ahora, lo inquietante. Puede ser porque predomina en nuestro subconsciente el "cualquiera tiempo pasado fue mejor", también es, desde luego, por la labor catárquica del teatro que hace bella la historia más reprobable y el buen hacer de este equipo artístico. Todo eso está en la obra. Pero, sin lugar a dudas, para mí, lo enigmático se encuentra en descifrar por qué el público puede llegar a empatizar, a estar a gusto, sentirse cómodo e incluso a tomar cariño a los personajes, visualizando las conductas tan mezquinas de los dirigentes neocon españoles de aquel momento que tan malas consecuencias tuvieron para la plebe.
Y he aquí la tragedia. Levantando la vista del escenario y volviéndola a la realidad, observando los comportamientos de las actuales derechas y ultraderechas, no podemos asegurar que, en el futuro, cuando unos grandes dramaturgos, directora y actores vengan a contarnos la historia de los actuales dirigentes, puedan sonsacarnos una sonrisa. La derecha que robaba, ese PP tan instaurado en buenas capas de la sociedad, se desvanece. Robarán en el futuro, puede que, incluso, ya estén robando. Pero la deriva hacia la que quieren dirigir a la sociedad convierte la corrupción en un problema menor. Pronuncian discursos violentos, quieren eliminar al adversario e imponer su unívoca visión del mundo. Si gobernaran, y lo hicieran según prometen, pasará mucho tiempo hasta que, desde el futuro, se pueda mirar el presente con un tono cómico.
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