La historia de la mujer, joven, precaria y migrante que desafió a su jefe
- Hablamos con Daria Bogdanska, autora del cómic 'Esclavos del trabajo' (Astiberri, 2018).
- “Creo que mi generación está cansada de ser tratada como una fuerza de trabajo esclava, temporal y prescindible”.
Daria es mujer. Daria es joven. Daria es polaca. Daria un día cogió su maleta y se fue a la ciudad sueca de Malmö. Daria encontró un trabajo sin contrato. Daria se sintió decepcionada, engañada y exhausta. Daria lo ha contado en el cómic ‘Esclavos del trabajo’ (Astiberri, 2018). Esta joven tiene una historia muy particular con la mucha gente puede sentirse identificada. Y, además, lo cuenta en un cómic: “Creo que mi generación está cansada de ser tratada como una fuerza de trabajo esclava, temporal y prescindible”.
Daria Bogdanska nació en Varsovia (Polonia), pero se ha acostumbrado a viajar. Ha pasado también por Barcelona o Londres: “No tenía educación oficial y ganaba muy poco dinero en Polonia. Como podía hablar inglés y un poco de español, me podía mudar a Inglaterra y ganar cinco veces más que en mi país. Lo mismo me pasaba en España. Los salarios son bajos allí en comparación con Europa occidental, pero aún así suponía más del doble de salario por hora de lo que recibía en Polonia”, explica por correo electrónico esta dibujante, cuyo cómic fue finalista del premio Artemisia 2018.
Cuando Daria llegó a Suecia lo hizo atraída por la educación. Quería apuntarse a una escuela de cómic. Tanto en Polonia como en España había trabajado sin contrato, así que no tenía grandes expectativas sobre el nuevo país. Había normalizado la precariedad: “Tal vez no me di cuenta de lo difíciles que eran muchas cosas para los migrantes en Suecia”, explica sobre lo que se encontró pocos días después de pisar tierra sueca. Los problemas administrativos para obtener los papeles hicieron que acabara aceptando un trabajo en negro y mal pagado como camarera en un restaurante. Lo que al principio parecía un favor, se convierte en una situación sin salida y plagada de abusos. Incluso, los camareros suecos cobraban más que los migrantes. “Empezaba a entender cómo funcionaba mi trabajo. Mi jefe pagaba peores sueldos a quien más los necesitaba”, asegura en una de las viñetas del libro.
El cambio de marco a veces es cruel, pero otras ayuda a sentir las cadenas. Dana confiesa que aprendió una valiosa lección cuando aterrizó en suelo sueco: “En Suecia aprendí que no se debe aceptar esta explotación. El nivel de conciencia que tenían sobre los derechos de los trabajadores era muy diferente al de mi tierra, donde no se reflexionaba mucho sobre estos temas”, argumenta hoy.
“Suecia todavía tiene muchas respuestas excepcionalmente bien arraigadas para hacer que la sociedad sea más igualitaria. Por ejemplo, educación gratuita, ayuda financiera para estudiantes, atención médica gratuita, cuidado infantil y alta subvención de medicamentos, sistema regulado de alquiler y vivienda y una gran influencia de los sindicatos de trabajadores en las políticas relacionadas con el trabajo, entre muchas otras”. El discurso de Daria no es triunfalista ni complaciente. Alerta a los suecos (y demás europeos) de que pueden perder todo aquello que les hace fuertes y atractivos: “Los tiempos están cambiando. Todo este bienestar está siendo recortado por las políticas neoliberales y a menudo no es accesible para los migrantes, que son hoy en día una parte importante de la sociedad. Esta división crea desigualdad entre los nativos y los nuevos ciudadanos de Suecia, en muchos niveles. En resumen, no es una buena dirección”.
A mitad del cómic, uno puede sentir el agobio de Daira. Sin papeles, explotada y sin nadie a quien recurrir. Entre el temor a denunciar, surge la perseverancia. En un trabajo donde la mayoría de empleados no tienen contrato, el miedo se mueve con más facilidad. “La mayoría de las personas sin papeles no pueden exigir sus derechos en el trabajo por el riesgo de ser despedidos. Para los inmigrantes ilegales que trabajan, no importa cuánto de mal pagados estén, es supervivencia”, explica sobre la vulnerabilidad de estas personas. Pero la historia de Daria no es la de una joven extranjera, ni la de la comunidad migrante, es la de toda una generación: “Así es como funciona el capitalismo: se puede ganar dinero, incluso a expensas de personas desesperadas y de sus derechos”.
Pese a la odisea de Dara, es un cómic que llama a la esperanza. Finalmente, decidió plantarle cara a su jefe. Buscó la complicidad de sus compañeros con menos éxito del esperado: “Lo mejor es comenzar a hablar con los colegas en el trabajo, hablar sobre problemas comunes y cómo pueden resolverse juntos”.
El siguiente paso fue acudir a las organizaciones que trabajan a diario con este tipo de problemas: “Los sindicatos pueden ayudarnos con consejos, información sobre nuestros derechos y ayuda con la estrategia y la jurisdicción. Los grandes sindicatos no siempre son los mejores para ayudar, por ejemplo, a los trabajadores por cuenta propia, los precarios o los migrantes por su estatus legal, pero hay muchos nuevos sindicatos que son muy creativos y siempre encuentran nuevos métodos y formas de organización”, responde.
Daria ya ha conseguido su número de la seguridad social para trabajar, pero aún no tiene la nacionalidad. Los últimos acontecimientos políticos le inquietan. “Estoy preocupada por la situación política actual. El segundo partido más grande ahora es racista. Hablo de racista con mayúsculas, un partido con raíces en el movimiento de poder blanco”. La ilustradora teme que la irrupción en escena de la xenofobia marque la agenda política, haga virar al resto de los partidos hacia la derecha y acaben adoptando un tono más nacionalista: “Eso asusta”.
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