Lucio –nombre supuesto—me invita a acompañarlo en su Mercedes de alta gama a pasar la ITV en un pueblo sureño y afuerino de Madrid, bastante lejos de su domicilio. El Mercedes, aunque de matrícula ya veterana, es una preciosidad, salvo que uno de los intermitentes traseros está ñapeado con cinta aislante roja, y el cuadro de mandos enciende un aviso luminoso de error general del sistema. El periodista mira el Mercedes con escepticismo antes de subirse en el asiento del acompañante. Lucio sonríe escépticamente al escepticismo del periodista y dice:
-No te preocupes. Si me traes una borrica, yo consigo que la borrica te pase la ITV.
- Ya, y le ponemos la pegatina en la frente.
- Eso estaría bien. Ponerle la pegatina en la frente –se ríe Lucio, que sigue siendo un hombre muy bien humorado a pesar de que, últimamente, las cosas le estén yendo bastante mal en lo económico.
Antes de salir, Lucio saca el teléfono y marca un número.
- ¿Mustafá? Hola, soy Lucio (…). No, no. El amigo de Casto. ¿Te das cuenta? (…) Pues eso. Que salgo para allí. Tardaré una hora más o menos, si no hay lío de tráfico (…) ¿Es la única gasolinera? (…) Vale, vamos p´allá.
Y fuimos. Tardamos unos 70 minutos a buena velocidad, con los limpias lamiendo en desventaja una lluvia fina pero muy tozuda. Esos limpias tampoco pasarían la ITV.
- Tú no te preocupes. Ya verás.
- ¿Y las ruedas qué tal las llevas?
- Las ruedas acabo de cambiarlas. Pero no por estos hijos de puta. Con las ruedas te la juegas, ¿sabes?
Llegamos a la gasolinera del pueblo del sur de Madrid que, como había informado Mustafá, está pegada a la estación de la ITV. Antes de aparcar a un lado de la tienda/cafetería de la estación de servicio, un viejo BMW azul nos lanza un destello de faros, y Lucio contesta con otro. Orillamos el Mercedes entre el aparcamiento y el túnel de lavado, y el BMW azul se posa como un pájaro desconfiado unos metros adelante. Y allí se queda.
La ventanilla del BMW no se abre hasta que Lucio inclina su corpachón ante ella. El periodista se queda un par de metros más atrás con la documentación del coche en la mano.
- ¿Eres Lucio? -pregunta.
El resto de la operación dura apenas quince minutos. Lucio le entrega las llaves y la documentación del Mercedes a Mustafá. Mustafá se pone al volante. Entra en el túnel de la estación ITV y regresa muy sonriente. Devuelve a Lucio la documentación del coche y el certificado de diagnóstico técnico: "Inspección favorable con defectos leves". Mustafá se reserva el honor, sonriendo puerilmente, de adherir al parabrisas la pegatina acreditativa de que el Mercedes circulará legalmente hasta febrero de 2015. Cambian de manos cincuenta euros de soborno más la tasa real (38,95€) y propina. Y amigos para siempre.
"En todas las pifias necesitas siempre un HC", dice Lucio. El HC es el hombre de confianza. En este caso no es Mustafá el HC, sino un empleado de la estación de ITV. Alguien de dentro con potestad para certificar un vehículo, y que cita siempre a Mustafá a horas de tránsito casi nulo en la estación: en este caso, las tres de la tarde. En los escasos minutos que duró la validación del coche de Lucio, ningún otro vehículo entró ni salió del túnel. Tampoco, desde la gasolinera donde esperábamos, vimos durante ese tiempo a ningún miembro del personal. Un momento discreto.
La situación económica ha llevado a Lucio a convertirse, como dice él, en "un profesional de las pifias". Del engaño. "Yo antes no era así, pero los grandes estafadores a mí me han convertido en un buen estafador. Te juro que me he hecho un abogado experto para buscar las rendijas legales en cada problema que tengo, en cada multa de tráfico, en cada sanción de cualquier tipo. Busco en internet sentencias y las estudio. Pero también hago cosas ilegales, ¿eh?", se explica sin disimular cierto orgullo.
Lucio empezó a aprender a urdir pifias después de 2007. En aquella época no las necesitaba. Facturaba con sus dos pequeñas empresas --transporte e instalaciones-- 120.000 euros al año. Ahora anda en 22.000, aunque su mujer continúa manteniendo un sueldo digno. Entre eso y las pifias, logra mantener un tren de vida de burgués medio.
A la compañía eléctrica apenas le paga. Tiene puenteadas dos de las tres fases de su contador de la luz y mantiene su chalet adosado (dos plantas y garaje) a temperatura caribeña por un precio irrisorio. Me enseña las últimas facturas y ninguna alcanza los cincuenta euros. Ahora que las eléctricas van a instalar los contadores digitales inteligentes (sic), ya sabe cómo detenerlos y activarlos a su antojo con la ayuda de un mando a distancia universal barato y unas pequeñas nociones técnicas. "Aparte de ahorrar dinero, tengo más razones para estafar a las eléctricas. La oligarquía (sic) de Fenosa e Iberdrola ha abusado de mí, y ahora yo también abuso", se pone robinhoodiano.
Las multas de tráfico, que tiene muchas, las trampea legalmente. "El recurso de una multa lo puedes presentar en cualquier administración. Por ejemplo, en el Ministerio de Agricultura. Metes tu recurso para Tráfico allí y tienes una fecha de entrada en Agricultura, Y, si Tráfico no responde en un año, se suspende la sentencia. De ahí el éxito de Legalitas, Nomultas, Dvuelta y esas, creo yo: colapsan la administración a base de recursos. Si registras el recurso en Tráfico, les llega enseguida", se explaya.
A las compañías de telefonía móvil, a la Seguridad Social y a Hacienda --otras de las grandes enemigas de Lucio-- las estafó a través de empresas que iba creando para una sola actividad temporal. Por ejemplo, una obra. "Cuando creas la empresa, das de alta como administrador a un rumano o a indigente, y tú te colocas de apoderado para tener el control de la economía de la empresa. Sin llevar la empresa al registro, pero sí al notario. Vas cargando de pufos la empresa y, cuando llega el momento, dejas de ser el apoderado, y que busquen al rumano o al indigente para cobrar. Para hacer esto, puedes pagarle al rumano o al indigente 200 euros al mes. En negro, por supuesto. Lo hace muchísima gente", asegura.
Lucio sigue relatando pifias y pifias, todas menores, picaresca 2.0. "El éxito con las pifias es que sean todas menores. Quinientos pavos allí, mil allá... Cosas que no sea rentable investigar a fondo. Si no, yo creo que estás perdido", advierte.
El periodista le platea a Lucio si la preparación y la ejecución de tantas pifias no le lleva más tiempo y esfuerzo que trabajar. "Pierdes muchísimas horas de trabajo", reconoce. "Y la parte psicológica de vivir así no deja de afectarte. Aunque tiene sus compensaciones. Estafar a todos estos hijos de puta te da tanta satisfacción como una obra bien hecha". Y pone cara de estar a punto de añadir: "O más". Pero solo se ríe.
Tiene toda la puñetera razón. Es literalmente imposible destruir el sistema. Lo que hay que hacer es combatirlo con sus mismas armas, a pequeña escala. Marearlo hasta la extenuación. ¿Quieren ciudadanos honrados? Que empiecen por encarcelar a los ladrones de guante blanco en lugar de darles el control de la sociedad. Es bastante sencillo.
Esto da para un debate eterno. Por un lado, ante un Estado que protege al poderoso y le permite tropelías enormes a costa de exprimir al débil y no pasarle ni una, el fraude y el trapicheo pueden estar justificados. Pero por otro, si pretendemos que el Estado funcione debemos dar ejemplo no puenteándolo ni esquilmándolo, aunque sea a pequeña escala.
Por mi parte, aunque me duela decirlo, cada vez estoy más de acuerdo con la primera postura. Ya estoy harto de sostener a un estado fallido, estafador y oligárquico, plagado de megaladrones que campan impunemente, a costa de mi mísero sueldo (en comparación con el suyo). Si quieren que los ciudadanos colaboremos deben empezar dando ejemplo de transparencia, justicia y rectitud, y hay que empezar a olvidarse de indultos fraudulentos y a ver en la trena a más ladrones de guante blanco.