PELÍCULAS
‘Las uvas de la ira’: la hambruna de los jornaleros que Hollywood maquilló
- Se cumplen 80 años del estreno de 'Las uvas de la ira' de John Ford
“Y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia.” (John Steinbeck)
Este domingo se cumplen 80 años del estreno de Las uvas de la ira, una de las más redondas películas del inmenso director que fue John Ford. La película forma parte de un cine que se preocupaba por el hombre y no por superhombres voladores, un cine que buscaba la excelencia, a los mejores escritores para contar las mejores y más redondas historias con los mejores directores. Por eso, el cine de Hollywood de los años treinta, década en la que está rodada la película de Ford, fue tan grande.
El origen
Las uvas de la ira está basada en una página real de la historia de los estados Unidos: el Dust Bowl. Este desastre ecológico y económico afectó a 400.000 kilómetros cuadrados de tierra. Por su culpa miles de familias de granjeros emigraron sobre todo hacia la soleada California. El éxodo se reflejó en las canciones de Woody Guthrie (que fue asesor en la película de Ford), fotografías de Dorothea Lange y en las novelas Las uvas de la ira y De ratones y hombres, las dos de Steinbeck.
El Dust Bowl fue una sequía que duró siete años, tras los cuales llegaron brutales inundaciones, y se extendió desde el golfo de México hasta Canadá. Tres millones de personas dejaron sus granjas durante la década de 1930. El desastre medioambiental, que se unió a la Gran Depresión, se caracterizó por inmensas nubes de polvo y arena que escondían la luz del sol y a las que llamaron “ventiscas negras” o “viento negro”. Un escenario totalmente apocalíptico.
Y a la bíblica desolación se unieron las deudas de bancos usureros que concedían créditos abusivos, los desahucios, el hambre y en algunos casos hasta la muerte por inanición. El público no estadounidense, por cierto, vio la Las uvas de la ira con un prólogo que explicaba los efectos de la Gran Depresión y el Dust Bowl. Twentieth Century-Fox se refirió a esta versión como “Cliff Notes Edition”.
En 1936, The San Francisco News publicó siete reportajes escritos por Steinbeck (que había sido recolector de fruta de joven) en los que hablaba del durísimo éxodo de los jornaleros. Así, el escritor creó el personaje de un joven que ha estado en la cárcel por matar en defensa propia y se topa con su familia reunida desesperada y muerta de hambre. Por eso deciden emigrar, en busca de un futuro. En el camino la familia se va desgajando y algunos, los más viejos, hasta mueren.
Lo más duro de la novela es el certero reflejo de la injusticia y deshumanización que conlleva el capitalismo. No solo muestra a los que se aprovechan de manera mezquina de los necesitados, también de la competitividad entre esos necesitados, gente que está lejos de enfrentarse al enemigo que los oprime de verdad. Por eso la novela y la película siguen, todavía hoy, tan vigentes. Y lo más irónico es que esta película, de evidente mensaje anticapitalista, fue prohibida por Stalin porque mostraba que hasta los estadounidenses más pobres ¡podían comprarse coches!
Y aunque hoy nos parezca terrible, en la población donde nación Steinbeck (Salinas, una de las ciudades a las que huían los jornaleros) le amenazaron de muerte y tuvo que abandonarla. Sus vecinos llegaron a organizar quemas públicas de sus obras, en plan nazi. Afortunadamente, décadas después los descendientes de aquellos hambrientos jornaleros construyeron un centro para honrar la memoria de Steinbeck.
John Ford, John Ford y John Ford
En una entrevista le preguntaron a Orson Welles por sus directores preferidos. Sin dudarlo, el director de Sed de mal dijo: “Son tres: John Ford, John Ford y John Ford”. De hecho, para rodar Ciudadano Kake, su ópera prima, Welles pidió a la RKO una de sus salas de cine para que le proyectasen en bucle La diligencia, el magistral western de John Ford. Así, según confesó Welles, aprendió a rodar películas.
Ford fue un hombre ideológicamente contradictorio, un tipo de ideas conservadoras pero que era capaz de rodar Las uvas de la ira o ¡Qué verde era mi valle! (sobre una humilde familia de mineros) y de hacer películas en favor de los indios (Otoño Cheyenne), los negros (El sargento negro) y las mujeres (Siete mujeres). Pero, en Holywood, muchos pensaron que la elección de Ford para la adaptación de la novela de Steinbeck era extraña y arriesgada. El resultado fue otra sensible y poética película, una de las más grandes obras de su filmografía.
El guión de Nunnally Johnson (que había trabajado con Ford en Prisionero del odio) está basado en la monumental novela de John Steinbeck y tuvo que reducirla para una película que acabó durando en montaje dos horas y nueve minutos. Ford, extraño en él, dejó entrar en la sala de edición al productor Darryl F. Zanuck porque se fiaba de su gusto y escuchó sus sugerencias para el corte final. Zanuck, por cierto, se tomó como algo personal llevar al cine la novela ganadora del Premio Pulitzer y por los derechos de la obra de Steinbeck pagó el doble de lo que había pagado por los de Lo que el viento se llevó.
El proyecto de Twentieth Century-Fox de adaptar la novela Steinbeck era de los más mimados y deseados del estudio. El impacto social de la novela, que habla del sufrimiento de unos jornaleros emigrantes en la Gran Depresión, fue tan importante que inspiró un movimiento en el Congreso norteamericano para aprobar una legislación en favor de los jornaleros del campo. Y todo lo consiguió un libro, algo que hoy es realmente impensable.
En 1939, John Ford acababa de rodar Corazones indomables (también con Henry Fonda, que aceptó firmar con Fox un contrato de siete años para protagonizar Las uvas de la ira) y se embarcó en un rodaje complejo en el que prohibió que los técnicos y actores se maquillasen o se perfumasen en el set porque no le cuadraba con el tono de la imagen de la película.
Y la clave de esa imagen, además de los decorados de Thomas Little y el vestuario de Gwen Wakeling, fue la magnífica dirección de fotografía (casi de película de terror) de Gregg Toland, que solo un año más tarde haría el fabuloso trabajo fotográfico de Ciudadano Kane. Para una famosa escena en la que Fonda tenía que encender una cerilla cuya luz iluminaría la cara dormida de Jane Darwell, Toland colocó una pequeña luz en la palma de Fonda para lograr el efecto. Quedó perfecta.
Las uvas de la ira acabó siendo la novena película más taquillera del año en Estados Unidos y recaudó dos millones y medio de dólares, que es el triple de lo que costó. Logró dos Oscar: uno para Ford (su segunda estatuilla tras la ganada por El delator) y otro para Jane Darwell, la inolvidable Ma Joad. Fue nominada a siete Oscar en el año en el que la película ganadora fue Rebeca, de Alfred Hitchcok. Henry Fonda se quedó sin el Oscar, que se llevó el gran James Stewart por Historias de Filadelfia.
Y si por algo será siempre recordada La uvas de la ira es por su maravilloso final. En él, Ma, uno de los personajes femeninos más grandes de la historia del cine, anima a su gente, a su familia, que se dirige a un nuevo trabajo como jornaleros: “La mujer se adapta mejor que el hombre. Los hombres vivís como si fuera a golpes. Nace un niño, muere alguien... a golpes. Tienes tu tierra y te la quitan. Otro golpe. Pero la mujer vive las cosas más seguidas, como un río. Hay remolinos y cascadas, pero el agua sigue andando siempre. Las mujeres somos de esa manera. Nacen y mueren nuevos seres, y sus hijos nacen y mueren también. Pero nosotros estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos, saldremos siempre adelante. Porque somos la gente”.
La novela de Steinbeck no acababa así, acababa de forma más triste, oscura, demoledora. La joven Rosaharn Rivers da a luz a un bebé muerto y acaba ofreciendo sus pechos, llenos de leche, a un hombre que se está muriendo de hambre. Nadie hubiese aceptado eso en una sala de cine en 1940 y nadie en Hollywood hubiese permitido estrenar una película con un final tan bestia y, desgraciadamente, tan real.
Gracias Iván. Siempre aportaciones buenísimas.