CINE

Comportarse como adultos: Varoufakis a lo Gary Cooper

  • La última película de Costa-Gavras busca explicar el poder que poseen la Troika, la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo

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Una cosa es hacer cine político y otra distinta hacer cine político de urgencia. Cuando una película se plantea hoy, por ejemplo, hacer un retrato sobre la administración Nixon, estamos ante una obra que busca reflexionar y sacar a la luz aspectos que desconocen las nuevas generaciones. Pero una película como Comportarse como adultos (el título original es Adults in the Room y se refiere a una frase de Christine Lagarde, que pidió, en una tensa reunión, compartirse como adultos para pactar) busca algo más inmediato, explicar el poder que poseen la Troika, la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo.  

Presentada en la Sección oficial el Festival de Venecia (que ganó Joker), la cinta del veterano director Costa-Gavras es una rareza en la producción europea al tratar un suceso político y financiero que ocurrió hace solo cuatro años. Como espectador español a uno le da envidia al ver que el cine francés puede levantar una cinta con un tema tan actual y tan político. Me pasa lo mismo cuando descubro que el cine británico también ha levantado una película sobre el Brexit y además con una estrella (Benedict Cumberbatch) como protagonista. Lo más cercano que hemos estado los españoles a este cine es El reino, pero en ella no se da el nombre de un solo político o partido real.

En su última y combativa película Costa-Gavras se pone detrás de la cámara y también escribe el guión, adaptación del libro de memorias escrito por el ex-Ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis (interpretado con convicción por Christos Loulis) durante la crisis que asoló Grecia en 2015 y de la que no ha salido ni tiene visos de lograrlo. Más bien todo lo contrario.

El primer pero que se le debe poner a esta película es formal, una considerable pega a cómo está rodada e iluminada. La película parece televisiva, rodada con prisas, con demasiada urgencia y demasiado poco dinero. En muchas escenas se nota que falta la figuración adecuada para dar empaque e importancia a la página de la historia que está narrando. Además, Costa-Gavras usa recursos que rozan lo ridículo, como el caso de presentaciones en PDF que hacen que salgamos de la película y nos metamos en una clase o una conferencia sobre finanzas y política.

El segundo pero es el argumental. Costa-Gavras ha demostrado su valía para rodar cine político (y sobre todo cine sobre el fascismo, aquí sustituido por unos depredadores gobernantes alemanes) con películas como Sección especial, Desaparecido, La caja de música (su película más made in Hollywood junto a El sendero de la traición) o Amén. Pero una cosa es el cine político y otra muy diferente el cine de propaganda, que es con el que a veces tropieza Costa-Gavras.

El trazo grueso no beneficia en absoluto a Comportarse como adultos, en la que todos los argumentos de Varoufakis (héroe del pueblo conocido en su día como "Varoufucker") son expuestos como si se tratasen de una verdad indiscutible, las tablas de la ley. La reflexión política seria y objetiva no existe, la necesaria distancia del cineasta ante los hechos y los personajes es nula, el bando está elegido desde el minuto uno de la película.

En Comportarse como adultos no hay matices, ni tonos grises en esta historia, todo es blanco o negro. Aquí el valiente y honrado sheriff al que dejan solo ante el peligro es Varoufakis y los malos la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo. No tienen corazón, son capitalistas despiadados, sedientos de nuevas víctimas, vampiros. Varoufakis es el héroe, casi el supehéroe (caracterizado con sus famosos abrigos de cuellos levantados) que se enfrenta solo a gente sin alma y a una deuda impagable.

Y es una verdadera pena porque el material de partida es fascinante. Por desgracia, el irregular director griego, y autor de brillantes películas como Estado de sitio, vuelve a caer en sus vicios, en su mayores defectos. Igual que en El capital, Costa-Gavras regresa a la explicación burda. Al esquematismo, al didactismo chabacano.

Aunque la película expone bien la bestial ofensiva financiera y política a un país tocado de muerte, en ningún momento explica las devastadoras consecuencias de hacer promesas electorales que bajo ningún concepto podían cumplirse, promesas que llevaron al país al borde del abismo, a ser borrado del mapa. Tampoco trata el tercer rescate griego y la rendición y traición de Alexis Tsipras. Y eso es hacer trampas.

Lo peor:

La escena en el restaurante en la que jóvenes griegos dan la espalda a Varoufakis sugiriendo que los ha traicionado.

La poco creíble y casi ofensiva reunión con los indignados y agresivos inversores y en la que Varoufakis, micrófono en mano, los convence como si fuese un predicador o un vendedor de elixires en el lejano Oeste.

El final es bochornoso. Costa-Gavras apuesta por saltarse a la torera el tono realista de la cinta y se lanza al vacío en una absurda y larguísima escena musical con una coreografía pobre y vergonzosa. Una terrible manera de cargarse al final una película que ya arrastraba serios problemas de ritmo y credibilidad.

Lo mejor:

La panorámica desde el interior de un taxi en la que vemos, con la mirada de Varoufakis, la cantidad de comercios cerrados en Atenas por culpa de la quiebra financiera y la crisis. Es una gran imagen para hablar de un país en liquidación.

Los actores que interpretan a Varoufakis, Christine Lagarde, Mario Draghi y Wolfgang Schäuble (estupendo Ulrich Tukur, que ya había trabajado con Costa-Gavras en Arcadia y en Amén). No se puede decir lo mismo del actor que interpreta a Tsipras, muy flojo. Tampoco de la película en general. Un film que es puro palique, construido sobre una sucesión de reuniones, necesita un repartazo y no es el caso.

El diálogo en el que Varoufakis recuerda el “No pasarán” de la República española y remata con un “Vaya si pasaron”.

Esa carta con su dimisión que guarda Varoufakis en su abrigo desde el inicio de la película y que en un momento llega a colocar sobre el escritorio del presidente.

En resumen: con todos los peros que podamos poner a su último trabajo, que a sus 86 años (bastante bien llevados) Costa-Gavras siga así de combativo es digno de admirar y respetar.

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