Hay un tipo de novela indispensable en todo vagón de metro: el tocho romántico, esas novelas que se venden por toneladas y que hablan de pasiones desatadas y amores desgarrados. Vamos, lo que toda la vida ha sido un folletín para señoras, de esos con algunas pinceladas de sexo, una cosa picantona y subidita, nunca pornográfica.
La novela La luz entre los océanos ganó el Premio Goodreads y fue nominada a la Medalla de Oro de la Australian Literature Society, al Women’s Prize y al Premio Walter Scott. En ella Tom, un atractivo joven que ha luchado en la Primera Guerra Mundial, es contratado como farero en Australia. Allí conoce a Isabel, una muchacha que se queda prendada inmediatamente de él. Pero hay un problema que no desvelaré. ¡El destino (y el mar) les deparará algo que no esperaban!
El faro, esencial espacio simbólico en la película, no sólo en su faro, sino que es un evidente símbolo fálico. El primer conflicto llega, además, con un problema de fertilidad de Isabel. Por cierto, y para quien interese: la pareja protagonista (Michael Fassbender y Alicia Vikander) lo es también en la vida real.
Y prefiero no contar más de la trama, aunque en el trailer de la película te destripan todos y cada uno de sus principales giros, algo que no entiendo, no me entra en la cabeza. Lo mismo ocurre con la descripción de la novela, que en España ha sido editada por Salamandra. No puedo entender que se sea tan torpe a la hora de promocionar o sintetizar una película o una novela.
Rodada en una bella y tranquila zona costera de Tasmania, la película es bastante desequilibrada y le sobra metraje. Al menos veinte minutos. Podrían haber podado en montaje paseitos con atardeceres de postal, el aburrido día a día en el faro, la empalagosa felicidad de la pareja... más que nada para ir al grano, a la chicha de la película: la incapacidad de ser fértil de una mujer a pesar de tener al farero buenorro de semental. La sorpresa la trae el mar, y con ella un dilema moral que se planteará en el tercer acto.
Junto a la pobre interpretación de Fassbender (no entiendo la fama de este señor soso y expresivamente tan parco), la realización es lo más decepcionante de la cinta. Y es una pena, porque su director, Derek Cianfrance, tiene dos películas independientes que me gustan: Blue Valentine y Cruce de caminos, las dos con Ryan Gosling. Lo que en estas películas era original, en su nueva película resulta académico y cursi. Lo que tenían esas dos películas de nuevo, lo pierde la acartonada La luz entre los océanos. En las dos primeras películas de Cianfrance el tratamiento de la pareja era audaz, pero en esta película está tratado de puntillas, todo a base de clichés cobardes.
Cianfrance ha pasado del buen cine indie al cine más comercial (producen Dreamworks y Disney) y la jugada le ha salido regulera. Porque sus primeros minutos son mediocres y cursis, el planteamiento del conflicto principal es interesante y el final nuevamente deslavazado y forzado.
Lo mejor de la función es Rachel Weisz, que sigue siendo bellísima y que interpreta un personaje intenso y difícil de construir. Empata en belleza con Alicia Vikander, pero ella no tiene un personaje a la altura. Las dos, por cierto, son ganadoras del Oscar.
Este fin de semana va a a haber crisis: las tías van a querer ver el faro de Fassbender y los tíos la nueva de Vin Diesel o Los del túnel para “echar unas risas”. A ver quién gana.