Paul Verhoeven, director de Elle, vivió de niño la invasión nazi en Holanda, etapa que trató en la brillante El libro negro. Igual que Polanski en su infancia, vio en persona los horrores de la guerra y llegó a contemplar cómo soldados alemanes depositaban, en una caja, trozos sanguinolentos del cadáver de un aviador británico. Y claro, esas cosas marcan y luego te sale el cine que te sale.
Los de mi generación le debemos mucho al señor Verhoeven, que fue uno de los reyes del videoclub del barrio, donde alquilamos esos pasotes suyos como Delicias turcas, Vivir a tope o El cuarto hombre, en la que trataba abiertamente la homosexualidad. De aquellos alquileres también recuerdo la entretenidísima Los señores del acero, rodada en España, en Ávila, en la que una joven Jennifer Jason Leigh se pasaba en pelotas media película.
Ya en una sala de cine me quedé embobado viendo RoboCop, película que superaba en violencia a todo lo que venía de Hollywood (producía la legendaria Orion). La película fue una fabulosa crítica al despiadado mundo empresarial, a la privatización de los servicios públicos y al abandono de la clase más desfavorecida. Y todo ambientado en la ciudad de Detroit como ejemplo del desmán capitalista.
Con RoboCop (que no quería rodar hasta que le convenció su mujer, que salvó el guión de la papelera) Verhoeven renovó el género policial de forma contundente y dio pie a todo tipo de malas secuelas e imitaciones y a un remake, hace dos años.
En 1990 me quedé más pasmado todavía al ver en una gran pantalla la colosal Desafío total, producción de la no menos mítica productora Carolco y con la estrella Arnold Schwarzenegger. En ella destacaban la novata Sharon Stone, como la falsa mujer de Arnold y una nueva crítica contra la alienación de la clase obrera por parte de grandes empresa y estados policiales.
Con Stone volvió a renovar el thriller con una película disparatada y sexualmente muy subida para Hollywood: Instinto básico. Por ella su guionista, Joe Eszterhas, se convirtió en el mejor pagado de Hollywood y Verhoeven cumplió el sueño de estar en la misma liga de imaginativos realizadores como Brian de Palma o Alfred Hitchcock. Porque Verhoeven es un poco eso: un Hitchcock más guarro y con la mirada política más amplia.
Tras este exitazo mundial, llegó Show Girls, su peor película y posiblemente una de las peores películas de los noventa. Aunque no se puede obviar que este film tiene furibundos admiradores en medio planeta. Hay gente para todo.
Verhoeven remontó el vuelo con la muy macarra Starship Troopers, una alegoría sobre el militarismo, con jóvenes buenorros y bastante cretinos luchando absurdamente contra cucarachas gigantes. La película, una producción alucinante de TriStar y Touchstone, es un despotorro maravilloso. Muchos de los que la vimos por primera vez en una sala la valoramos realmente al volver a verla en vídeo.
En el cajón quedaron sus proyectos Las cruzadas (otra vez para Schwarzenegger) y su película sobre Jesucristo, en la que el mesías era un terrorista que se cepillaba a unos cuantos romanos. Ninguna de las dos logró financiación, pero Verhoeven, a sus casi 80, todavía tiene esperanzas de rodar su película de acción sobre el nazareno.
Siento no tener el mismo entusiasmo con su nueva película, Elle, seleccionada por Francia para ir a los Oscar. En el pase de prensa vi a muchos compañeros que se reían mucho pero yo no aprecié el humor negro que ellos tanto festejaron y han celebrado en sus críticas. Qué le vamos a hacer.
En Elle Isabelle Huppert, una actriz que siempre me ha dado un mal rollo tremendo, es una ejecutiva de una empresa de software que es asaltada salvajemente en su casa por un encapuchado. La escena está muy bien rodada (aunque no con el pulso para la acción que llegó a tener Verhoeven) y a partir ahí viene, aunque manteniendo el suspense, un despropósito tras otro.
La película, que recuerda al primer cine del holandés, tiene gags que pretenden hacer gracia pero no la tienen, como el bebé negro de la mujer blanca de su hijo (muy grueso) o el de ella destrozando la delantera del coche de su marido sin venir a cuento y con una reacción de él totalmente inverosímil. Tampoco entiendo bien el sentido de la subtrama del padre criminal al que no habla (la foto que vemos de ella de niña, por cierto, me recuerda mucho a un famoso plano de Repulsión, del citado Polanski), ni me creo que esta señora sea empresaria de nada y menos de una empresa de videojuegos. Y la sorpresa final es absolutamente grotesca.
Pero bueno, ya digo que mis colegas la disfrutaron. Igual ustedes también, que un Verhoeven no es cualquier cosa.