Para empezar: me voy a referir a Independence Day: contraataque (en su versión original, Resurgence) como Independence Day 2. Estoy hasta las narices de que los estudios no pongan números a sus secuelas y las rebauticen con títulos ridículos. Por cierto, para esta película se barajaron Returns, Retaliation y Requiem. No bromeo.
Dicho esto: ¿qué esperan de esta película? Pues es exactamente lo que les van a dar. Para qué engañarnos, su creador, Roland Emmerich, es un as en lo que respecta a este cine de destrucción. Heredero del “Maestro del desastre” Irwin Allen (padre de El coloso en llamas, La aventura del Poseidón o El enjambre), Emmerich (nacido en Stuttgart) siempre quiso hacer cine americano, lo ha logrado y se ha especializado en darnos, durante muchos veranos, sus dosis de desastres con Independence Day, Godzilla, Arac Attack, El día de mañana, 10.000 o 2012. Ahora regresa con algo que, a diferencia de otros mercachifles como él, nunca se planteó: una segunda parte.
Y lo hace con la joya de la corona de su escudería, una película que le costó levantar dios y ayuda pero que logró unos beneficios de 306 millones de dólares sólo en los Estados Unidos. El film fue idea de Emmerich y su socio Dean Devlin, que acabaron el guión en un mes (y se nota), cuando estaban de vacaciones en México. Fox sólo tardó tres día en dar luz verde, un tiempo récord para este tipo de decisiones ejecutivas.
Aunque, para ser rigurosos, no contó con el respaldo total del gran estudio. Fue una carísima película independiente respaldada en su distribución por un estudio que incluso presionó para que su protagonista no fuese negro y para cambiar el título.
Como recuerda este mes la revista Imágenes, una de las anécdotas más divertidas en este periodo de preproducción es que Emmerich propuso a Kevin Spacey para el papel de presidente de los Estados Unidos y un genio de Fox dijo que Spacey “carecía de potencial y carisma como estrella de cine”.
El estreno de Independence Day olía tanto a pelotazo en taquilla que Warner atrasó el estreno de la parodia ¡Marte Ataca!, de Tim Burton, y Steven Spielberg y Paramount retrasaron también la producción de La guerra de los mundos. Y, efectivamente, el pelotazo fue mayúsculo. La película, de una simplicidad, una puerilidad y un patriotismo insultantes, conectó con millones de personas en todo el mundo.
Ahora Emmerich, necesitado de un éxito tras el fracaso de Asalto al poder, recurre a la secuela de su mayor éxito y lo hace con 200 millones de presupuesto, sin Will Smith (que pidió un sueldo de 50 millones por otras dos secuelas de la película) pero nuevamente con Bill Pullman (presidente), Jeff Goldblum (científico), Judd Hirsch (su padre), Vivica A. Fox (viuda del piloto Smith) y Brent Spiner (experto en marcianos).
Tras leer infinidad de guiones que no le convencieron para levantar una posible secuela, Emmerich escuchó la idea que tenía Nick Right (actor de Asalto al poder y otros grandes clásicos como Los pitufos 2). Le dio un mes para escribir el libreto. Cuando leyó el resultado se entusiasmó, ¡era maravilloso! Y lo mismo sucedió en los despachos de Fox, estudio que volvió a dar luz verde de inmediato.
Ya se pueden hacer una idea de cómo es el libreto. Tras la destrucción del 1996, la humanidad ha avanzado gracias a la tecnología que le birlaron y copiaron a los extraterrestres, así que surcando los cielos tenemos naves en vez de aviones y grandes cañones láser para defender el planeta. Pero los extraterrestres regresan, claro, y esta vez para taladrar la tierra y cargarse su gravedad (¿?).
La simpática simplicidad de la primera película desaparece en su secuela con subtramas largas, tontas o farragosas como el descubrimiento extraterrestre en África (y ese absurdo guerrero que se carga marcianos machete en mano), el conflicto entre los dos pilotos machitos (el rubio y el negro), el cortejo del piloto freak y simpático a la bella piloto asiática, el trauma del expresidente o la trama de la pareja gay, metida a calzador por Emmerich, abiertamente gay.
Independence Day 2 es otro panfleto (una americanada perpetrada por un alemán) con un humor elemental y demasiados personajes y tramas. Resulta larga para lo que cuenta, un mejunje que mezcla sin sonrojo Star Wars, Armageddon, Top Gun, 2012, Battleship y Aliens. Su resultado es un empalagoso batido de situaciones ridículas e increíbles y una insoportable saturación de efectos digitales. El film no da tregua alguna al espectador, no deja que intuya, que imagine. El anticine.
En cuanto a la construcción de personajes, y aunque estemos ante una fantasía tonta y veraniega, es patética. Y qué decir del final, que no desvelaré. Si en la primera el mismísimo presidente pilotaba un avión de combate y los invasores eran derrotados gracias a un virus informático (¿?), aquí nos encontramos con un plagio de Aliens y un final galáctico en plan Star Wars realmente demencial.
Independence Day fue una película estúpida, pero pasable para ver en un gigantesco pantallón y con buen aire acondicionado. O en casa, con la mantita y en una de esas tardes de resaca en las que tu cerebro está licuado. Su secuela intenta repetir esa fórmula, pero no logra ni ese nivel de aceptable estupidez. No vale todo.