ENTREVISTA
Javier Goñi: “El ecologismo de Miguel Delibes era un ecologismo humanista”
- Entrevista con el crítico y periodista cultural, autor del libro, reeditado, ‘Cinco Horas con Miguel Delibes’
En 1985, en la editorial Anjona, se publicó Cinco horas con Miguel Delibes, de Javier Goñi (Zaragoza, 1952), un libro de conversaciones con Delibes que venía a completar y modernizar el que en 1971 publicó César Alonso de los Ríos en 1971, Conversaciones con Miguel Delibes. Ahora el libro de Goñi, crítico y periodista cultural, ha vuelto a la luz gracias a la editorial Fórcola. De la pertinencia de publicar de nuevo este libro nos lo dice su autor en esta entrevista, amén de la significancia que aún pueda tener la obra de Delibes. Desde luego la versión teatral de Cinco horas con Mario, de José Sámano interpretada por José Sacristán, que ha sido todo un éxito, se sigue representando con la sala llena y eso hace pensar en una cierta visibilidad que nos hace tener esperanzas de que su obra vuelva a ser leída con la pasión con que se acogieron algunas de sus novelas, sobre todo las que se versionaron al cine y en especial Los santos inocentes.
-Este libro se publicó en primera edición en 1985. ¿Podría explicarnos la pertinencia de haberlo publicado de nuevo ahora?
-Hay una primera razón obvia: este año se cumplen los cien años de su nacimiento y, además, los diez de su muerte. Es una razón, digamos, de oportunidad; pero, sobre todo, hay una razón principal, que me parece esencial. Miguel Delibes, un escritor muy popular y muy leído, nunca fue un escritor de grandes ideas o de pensamiento que se iba modificando según avanzaba su larga trayectoria vital y, desde luego, literaria. Él mismo decía que no era un intelectual, un hombre de ideas, sino de intuiciones; y las que tuvo, a lo largo de su vida, fuesen estas ideas o intuiciones, fueron pocas, pero firmes, las mantuvo toda su vida: su amor y preocupación por Castilla; su pertenencia a un cierto ecologismo sin adjetivos ideológicos, como no fuera el de “humanista”, que se puede aplicar a su ideario político, a sus creencias religiosas, a su manera, en fin, de ver el mundo, con el que tuvo que convivir. La suya fue una visión simple, sencilla, llena de sentido común, que tuvo que luchar -para no caer en contradicción- con un pesimismo negro y turbio, que le venía de familia –la Delibes-, de cuna, y contra el que tuvo que luchar siempre.
Esa preocupación por un paisaje, su tierra castellana, y su paisanaje, sí, pero también el ser humano en general en un mundo en peligro –la violencia, la condición humana, el desinterés ecológico-. En fin, estos fueron sus temas principales, que no variaron nunca, y por eso tenía sentido, ahora, diez años después de su muerte, volverlos a traer al papel. El grueso de esta edición que aparece ahora, en Fórcola, lo forman las cinco horas dalinianas, manejables como plastilina, estirables como una goma, que me dedicó en cinco tardes, esas Cinco horas con Miguel Delibes, que pasé en 1985 con él y que dieron lugar entonces a un libro que, ahora, tantos años después, vuelven a tener una segunda oportunidad, esta, y ahí están sus grandes temas, sus obsesiones, sus preocupaciones, sus pesimismos y su obra narrativa tan extensa y variada. Ahí están, entonces y ahora.
Para esta edición, he incluido dos apartados nuevos: una especie de prólogo personal en el que doy cuenta de mi relación con él y, desde luego, con el periódico de Valladolid, tan ligado a su vida, como es el El Norte de Castilla, del que fue director, del que salieron de su mano tantos buenos periodistas: Umbral, César Alonso de los Ríos; Jiménez Lozano, Manu Leguineche y tantos otros. Y en donde años después, en el verano-invierno de 1975-76 yo hice mis primeras prácticas periodísticas. Otro texto nuevo que he incorporado es, al final, una puesta al día de su obra posterior a 1985. Pues si bien para entonces Delibes ya había escrito su obra principal, no dejó de escribir nunca, y ahí está, aunque no sea si único texto importante, una novela como El hereje, su última novela, su único libro histórico, su homenaje a su ciudad, Valladolid, y que nos demostró que Delibes, escritor, moría con las botas puestas, dejando el listón muy alto.
-En la quinta hora, por ejemplo, se aborda el tema ecológico, tan vigente ahora.... ¿ Cúal cree que es el principal mensaje respecto a esta preocupación que puede darnos el autor de Cinco horas con Mario?
-Como ya he apuntado anteriormente, el suyo era un ecologismo, entiendo yo, de corte humanista, una preocupación muy pesimista –eso siempre, era su condición- por el futuro del mundo. Formaba parte de su amor por la naturaleza, por el campo, por esa Castilla devastada, por esa España vacía, de la que tanto se habla ahora, esos pueblos abandonados por un progreso no siempre bien entendido por él –y por algunos de sus personajes más queridos; un gusto por el estar al aire libre, que no estaba en contradicción, y lo explica en el libro, con su vocación de cazador o de pescador, un cazador de animales pequeños, de perdices. Nunca dispararía, me lo decía convencido y con gracia, a un animal al que pudiera mirarle a los ojos, ni a un jabalí, ni a un ciervo, mucho menos –aunque ocasionalmente cazó con el Rey emérito- a un elefante…
-Ud trabajó en El Norte de Castilla, cuando Delibes ya no era director pero su sombra era alargada. ¿Podría hablarnos de lo que significaba el periodismo cultural en aquellos años, de qué modo se hacía?
-Y tanto que era alargada, como cuento en ese prólogo personal al que aludía antes. Yo no conocí esa época dorada de El Norte, cuando fue director y Fraga le hizo dimitir de una forma violenta y torticera, como lo cuenta él con detalle en el libro, yo, como lector, siendo un adolescente –vivía entonces en Valladolid- me beneficié de esas firmas y me hicieron periodista de alguna manera. Yo hice prácticas en el verano de 1975 –qué verano aquel- y en el invierno de 1976 –qué invierno aquel-, y todavía se pasaba algunas veces por el periódico, y yo como “becario” más de una vez preparaba las crónicas políticas de Pepe Oneto o las político-sociales de Umbral, que venían en papel de teletipo, a través de la Agencia Colpisa, que en Madrid dirigía Manu Leguineche, y que pertenecía –y por tanto suministraba material- a un “pool” formado por los principales periódicos de provincias, entre ellos, claro está, El Norte de Castilla. Entonces, cuando yo hice las prácticas, era un periódico muy prestigioso, pero de modos de trabajar muy antiguos, como tantos otros en ese tiempo: yo me veo, y me recuerdo, pegando el teletipo con la crónica de Oneto, o la de Umbral, o la de Leguineche en una cuartills con un engrudo que sacaba con un pincel de un cuenco de cristal y marcando con bolígrafo acentos y mayúsculas, y así se mandaban al taller.
-En el diario colaboraron gentes como Francisco Umbral, César Alonso de los Ríos, Jiménez Lozano... ¿Cómo se explica esa relacada en un periódico de Valladolid en aquellos años de Calle Mayor?
"Delibes como director de un diario decidió mantener esas denuncias sociales en el periódico"
-Esto forma parte de la leyenda del periódico. Como se recordará, a principios de los años sesenta, como no se podía hacer demasiada crítica socio-política en los diarios –todavía no existía la Ley Fraga de 1966…-, hubo escritores que se dedicaron a escribir libros, de ficción o de viajes, denunciando situaciones sociales escandalosas e injustas. Pues bien, Delibes como director de un diario decidió mantener esas denuncias en el papel periódico y tuvo la suerte de rodearse de un grupo de jóvenes idealistas, futuros periodistas o escritores, que contribuyeron con sus trabajos periodísticos a denunciar situaciones escandalosas. El cuenta –como prueba de su talante- como un jovencísimo César Alonso de los Ríos escribió una carta al periódico metiéndose con un artículo del padre Martín Descalzo y Delibes no solo le publicó la carta, para enfado del conocido pater, sino que le ofreció trabajo… Y así fueron llegando todos, de Umbral a Leguineche. Fue un momento irrepetible. Y ahí estaba Delibes.
-Es cierto lo que usted dice de que Delibes no fue hombre de grandes ideas pero ¿le hacían alguna falta? Lo digo porque leyendo su libro hay posturas sobre la OTAN y el Pacto de Varsovia muy lúcidas , por no hablar de su adelanto ante los problemas ecológicos.
-Hombre, a todo el mundo le vienen bien las ideas… Las suyas, que las tuvo, muchas, pocas, estas, aquellas, estaban marinadas por un feroz individualismo y por un pertinaz –como la sequía de aquellos tiempos franquistas- pesimismo. No fue hombre de consignas, ni de partido… En estas conversaciones que mantuve con él en 1985 salen sí la Otan y el Pacto de Varsovia, y los misiles, y tantas otras cosas que parecen -¿parecen?- superadas. Desconfiaba, quizás, como el señor Cayo de su novela, de los partidos, pero siempre fue consciente, desde su talante liberal-individualista, de que su peso en la sociedad, su nombre, debía utilizarlo para denunciar lo que le parecía que estaba mal. En el libro hay una anécdota muy significativa al respecto.
En aquellos años de tardo-franquismo –la etiqueta le pertenece a Umbral- hubo un incidente especialmente grave en Valladolid. Por una ventana de la comisaría de San Pablo se arrojó –o le arrojaron- un estudiante veinteañero implicado en actividades políticas. Delibes denunció el caso y se entrevistó con el gobernador civil, intentándole convencer a este de que un joven de veinte años no se tira por la ventana si no está siendo sometido a tortura. Delibes, al menos logró que se trasladara al jefe de la policía de Valladolid. Me parece una anécdota muy significativa. Delibes no seguía ninguna consigna, era su particular manera individualista de protestar. Era alguien, Miguel Delibes, entonces.
"Delibes no seguía ninguna consigna, era su particular manera individualista de protestar"
-En una suerte de epílogo usted reivindica los libros que Delibes publicó después de El hereje y que están injustamente preteridos. Ud, que conoce la obra de Delibes muy bien, cuál cree que fue su mayor aportación como narrador?
El hereje fue, como ya he dicho, su última novela, un novelón espléndido que dejaba el listón muy alto. Esto no es normal, si vemos a otros grandes de su generación, Cela, Torrente, estos fueron escribiendo obras al final sin fuelle, lo mejor ya lo había escrito antes. Es normal, ley de vida (literaria). Delibes, no, su última novela es uno de sus grandes títulos, y tiene unos cuantos…
-La Castilla de Delibes supone una modernización respecto a la ideada por los del 98. Luego vino otro empuje respecto a la normalización del paisaje de la tierra con la aportación de una generación más joven, la de Luís Mateo Díez. Sin embargo, es curioso que el público adore esa imagen de Los Santos Inocentes en detrimento de otras, más acorde con los tiempos actuales. No creo que fuese porque el público lector tenga especial interés por el abuso de los señoritos de antaño, más bien lo achaco a esa especial tendencia a entender al humilde que poseía Delibes, algo poco frecuente entre nuestros clásicos...
-De Castilla, de los del 98, de esa manida frase de Ortega de que en Castilla no hay curvas –qué Castilla ha visto Ortega, se pregunta socarrón en el libro- y de tantas cosas sobre su solar patrio mala en toda “una hora” en estas conversaciones. Como habla de Los santos Inocentes, y de la película de Camus, que le pareció excelente, pero algo tremendista. Una novela esta, no menos excelente y que le hizo más popular –aun más-, que sitúa curiosamente, y no por casualidad, en tierras más o menos extremeñas. El tema nos llevaría lejos, y no soy un experto en la materia, pero creo que en Castilla esa relación de señoritos feudales no se daba; los problemas de Castilla han sido otros, no el latifundismo…
-¿Podría recomendar algún libro sobre la obra de Delibes que sea esclarecedor para el lector actual? Lo digo porque con la versión teatral de Señora de rojo sobre fondo gris espero que su figura salga del purgatorio a que están sometidos los de su generación, incluidos Cela y Torrente Ballester...
"La mayoría de los escritores, al morir, pasan por ese purgatorio literario del olvido"
.-Es cierto que la mayoría de los escritores, al morir, pasan por ese purgatorio literario del olvido. Los autores que me cita fueron muy populares –Cela- y estimados –Torrente: yo he sido un ferviente seguidor de Torrente: La saga/fuga de J.B es una de las grandes novelas de las últimas décadas-, pero es cierto que están olvidados un tanto injustamente, como suele ocurrir con los olvidos literarios. Yo creo que los libros de Delibes, sus títulos principales, ahí siguen estando, y ojalá este año conmemorativo sirva para volverlos a poner en marcha, si es que estaban arramblados en el garaje del olvido. Si tengo que citar un libro, me remito a mi caso. Sin ser un especialista, que no lo soy, en Delibes, creo que he leído todas sus novelas, sus cuentos –no demasiados- y bastantes libros de viaje, periodísticos o de caza y pesca, pero por lo que sea –entonces estaría en otras cosas, en otras actualidades- no había leído El hereje, quizás, lector perezoso, por sus muchas páginas, o porque, lector caprichoso, no me gusta especialmente el género histórico. Este verano, preparando esta edición que sale ahora, leí El hereje, y me pareció un novelón, un libro totalmente recomendable, y es lo que hago.