CINE
40 años de Arrebato, la obra maldita y de culto de Iván Zulueta
- Iván Zulueta, fue uno de los cineastas más talentosos del cine español y a su vez, junto a Eloy de la Iglesia, de los más autodestructivos y malogrados
- El director ya abusaba de las sustancias prohibidas, rodaba de forma caótica y dependía de sus impulsos creativos y sin el dinero suficiente
- Ni se hacían entonces películas así, ni se hacen hoy películas como Arrebato, nadie tiene las narices de producir y rodar semejante locura, tamaño puñetazo visual
Pocas películas tienen el prestigio de ser una obra que nació maldita y a la vez es de culto para tantos miles de cinéfilos como Arrebato. Su creador, Iván Zulueta, fue uno de los cineastas más talentosos del cine español y a su vez, junto a Eloy de la Iglesia, de los más autodestructivos y malogrados. Y todo por la heroína.
Como casi todo el que hace cine, Zulueta era un pijo, un niño de familia bien, de Donosti para más señas. Nació en 1943 en la villa Aloha, del barrio residencial de lujo de Miraconcha, y murió en ella hace diez años. Iván era hijo de una pintora y su padre, Antonio Zulueta, estaba relacionado con el mundo del cine (llegó a dirigir el Festival de San Sebastián). Como en el franquismo no se podía poner Iván de nombre (sonaba demasiado comunista) en el registro aparece como Juan Ricardo Miguel Zulueta Vergarajáuregui.
En sus últimos años, Zulueta vivía refugiado y enclaustrado en la estupenda casa de su anciana madre y seguía, como todo yonqui que se precie, un riguroso tratamiento de metadona. Noctámbulo empedernido, fue al Hospital Donostia por una dolencia sin importancia y murió antes del amanecer por una insuficiencia respiratoria. Tuvo hasta un funeral con misa, en la parroquia San Sebastián Martir de El antiguo. De risa si pensamos que fue uno de los artistas más provocadores e irreverentes de los 70.
Con 21 años, y el dinero de mamá y papá, viajó a Nueva York, una ciudad que lo deslumbró y en la que descubrió una tendencia artística que lo marcaría de por vida: el pop art, con Andy Warhol a la cabeza. Ya en Madrid empezó a rodar sus primeros cortos en Super 8 (formato fundamental en el guión y la puesta en escena de Arrebato) y trabajó como diseñador y fotógrafo. Poco a poco se fue haciendo un nombre en la capital y en aquel Madrid todavía franquista.
Zulueta fue un pionero diseñando carteles inolvidables para Pedro Almodóvar (Laberinto de pasiones, Entre tinieblas y ¿Qué he hecho yo para merecer esto?) y José Luis Borau (Furtivos) También en el mundo de videoclip a finales de los sesenta gracias a sus piezas en el programa de TVE Último grito, famoso espacio presentado por un novato José María Íñigo.
Fue precisamente Borau, su profesor en la Escuela Oficial de Cine, el que le animó a pelearse por encontrar un hueco en el mundo del cine español. Pero aquella escuela no era para él, era un centro demasiado politizado (la izquierda daba mucho la matraca con el neorrealismo italiano) y a él la política y el neorrealismo le importaban un carajo. Como dijo su amigo Antonio Gasset, famoso presentador del programa Dias de cine, Zulueta en aquel ambiente académico y político era un marciano. Y no era el único extraterrestre, toda una generación de periodistas, escritores, pintores, diseñadores, fotógrafos, cineastas y músicos estaban hasta las narices del fascismo, la caspa y las dos Españas, estaban perdidos tras la llegada de aquella precaria democracia, sin un lugar. Y el underground cutre, las discotecas, las drogas y las salas de cine fueron sus refugios, sus parroquias.
El madrileño cine California, inaugurado en 1949 y hoy conocido como la Sala Berlanga, era uno de los rincones preferidos de Iván Zulueta. Lo amaba. El California fue cine de barrio, sala X, sede de la Filmoteca Española y pantalla de arte y ensayo hasta que cerró por quiebra. En esa sala se estrenó, hace también 40 años, Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón, la ópera prima de Almodóvar. La mayoría de los carteles originales que se exhibían en su largo vestíbulo eran de Zulueta y hoy ese espacio se llama Galería Iván Zulueta, ahora mismo con una exposición dedicada a otro realizador clave de los setenta: Chicho Ibáñez Serrador.
Una de las más famosas anécdotas entorno a Zulueta tiene que ver con esta sala y la contó Gasset, actor en uno de sus provocadores y sucios cortos underground. En una proyección de cortometrajes en el California la policía entró en la sala, ante el pavor de la concurrencia, para hacer una redada. Lo que se estaba proyectando en la pantalla era un corto de Zulueta en el que Gasset aparecía masturbándose. Aquel corto buscapleitos acabó en la Dirección General de Seguridad y Zulueta en la cárcel, donde estuvo encerrado un mes, experiencia que lo marcó de por vida.
Tras su debut en el largo con Un, dos, tres, al escondite inglés, loca y caótica comedia musical que tomaba prestado mucho del cine de Richard Lester (muy de moda entonces), Zulueta hizo ocho cortometrajes, entre ellos Leo es Pardo, presentado en el Festival de Berlín en 1976, y otro delirio con genial título: A Mal Gam A. También trabajó como ayudante de dirección para Ricardo Franco en Los restos del naufragio.
Pedro Almodóvar fue otra de las figuras clave en la carrera de Zulueta. Eran amigos, compartían pasión por el pop, el underground, el cine, la irreverencia y Eusebio Poncela (protagonista de sus películas). Y los dos se mataban por destacar en aquella movida madrileña, por hacer cine aunque fuese a codazos, con equipos mínimos, préstamos familiares o dinero ganado currando en Telefónica, como Almodóvar, que no era hijo de papá y es el que más lejos llegó. Como curiosidad, el director de Átame (y que tanto ha mamado del talento y el universo de Zulueta) aparece en Arrebato doblando la voz a otra hija de papá: Helena Fernán Gómez.
El guión de Arrebato, texto con sugerencias sexuales y que rozaba el género de terror, hablaba de un personaje sumido en una obsesión. Un extraño y paranoico individuo, medio yonqui y medio vampiro, que busca alcanzar la esencia del cine con sus filmaciones en Súper 8. El tipo conoce a un director de películas de serie B (Eusebio Poncela), sumido en una turbulenta relación de pareja con su chica (Cecilia Roth).
Poncela, que venía de curtirse como actor en el teatro y en la televisión (por ejemplo en Curro Jiménez) y fue conocido por el gran público poco más tarde y gracias a Los gozos y las sombras, sufrió en el rodaje de Arrebato. Actor intenso e instintivo, Poncela vivió cada día con una entrega fuera de lo normal en el cine español. Como él mismo llegó a declarar, con aquella salvaje mezcla de cinefilia y drogas, se buscó serios problemas. Afortunadamente, Poncela, como Almodóvar, es otro de los supervivientes de esos desenfrenados años de sexo, alcohol, coca y jeringuillas.
Aquel rodaje fue un infierno para muchos. Zulueta ya abusaba de las sustancias prohibidas, rodaba de forma caótica y dependía de sus impulsos creativos y sin el dinero suficiente. Muchos de los técnicos no aguantaron su enfermiza forma de trabajar y abandonaron la película. El montaje de Arrebato tardó medio año en acabarse y su primera duración era una barbaridad, nada menos que tres horas. El productor, Augusto Martínez Torres, se negó en redondo a aquella edición porque ese metraje era inestrenable. Finalmente, Zulueta cedió y redujo su película a 110 minutos y la estrenó casi de tapadillo. Fue un rotundo fracaso de taquilla.
A diferencia de su amigo Almodóvar, que con Laberinto de pasiones (nominada a los Fotogramas de Plata) consiguió por fin la porción de celebridad, dinero y respeto crítico que perseguía desde sus primeros cortos, Zulueta abandonó el cine y se abandonó a sí mismo hundiéndose en su destructiva adicción a la heroína.
El paso de los años no le hicieron bien a Iván Zulueta y se fue destruyendo y desintegrando poco a poco, pero ocurrió todo lo contrario con Arrebato. La película, fracasada en su estreno, empezó a funcionar de boca en boca y también en formato vídeo. Y se convirtió en la película maldita del cine español por excelencia, la primera en la lista de las películas españolas malditas de todos los tiempos. La película se hacía inmortal mientras su creador se consumía.
Arrebato seduce porque habla de la pérdida de la infancia (esas horas mirando viñetas hasta quedarse casi ciego), muestra la pasión por el cine como si se tratase de la más bestia de las adicciones y plasma en pantalla el consumo de heroína con un descaro y una desnudez que todavía hoy conmociona. Da cosa. Ni se hacían entonces películas así, ni se hacen hoy películas como Arrebato, nadie tiene las narices de producir y rodar semejante locura, tamaño puñetazo visual.
Pasadas cuatro décadas, Arrebato (con sus excesos) se disfruta y conviene hacer el intento de verla como si fuésemos un espectador español de 1979, el año en el que todavía existían periódicos falangistas, la ultraderecha era violenta y las Cortes estaban recién elegidas. Iván Zulueta, un niño bien que acabó tan rematadamente mal, fue muy temerario al rodarla y estrenarla. Y hoy es de justicia recordarlo.