CINE
El Hollywood de Hitler y el pariente nazi de Stanley Kubrick
- El documental, escrito y dirigido por Rüdiger Suchsland y recientemente estrenado en nuestros cines, es un buen recorrido por el cine alemán desde 1933 a 1945
- Los nazis preferían celebrar la muerte que la vida y en sus películas las muertes de los héroes eran felices porque lograban por fin el ideal
- Kubrick tiene una curiosa relación con el más abyecto director nazi: Veit Harlan era tío de su mujer y de su cuñado, productor y hombre de confianza
El documental El Hollywood de Hitler, escrito y dirigido por Rüdiger Suchsland y recientemente estrenado en nuestros cines, es un buen recorrido por el cine alemán desde 1933 a 1945, periodo en el que se rodaron más de mil películas (musicales, cine histórico, melodramas, bélicas...) y todas dentro de una organizada maquinaria de propaganda. Los nazis fueron tan astutos produciendo su cine que hasta el mismísimo Adolf Hitler exigía que el 40% del presupuesto de las películas se dedicase a la publicidad para que llegasen a todos y cada uno de los alemanes.
En 1933, y al tercer día de llegar al poder, Hitler, aficionado al cine, disfrutó de una película bélica (de submarinos) llamada Morgenrot, de Gustav Ucicky. Era una gran producción con efectos especiales y escenarios alucinantes para la época. Aquella película ya apuntaba algo de lo que Hitler se apropiaría en sus discursos e ideas paranoicas: el culto a la muerte, al sacrificio para un ideal y por una patria. El culto nazi, con sus celebraciones nocturnas, sus antorchas y sus coreografiados y masivos actos funerarios, se basó en en anhelo de morir, en el sacrificio. Al final Hitler acabó sacrificando a toda Alemania.
En aquellos espeluznantes aquelarres, los nazis preferían celebrar la muerte que la vida y en sus películas las muertes de los héroes eran felices porque lograban por fin el ideal. Su puesta en escena siempre era recargada, cursi, demencial. Además de las muertes ejemplares, las películas nazis estaban llenas de entregadas amas de casa, hombres viriles, ideales familias numerosas y de un constante elogio de lo campestre frente a la ciudad y el mundo intelectual, siempre pervertido cuando no manipulado por los judíos.
El todopoderoso Joseph Goebbels
Se han escrito toneladas de libros hablando de este perverso individuo y también ha aparecido como personaje en película como La niña de tus ojos (1998) o El hundimiento (2014). Goebbels controlaba, de forma obsesiva y maníaca, toda la prensa alemana, todas las emisoras de radio y por supuesto la industria del cine, cuyo emblema era los estudios UFA, fundados en 1917 y adaptados al nuevo régimen.
A la manera del presidente de un estudio de Hollywood, el tristemente famoso Ministro de Propaganda de Hitler, y escritor frustrado, metía mano en los guiones de las películas, en sus equipos y en sus repartos. Muchas veces elegía él mismo a los protagonistas. Su lema era “conquistar con la propaganda a las masas, cautivarlas y que nunca se liberen de ella”.
Ante el evidente peligro que suponía el nuevo régimen y la irrespirable nazificación del país, cineastas como Fritz Lang o Marlene Dietrich huyeron de Alemania, algo que no pudo lograr el gran Georg Wilhelm Pabst, que fue retenido a la fuerza y obligado a seguir haciendo cine bajo la vigilancia de Goebbels. Otra famosa actriz que huyó de aquel cine fue Ingrid Bergman, que participó en una película nazi llamada El pacto de las cuatro (1938), film de sorprendente tema feminista (sobre mujeres diseñadoras) y que la actriz acabó detestando. Bergman, que cuatro años más tarde acabó rodando en Hollywood la más famosa película de propaganda contra los nazis (Casablanca) fue seducida por Goebbles. El bajito y cojo (por una poliomelitis) depredador de mujeres le ofreció tomar un té juntos, pero ella puso pies en polvorosa.
En El Hollywood de Hitler, Suchsland recuerda la primera película de propaganda nazi. En ella un niño rubio (el ideal ario) tiene un padre comunista que le obliga a cantar la internacional en casa y lo hace a sopapos. Harto de su padre, le niño se refugia en el nazismo y lo hace en el bosque, en un campamento. Y allí descubre las hogueras nocturnas, los cánticos, la amistad, la lealtad... Una maravilla, vamos, nada que ver con las juventudes comunistas que aparecen en la película, formadas por borrachos, viciosos e inmorales muchachos. Al final, por supuesto, el niño muere y lo hace con el citado anhelo de morir, con un sacrificio.
El canon de Leni Riefenstahl
En un recorrido al cine nazi no puede faltar, bajo ningún concepto, una figura como la de Leni Riefenstahl, enorme cineasta pero perdidamente nazi. Riefenstahl, que llegó a vivir 101 años y que fue arrestada pero se libró de una pena por cómplice de los crímenes nazis, fue la directora de la fabulosa El triunfo de la voluntad, una película visualmente fascinante pero en el fondo espeluznante al ser un ejercicio de propaganda nazi y una película de terror sin pretenderlo.
Aquellas imágenes del auge del nazismo y de la figura de Hitler tenían mucho que ver con lo religioso, con la devoción a un mesías. En sus películas El triunfo de la voluntad y Olympia vemos desfilar a soldados o deportistas arios, pero a ningún individuo. Solo vemos una masa, una poderosa e ilusionada masa. El único y venerado individuo en las películas de Riefenstahl es Adolf Hitler.
El pariente nazi (y director de cine) de Kubrick
El más infame de los cineastas del Hollywood de Hitler fue Veit Harlan, famoso por una terrible película antisemita llamada El judío Süß (1940). Harlan contó con el fiel apoyo de Joseph Goebbels y tuvo acceso a los más desorbitados presupuesto para poder rodar deslumbrantes películas bélicas de época, con decorados de ensueño y miles de extras que hubieran hecho las delicias de Kubrick, que tiene una curiosa relación con el más abyecto director nazi: Harlan era tío de su mujer, Christiane, y de su cuñado, productor y hombre de confianza Jan Harlan.
Con sus repugnantes aunque muy bien rodadas películas, Veit Harlan ayudó a que la llamada “solución final” contra los judíos (su exterminio) se justificase en la gran pantalla y calase en la población alemana y también en las tropas. Por orden expresa de Goebbels, su abominable película El judío Süß (en la que un conspirativo y ladino judío viola a una muchacha y es colgado al final de la película ante cientos de personas) fue proyectada a los soldados alemanes.
El hundimiento
Cuando todo parece perdido, cuando los alemanes saben que van a perder la guerra, mientras ven sus ciudades arder, Goebbels va perdiendo el control y los mensajes sutiles se van colando en las producciones alemanas. Una de ellas es una superproducción llamada como la película de James Cameron: Titanic. Estrenada en 1943, expone sin reparos que las órdenes de los que gobiernan el barco son absurdas y la gente al mando una irresponsable. También sugiere que la tecnocracia y el progreso son parte del fascismo. Además no hay personajes femeninos negativos, pero sí muchos masculinos. Las mujeres ven que los hombres, con sus deseos de poder, traen el hundimiento del barco (de Alemania, de su absurdo Tercer Reich).
Goebbels no podía permitir un mensaje derrotista tan evidente tras el desastre de Stalingrado y prohibió que la película se proyectase en Alemania, solo en países ocupados. Además, mientras rodaba Titanic, el director Herbert Selpin fue encarcelado por declaraciones negativas sobre la Wehrmacht (fuerzas armadas nazis). El 1 de agosto de 1942 fue encontrado muerto en su celda. Nunca se supo si fue asesinado o se suicidó.
No fue el único hecho fatídico ligado a aquella película que acabó finalizando Robert Klinger. Las escenas de la noche del hundimiento y las escenas de la cubierta se rodaron en un barco llamado Cap Arcona, bombardeado por aviones aliados. El barco transportaba prisioneros para ser llevados a campos de concentración y en su hundimiento murieron entre 3.000 y 3.500 personas, más del doble de las víctimas del famoso trasatlántico. Aquel Titanic resultó ser la gran metáfora cinematográfica del fin del nazismo y del Hollywood nazi.