Cal viva bajo los adoquines
- Daniel Serrano novela el duelo vital vivido en el seno de la izquierda
española entre la generación de la Transición y la que precedió a la
del 15M
Aunque las referencias sean históricas, que nadie vea en Cal viva (Suma- Penguin Random House), la novela de Daniel Serrano (madrileño nacido en 1971, hijo del gran periodista y poeta Rodolfo Serrano y hermano del cantante Ismael), un relato del acontecer histórico de la España del postfranquismo hasta nuestros días. Lo es, pero va más allá. Con mucho. Porque la suya es una obra literaria que bucea en las mentes, la personalidad de quienes cedieron gran parte de su alma para evitar una nueva confrontación sangrienta tras la muerte de Franco y sus hijos, que trataron de evitar que las concesiones se convirtieran, como acabó sucediendo, en renuncias.
Y no sólo renuncias políticas (a recuperar la memoria histórica homenajeando a las víctimas del franquismo, a debatir la reinstauración de la República, a una sociedad laica, a dar una respuesta socialista a la crisis económica y política del capitalismo y tantos etcéteras más recogidos en la Constitución de 1978), sino renuncias personales, de principios y comportamientos.
La novela se llama así, Cal viva, porque ese ejemplo de la tortura y asesinato de Lasa y Zabala en los tiempos más oscuros del Gobierno de Felipe González, marcó a verbo y bronca la herencia envenenada de la Transición cuando, en el primer intento de investidura de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias le espetó: “Desconfíe usted de quienes tienen las manos manchadas de cal viva”. Y lo hizo en alusión precisa a su reciente pasado y el papel desempeñado con los GAL por Felipe González y la “vieja guardia” del PSOE, cuyos dirigentes se habían acomodado ostentosamente en el sistema utilizando las famosas “puertas giratorias”.
Pero Cal viva escarba en las contradicciones interiores de las dos generaciones de izquierdas marcadas por la Transición (a la que se ha sumado otra, la del 15-M para acá, ya liberada el temor al sable, aunque aplastada por el miedo al paro y la vuelta atrás en materia de libertades). La de los sesentañeros y la de los cuarentañeros. Y Serrano narra más que la historia, la infrahistoria –que diría Unamuno- y los procesos mentales de unos y de otros en esa pelea que siempre mantienen lo viejo y lo nuevo, esa dialéctica que busca una síntesis de la que ya ha salido otra antítesis, la de los jóvenes indignados.
Daniel es coautor, junto a su hermano Ismael, de la canción Papá, cuéntame otra vez donde le decían a Rodolfo, su padre, que, al final, bajo los adoquines no había arena de playa, como pregonaron los soñadores de mayo, aquel movimiento precursor dirigido por maoístas, trotsquistas y anarquistas de las universidades francesas, con la de la Sorbona a la cabeza, que acabó con la Quinta República del presidente aupado años atrás por los militares golpistas que perdieron la batalla de Argel, nada menos que Charles De Gaulle. Pero Daniel pega duro. Aquí, en España, viene a decir había cal viva. Fue peor. Y no se podía mirar para otro lado, como pretendieron los gobernantes socialistas de entonces so pretexto de que sólo con terrorismo de Estado podía evitarse un golpe de Estado militar porque ETA se estaba pasando de la raya precisamente para provocarlo.
Pero, insisto, la novela tiene la cal viva sólo como símbolo. Está salpicada, como nos recuerda el propio Daniel, por la movida madrileña de los ochenta y otros acontecimientos del final del siglo XX y
primeros del XXI. Las manifestaciones estudiantiles del 87 con el famoso Cojo Manteca de protagonista, por ejemplo. Y llega hasta la insurrección independentista catalana sin dejar de hacer referencias señaladas desde la cantante Rosalía a la reina Letizia. O a Blade Runner y David Lynch. Por decir algo. La clave, con todo, es cómo está escrita. Se devora como una tortita de camarones, disfrutando de sus crujidos, y se lee como quien come pipas. No paras hasta que has dejado el suelo perdido de cáscaras y no quedan más.
A Daniel se le nota que ha sido cocinero antes que fraile. Es periodista todoterreno, como se autodefine en ese punto. Y, en gran parte, currante del mundo audiovisual, con la impronta de agilidad que eso otorga. Suma el mérito, en su caso, de saber profundizar, de no quedarse en la espuma de los días. Dice que sus influencias en la obra son del Valle-Inclán de El Ruedo Ibérico o de Josep Plá, pasando por Goytisolo y Guelbenzu, e incluso algo de Umbral y Miguel Delibes, entre otros, hasta acabar en Rafael Chirbes o Fernando Aramburu. Pero su estilo es propio. Y, marcado por este tiempo fugaz, sabe sin embargo, acudir a la filosofía de Gramsci para decir con él que ha escrito de “lo nuevo, que no acaba de nacer y lo viejo que no acaba de morir”. Eso sí, aludiendo en todo momento, sin que lo explicite, al “dictum” de Walter Benjamin de que “no existe un solo documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un testimonio de la barbarie”.