La legendaria bronca entre Billy Wilder y Raymond Chandler por Perdición

  • Ambos se trataban bastante mal, no se aguantaban y sus encontronazos se convirtieron en historia del cine
  • Los apuros empezaron cuando el proyecto de adaptar esa novela llegó a oídos del temido censor Joseph Breen

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El guión de Perdición, estrenada hace 75 veranos, está basado en una novela breve titulada Double Indemnity y escrita por James M. Cain, autor de El cartero siempre llama dos veces Mieldred Pierce (en España titulada Alma en suplicio). Las dos fueron adaptadas al cine en dos estupendas películas de Tay Garnett (para la Metro) y Michael Curtiz (para Warner). Cain es un escritor perfecto para el cine porque su estilo, muy conciso, casi telegráfico, es ideal para ser adaptado a un guión de cine.  

Double Indemnity está inspirada en un crimen real cometido por Ruth Snyder y un vendedor de corsés que era su amante y ayudó a matar a su marido (ahorcándole con una cuerda de piano) para cobrar una póliza de seguros. Los dos fueron ejecutados en la silla eléctrica. De hecho, la ejecución de Ruth Snyder fue la primera foto que se consiguió sacar en una ejecución legal. En 1928 el New York Daily News sabía que un fotógrafo de prensa conocido no iba a poder entrar en la ejecución, así que le propuso sacar la foto a un fotógrafo del Chicago Tribune muy poco conocido a cambio 100 dolares de la época. El tipo se hizo pasar por escritor y realizó la foto a ras de suelo y con la cámara oculta en su tobillo. En la portada del día siguiente se podía leer en amarillistas letras “Dead!”. Esta anécdota fue recordada por el propio Wilder en Primera plana (1974), critica salvaje al periodismo más bajo que ya había inaugurado en El gran carnaval (1951).  

Billy Wilder, que venía de rodar Cinco tumbas al Cairo (1943), se interesó por la historia y se la propuso a su habitual coguionista, y también productor, Charles Bracket (Medianoche, Ninotchka o Bola de fuego). Pero se negó en redondo, la novela de Cain le parecía sombría, chabacana e inadecuada para el cine. Sorprendido y desilusionado porque veía una gran película en la novela, Wilder llamó entonces al propio Cain, pero según el director ya estaba trabajando para Espíritu de conquista, de Fritz Lang, director que, como Wilder, huyó de la Alemania nazi para hacer cine en Hollywood. Cain, eso sí, no aparece en los créditos de la película de Lang.

La tercera y última opción de Wilder fue llamar al famoso escritor de novela negra Raymond Chandler, que ya había publicado sus éxitos El sueño eterno y Adiós muñeca. Pero no se llevaron nada bien. Chandlder era alcohólico y un exejecutivo del mundo del petróleo que se había quedado en la calle y en la ruina por culpa del Crack del 29. Un día, entre trago y trago, se sentó ante la máquina de escribir y surgió la magia. Publicó su primer novela tardísimo, a los 51 años.

Esa ópera prima, El sueño eterno, fue adaptada al cine por Howard Hawks, cuando en los estudios de Hollywood Chandler ya era una estrella excéntrica. Por contrato pedía dos Cadillacs operativos las 24 horas del día y aparcados en la puerta de su casa para a hacer sus recados y dos secretarias para escribir al dictado sus ideas. Siempre, eso sí, que hubiese encontrado el punto alcohólico perfecto, el exacto numero de tragos que le traían de vuelta a las musas.

En frente de aquel engreído, caprichoso y alcohólico cincuentón estaba el treintañero Wilder, que se las tenía que apañar, en su tercera película en Hollywood, con un novelista de verbo depurado y elegante pero de tramas demasiado enrevesadas y que no tenía ni la menor idea de escribir guiones. Perdición, que Chandler aceptó escribir por una enjundiosa cantidad de dinero, era su debut en ese terreno. Y los dos empezaron muy mal: Chandler le entregó un guión absurdo atiborrado de acotaciones de cámara. Wilder, furibundo en su oficina, no daba crédito. 

Entre las muchas manías de Chandler destacaba la de destetar ver a Wilder con su sombrero puesto en la oficina. Por su parte Wilder, siendo un fumador empedernido, odiaba el tufo de la pipa de Chanler. Se trataban bastante mal, no se aguantaban y la tensión fue en aumento hasta que una mañana Chandler no se presentó en la oficina de Wilder. “¿Dónde se ha metido?”, preguntó a producción.
Poco más tarde el productor le mostró a Wilder dos hojas de papel en las que se podía leer: “Mr. Wilder debe dejar de impartir a Mr. Chandler órdenes arbitrarias o de naturaleza privada como “Ray, ¿puedes abrir la ventana?” o “Ray, cierra la puerta”. Mr. Wilder no volverá a agitar su fino bastón de Malaca bajo la nariz de Mr. Chandler o señalarle con él, como suele hacer durante el trabajo”. El texto parecía salido de una comedia de Wilder.

Pero no acabaron ahí los problemas de aquel guión. En el Hollywood de los cuarenta los estudios trabajaban bajo una férrea censura. Los apuros empezaron cuando el proyecto de adaptar esa novela sobre un agente de seguros que comete asesinato llegó a oídos del temido censor Joseph Breen, un republicano antisemita (“Estos judíos parece que solo piensan en hacer dinero y en la indulgencia sexual”) de la Oficina Hays. Esta oficina, que hizo un daño monumental al cine americano, aplicó el infausto Código Hays desde 1934 hasta 1967. Casi nada. 

Aquellos rudos censores vigilaban las escenas subidas de tono, la burla a la religión, el uso desmedido de alcohol, el contrabando, la vulgaridad, el desnudo, la forma de bailar... Además, todo lo relacionado con el crimen se miraba con lupa. La técnica del asesinato debía presentarse con cautela para no ser imitada. Y esto se aplicaba al robo, la perforación de cajas fuertes y hasta el dinamitado de trenes.

Breen dijo a los ejecutivos de Paramount Pictures que no se fiaba del judío Wilder ni de la sucia novelita de Cain. Sus delirantes argumentos eran que la pareja protagonista explicaba cómo cometer un asesinato, se trataba de dos adúlteros y encima no eran castigados por la ley porque en la novela acaban suicidándose. No pagaban por sus crímenes, no había moraleja ejemplarizante, el colmo.

Por eso Wilder y Chandler decidieron que el protagonista debía morir ejecutado (igual que Ruth Snyder, pero en vez de en la silla eléctrica en la cámara de gas). Este final llegó a ser escrito y rodado, pero al estudio le horrorizó y se cayó en la sala de montaje siendo sustituido por un final menos bestia. Sobre este cambio, Wilder dijo: “Era una escena muy lograda y enormemente efectiva. Pero eliminé la escena, y eso que había costado mucho su producción”.

En aquel final Fred MacMurray, herido de un disparo, le pide a su amigo (Edward G. Robinson) que le deje escapar a México. “Ni siquiera llegarás al ascensor”, le contesta. El amigo investigador había tenido al criminal más cerca de lo que pensaba: “Al otro lado del escritorio”, dice MacMurray. Y su amigo responde: “Todavía más cerca”. Por eso Perdición es una historia de sexo, codicia y muerte pero también de amistad y hasta de amor entre dos hombres. 

Perdición es magistral porque no tiene buenos de una pieza frente a malos de tebeo. Aquí el bueno es el experto de la agencia de seguros Edward G. Robinson, un tipo con un don para que nadie se la cuele, pero cuando descubre que el criminal es su mejor amigo se desmorona, se vacía. Y frente a él está el pobre Fred MacMurray, que no es mas que un pringado devorado por la que está verdaderamente podrida (ella lo dice literalmente): Barbara Stanwyck. En Perdición el criminal acaba pagando, pero no es un criminal estereotipado, le entiendes, le compadeces. Su muerte no es un ejemplo de nada y nadie gana con ella. Y por eso es una película que ponía nerviosos a los censores de la Oficina Hays y sigue siendo inolvidable.

Tan inolvidable como los diálogos de Wilder y Chandler:
  

Ella: En este estado hay un límite de velocidad: 70 km/h.

Él: ¿Y a cuál iba, agente?

Ella: Yo diría que a 140 km/h.

Él: Pues bájese de la moto y póngame una multa.

Ella: Mejor dejarlo en advertencia por esta vez.

Él: ¿Y si no da resultado?

Ella: Le daré con una regla en los nudillos.

Él: ¿Y si me echo a llorar y pongo la cabeza en su hombro?

Ella: ¿Y por qué no intenta ponerla en el de mi marido?


 

 

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