La memoria gusta de jugar al escondite

  • José Esteban acaba de publicar "Ahora que recuerdo", su esperado libro de Memorias
  • En el libro se da un feliz repaso y un repaso feliz a cincuenta años de cultura literaria española

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Después de su Diccionario de la bohemia, un libro referente en todo lo que tiene que ver con aquel estado que definió en buena parte la literatura española de finales del XIX y principios del XX, José Esteban (Sigüenza, Guadalajara. 1935) acaba de publicar Ahora que recuerdo (Reino de Cordelia) su esperado libro de Memorias. Como no podía ser menos en él, un hombre que ama la literatura española con pasión desaforada, sigue en parte en cuanto a su estructura la de La novela de un literato, de Cansinos Assens, vale decir, sigue un cierto orden cronológico pero lo importante es que el libro está dividido en entradillas, en enlaces, diríamos hoy, que nos remiten, a una especie de afortunado índice temático.

El libro comienza bajo lo auspicios de Pío Baroja, con la publicación de su libro de memorias, Desde la última vuelta del camino, y acaba bajo su misma estrella, reproduciendo un prólogo al tomo quinto de las mismas donde don Pío dice que las Memorias son un poco de anécdotas y un poco de chismografía y que él desde luego huyó de esa pedagogía de sacar en ella consecuencias de su oficio.

José Esteban parece atenerse a esa lección de su primer maestro y en este esperado medio siglo de recuerdos personales donde se refleja en buena parte la cultura española de los años cincuenta hasta ahora, nos hace un recorrido divertido, irónico, pero, sobre todo, lleno de una profunda comprensión por todo lo humano, como identificándose con lo más genuino del espíritu de su admirado Cervantes, que le ha llevado a una independencia de criterio que tirios y troyanos no le han perdonado.

Así, José Esteban tuvo como a uno de sus grandes amigos a José Bergamín, pero no ocultó sus simpatías por Giménez Caballero, a quien publicó en la editorial Turner, que regentaba junto a Manuel Arroyo. Eso le llevó a ser criticado por algunos de sus compañeros del PCE, así, Ramón de Garciasol, pero, finalmente, Esteban consiguió que Bergamín y Gecé comieran juntos y fue en esa ocasión cuando Giménez Caballero, a preguntas de Bergamín, contó que había escapado del Madrid republicano vestido de ama de cría. Genio y figura.

De anécdotas de este porte está lleno el libro y ello es importante porque algunas adquieren rango casi legendario, pero lo relevante de la cosa es que mediante este recorrido por el París de los sesenta, por las tertulias madrileñas, por la creación de editoriales, como Ciencia Nueva o Turner, por haber promovido actos culturales de importancia enorme. Como la de dirigir junto a Juancho Armas Marcelo el Congreso de Escritores de Canarias, que juntó a personajes imposibles como Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Al lector le es dado hacerse una idea muy veraz de lo que ha sido la cultura literaria española, con incidencia plena en Madrid, de los últimos años, sin que Esteban se olvide de Barcelona, mejor dicho, de sus amigos de Barcelona, es decir, aquellos de la Generación de los 50 que sobrevivían en la capital tomando copas en Boccacio, en especial su admirado Carlos Barral.

La nómina de personajes es inmensa... Cela, Bryce Echenique, Caneja, Torrente Ballester... una lista casi interminable que muestra la verdad de aquel que definió a José Esteban como el hombre que sólo tenía amigos.

En realidad, José Esteban nos habla de un momento irrepetible... como son irrepetibles todos los momentos. Esta obviedad, por muy obviedad que sea, es algo que se olvida con frecuencia pero les aseguro que no hay generación que no mire con nostalgia el momento irrepetible... de su juventud. En el libro de Esteban se da un feliz repaso y un repaso feliz a cincuenta años de cultura literaria española, pero con el buen criterio de la memoria la mugre se nos despeja en aras de una pulcritud que inconscientemente deseamos hubiera ocurrido de esa manera. Por ejemplo, es cierto que Rafael Alberti y Pepe Bergamín se negaban a ver siquiera a Gecé, pero a los que les parece una descortesía habría que recordarles que todos estos rencores venían de una terrible guerra civil. Esteban en estos casos prefiere no hurgar en la herida y referirnos la anécdota tal y como ocurrió. Es más, es evidente que nunca nos habla de las sempiternas faenas que nos hacen los sempiternos enemigos y me consta que José Esteban los ha tenido, como todos los tenemos.

Esta obviedad se superpone a otra. Decía Proust con lúcido criterio que si contemplamos una fotografía de nuestra juventud nos damos cuenta que nuestros rasgos individuales se desvanecen en aras de los rasgos de la generación a que pertenecemos. De ahí que si nos referimos a las supuestas diferencias entre la vida cultural española de entonces y la de ahora tendamos a mitificar la de antes, pero eso ocurre sencillamente porque la de ahora se conforma como un maremagnum de individualidades desconexas. Cuando lleguemos a darle categoría histórica, es cuestión de tiempo, el caos dará paso a evaluaciones más ponderadas. Al fin y al cabo la cultura pop de los sesenta es ahora uno de los hitos del pasado siglo y, para algunos, ¿quién nos lo iba a decir?

Vivimos de los relatos que inventamos. La memoria gusta de jugar al escondite

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