No voy a andarme con florituras ni a tirar de lo políticamente correcto: esta película está en los Oscar porque la ha dirigido una mujer. La película es completamente anodina, insulsa y cuenta de forma pobre lo que se ha contado mil veces en pantalla. No entiendo, eso sí, que esta señora esté nominada a la mejor dirección en los Oscar y Kathryn Bigelow, la directora de la ninguneada Detroit, no lo esté.
Es obvio que los miembros de la Academia, en su gran mayoría demócratas, se han enfrentado a Donald Trump a su manera. Primero han pensado en la cuota femenina (ahí entra esta fútil película), después en la minoría negra (donde entra Déjame salir y la nominación a su director y actor protagonista) y como remate en un director mexicano para hacerse con el premio gordo, como ya ocurrió en los Globos de Oro y en los BAFTA.
La directora de Lady Bird, Greta Gerwig, es una moderna de manual y formó parte del aquelarre contra Woody Allen. “Si hubiese sabido lo que sé ahora, no habría actuado en la película A Roma con amor. No he trabajado con él nunca más, y no volveré a hacerlo”. Allen está que no duerme ante semejantes declaraciones.
En fin, Lady Bird va de la vida de la directora, supuestamente apasionante. La acción se desarrolla en 2002, cuando Gerwig no había cumplido los 20. Lady Bird, así se hace llamar ella, pasa su último año de instituto y tiene inclinaciones artísticas (aunque es bastante vaga y no destaca en nada, ni se le ve muy interesada en arte alguno) y sueña con vivir en la costa este. A todo esto, su madre siempre discute con ella y su familia sufre penurias económicas.
El guión de Lady Bird no cuenta nada interesante. No tiene ni una sola secuencia para el recuerdo. Ni siquiera esa en la que se habla del aborto ante una ultra católica. En ella lo intenta, pero no lo logra porque Gerwig es una cineasta sin personalidad, insípida. Y todo lo que narra se ha contado ya en pantalla o en literatura. Despertar sexual, pérdida de la virginidad, pandilla de perdedores y de triunfadores, diferencias de clase, en casa no me entienden, quiero volar fuera del nido... Todo esto o lo cuentas de una manera nueva o te la pegas. Y la señora Gerwig se la pega.
No han pensado lo mismo los académicos, claro. Tiene cinco nominaciones a los Oscar (incluyendo Mejor película y director), ha sido nominada a Mejor película y actriz (la insípida Saoirse Ronan) en los Globos de Oro, tiene tres nominaciones en los BAFTA, es una de las 10 mejores películas del año para el American Film Institute y para Variety es “una joya de bajo presupuesto modesta y milagrosa”. Una cosa tremenda.
La flojita Saoirse Ronan, por cierto, es la actriz o actor más joven en conseguir dos nominaciones al Oscar en los 90 años de historia de los premios. El resto del reparto es decente y destacan entre todos dos buenos actores del cine indie como Lucas Hedges (Manchester frente al mar) y Timothée Chalamet (Call Me by Your name).
No es de extrañar que detrás de Lady Bird, moviendo los hilos, esté el poderoso productor Scott Rudin, experto en este tipo de productos y gran capo del cine “independiente”. Lo escribo entre comillas porque esta película está distribuida en todo el mundo por Universal Pictures. Esto es puro Hollywood, de independiente nada.
Nadie se acordará de esta película en pocos meses. Absolutamente nadie. Lady Bird forma parte de una cuota absurda y de una moda pasajera y no está a la altura de emblemáticas películas del cine adolescente como Juno o Las ventajas de ser un marginado.
Lo mejor: que dura hora y media.
Lo peor: su absoluta incapacidad para contar nada nuevo.
El plan B:
Por fin llega a nuestras pantallas Todo el dinero del mundo, la peli en cuyo montaje borraron a Kevin Spacey por sus escándalos sexuales. Lo sustituyó Christopher Plummer y por solo nueve días de trabajo ha conseguido una nominación a los Oscar. Es además, y a sus 88 años, el actor más veterano en ser nominado. Y para veterano también su director, Ridley Scott, que está hecho un toro y no para de rodar y de producir. De hecho, esto ha dicho The Hollywood Reporter sobre Todo el dinero del mundo: “Es la película más dinámica y con mejor ritmo jamás filmada por un director de 80 años”.