CINE / Charlie Chaplin acusó a Hitler de haberle plagiado el bigotito y se vengó parodiándole en 'El gran dictador'
Dictadores descongelados
En Mis chistes, mi filosofía, Slavoj Zizek cuenta cómo en algunos países comunistas corría el rumor de que había un departamento de la policía secreta encargado de reunir, inventar y hacer circular chistes, bromas y chascarrillos políticos contra el régimen, ya que de alguna manea el humor servía como desahogo y válvula de escape. Fuese cierto o no, parece que muchos dictadores han usado involuntariamente esta función catártica presentándose a la vez como bestias sanguinarias y como payasos. Hubo un momento, cuando Hitler, Mussolini y Stalin se alinearon juntos brevemente bajo el Pacto de no agresión germano-soviético, en que parecía que, en vez de la Segunda Guerra Mundial, fuesen a inaugurar un circo.
Mucho antes de que el primero se hiciera célebre entre bombardeos y campos de exterminio, Charlie Chaplin denunció que le había copiado el bigotito. El cineasta se vengó ridiculizándolo al por mayor en El gran dictador, una película que no pudo estrenarse en España hasta 1976 para no herir sensibilidades y que en su momento casi le cuesta la cabeza, porque Hitler tenía poderosos simpatizantes en los Estados Unidos, empezando por el magnate de la prensa William Randolph Hearst. Años después, cuando finalmente consiguieron exiliarlo por rojeras, la acusación más hilarante en su historial delictivo fue la de “antifascista prematuro”.
De Mobutu a Videla y de Suharto a Aliyev, muchos horrendos sátrapas del siglo XX poseen un aura irresistiblemente cómica. De ahí que, una vez pasado el horror de su presencia, contemplarlos desde ese prisma resulte un alivio y un consuelo. Sono tornato, de Luca Miniero, es una producción italiana recién estrenada que juega con la idea de un Mussolini que regresa a la vida 72 años después de su tiranicidio para encontrarse convertido en una estrella de la televisión. Una idea similar a la de la cinta alemana Er ist wieder da, de David Wnendt, basada en el best-seller homónimo de Timur Vermes, que especula con un hipotético retorno de Adolf Hitler a Alemania después de haber pasado las últimas décadas en hibernación voluntaria. The Death of Stalin, una reciente película de Armando Ianucci en tono de humor negro sobre el asesinato del dictador soviético, con Steve Buscemi en el papel de Krushchev y Michael Palin en el de Molotov, ha recibido duras críticas por parte de las altas instancias culturales rusas.
Técnicamente, las historias de un Hitler y un Mussolini redivivos plagian descaradamente la ocurrencia de Fernando Vizcaíno-Casas, quien publicó en 1978 ...Y al tercer año, resucitó, una novela que empezaba con el general Franco haciendo autostop cerca del Valle de los Caídos. También hubo película apenas dos años después, para cumplir la profecía, y a pesar de que contaba en su elenco con actores de la talla de José Bódalo, Florinda Chico o Pepe Sancho, no pasaba de ser un entretenimiento chusco lastrado por la nostalgia franquista del libro original. Ninguno de los intentos cinematográficos por captar el lado cómico del dictador (desde Espérame en el cielo, de Antonio Mercero y Madregilda, de Francisco Regueiro; a Buen viaje, excelencia de Albert Boadella) van mucho más lejos. Quizá porque el original era insuperable, como lo demuestra el pavoroso documental de 1964, Franco, ese hombre, una lamentable hagiografía de José Luis Sáenz de Heredia rematada por una entrevista de limpiabotas que se mueve entre la autoparodia, la ventriloquia, el cartón-piedra y la vergüenza ajena. O quizá porque Franco --al contrario que Hitler o Mussolini, los mentores que le ayudaron a masacrar España-- nunca llegó a irse.