ENTREVISTA / Mariano Antolín Rato, escritor gijonés que publica "Silencio tras el telón del sueño", su novela número dieciseis
“He tratado de vivir literariamente porque la cotidianeidad la encuentro indecente”
La imagen, y la vida, de Mariano Antolín Rato no puede despegarse de la de un escritor cercano a la ética y la estética beat y underground. Aunque esa generación norteamericana sea mucho más vieja que el escritor gijonés, su escritura ya fue calificada de lisérgica, lo que constituye todo un síntoma generacional. Su última novela, Silencio tras el telón del sueño (Pez de Plata, 2017) sigue con su tendencia a explorar tiempo y vidas, espacios y viajes, amores y abandonos, que empezó a manifestarse en novelas como Abril blues, Botas de cuero español, No se hable más, Lobo viejo, Picudo rojo, Fuga en espejo... aunque con peripecias diferentes. Desde que su primera novela, Cuando 900 mil Mach aprox (1975), ganara el Premio de la Nueva Crítica, ha obtenido los premios Quiñones, Villa de Madrid y Juan March, y algunos más.
Traductor fundamental por el que hemos leído lo mejor de la literatura en lengua inglesa, entre otras, es Premio Nacional de Traducción. Alejandro Gándara dice de él que, aunque dejados un poco de lado sus experimentos psiquedélicos, “su forma de cuadrar párrafos y escenas, y de enfocar el lado oscuro y débil de esta frágil (y, por tanto, entretenida) existencia nuestra sigue tan potente como siempre”.
-- Huida, fracaso, amor, arte, literatura, tripis y alcohol, sexo, siguen siendo materia de su literatura ¿no?
-- Creo que son elementos, al menos algunos de ellos, que forman parte de la vida de todo el mundo. En mi caso se añaden los propios de una parte de mi generación –la llamada “sesentayochista”.— Y me refiero a la parte que no eligió el poder o el convencionalismo. Al comienzo de esta nueva novela se dice (cito de memoria) de la pareja protagonista –Kay Quirós y Pedro Velasco- que incluso con poco eco, sin mucha precisión y bastante ingenuidad, se atrevían a resumir sus muestras de ineficaz rebeldía con un tajante: ”Ellos contra nosotros”.
-- ¿Nunca ha de rebajarse la intensidad de vivir? ¿Qué es, en realidad, “vivere pericolosamente”?
«La vida se disfruta más entregándose plenamente a ella, y sin poner más limitaciones que las que dictan la decencia y el cuidado»
-- Eso de “vivere pericolosamente”, me suena a consigna fascista italiana. Pero que la vida se disfruta más entregándose plenamente a ella, y sin poner más limitaciones que las que dicta la decencia y el cuidado, hasta cierto punto, de la salud.
-- La vida como road movie, por un lado, y como discusión literaria o artística, por otro. ¿O se trata de lo mismo?
-- Bueno, he tratado de vivir literariamente –más que en una película- porque la cotidianeidad la encuentro indecente, y dictada por unos “ellos” que me repele.
-- ¿Es ésta una novela generacional en la que muchos se podrán ver familiarizados? (La de exámenes que no habremos hecho bajo la influencia de la centramina).
«Los jueces que dictan sentencias contra el consumo de lo que la legislación vigente llama drogas, prepararon sus oposiciones consumiendo anfetas»
-- En su mayor parte, los jueces que dictan sentencias contra el consumo de lo que la legislación vigente llama drogas, prepararon sus oposiciones consumiendo anfetas. Claro que ellos lo hacían para luego ganarse la vida como ciudadanos modosos de puertas para fuera. A los que las usamos para cruzarlas hacia nuevas posibilidades de sobrevivir en la miseria ambiente nos consideran intratables y merecedores de castigos.
-- Se trata de una novela hasta cierto punto histórica: Pedro Velasco besa a Kay Quirós, los protas, asomado a la ventanilla del tren y hasta busca una cabina de teléfono para llamar. ¿Es usted de los que aún compran discos?
-- Me di cuenta de que era una novela histórica, cuando mi editor, que anda por los treintaytantos años, me dijo que al leer la novela había conseguido sentir nostalgia por cosas que no había vivido. Y por supuesto compro discos y oigo música sin cesar. Y no solo rock, sino más, como en realidad hice siempre, jazz y clásica. Sobre los tres tipos escribo en revistas especializadas.
-- ¿Hay chispas de nostalgia en la secuencia del colegio mayor San Juan Evangelista, el Johnny? Ay...
-- Sin duda. Y sobre muchas más cosas. Pero no suelo tener tiempo para revivir el pasado. El presente me tiene muy ocupado.
-- El tiempo, en la novela, se mide por títulos emblemáticos de música, This is the end (Doors) y No future (Sex Pistols): entre esos dos transcurre el grueso de la historia, ¿poco espacio para la esperanza?
«Dados los años con los que cargo no me ocupo demasiado del futuro, al menos biológicamente, aunque sí en sentido sociológico»
-- Dados los años con los que cargo no me ocupo demasiado del futuro, al menos biológicamente, aunque sí en sentido sociológico. Y éste no parece que ofrezca un porvenir para dar saltos de alegría.
-- ¿Cómo vive el tiempo que nos toca vivir ahora?
-- Procuro buscar la soledad y el aislamiento. Y cada vez me quedan menos amigos, porque se los llevó la muerte. Ocasionalmente hago nuevos, y jóvenes, y procuro mantenerme a su altura. Y tengo una larga y firme relación con una mujer, María Calonje, de la que, aunque produzca cierto pudor decirlo, sigo enamorado. Cosas que pasan. Por otra parte leo mucho, traduzco para ganarme la vida, colaboro en revistas y escribo novelas. Y como ahora vivo en la costa puedo pasarme mucho tiempo ensimismado con una puesta de sol o con la forma que el viento hace que adquieran las nubes. Como en la tele solo veo películas y no tengo que ir a una oficina para comentarlos, no sigo los programas de mayor audiencia, sean políticos o no. En fin, que no me preocupa nada estar al tanto de la actualidad que no sea artística, cinematográfica o literaria.
-- Se ha confesado practicante de meditación zen, ¿ayuda a retener momentos como “aquel atardecer suntuoso no contaminado por la vejez, la enfermedad y la muerte”, como se lee en la novela? ¿Cómo entró usted en el zen?
«La práctica del zen me hizo comprender que muchas escrituras aparentemente incomprensibles están narrando estados que se consiguen sin hacer nada»
-- Lo primero que publiqué fue, precisamente, un libro sobre zen. Y llevo la tira de años practicando la meditación sentado casi diariamente. En realidad comenzó a interesarme por cuestiones más bien estéticas, como la poesía, el arte y los jardines japoneses. E incluso estuve tres años estudiando japonés, lo que, al menos, me permite leerlo con diccionario. Luego, la práctica ocasional en centros específicamente dedicados al zen, me hizo comprender que muchas escrituras –sutras—aparentemente incomprensibles, están narrando estados que se consiguen sin hacer nada y sabiendo que no queda nada por hacer. La reciente “moda zen” me produce repelús.
-- Aceptar el paso del tiempo, envejecer, es un aprendizaje largo y tortuoso, ¿qué puede uno meterse en el cuerpo para sobrellevar ese Sein zum Tode?
-- A mí me ayudó mucho el ácido –LSD- que constituyó un corte radical en mi concepción del mundo. Fue algo que me ha permitido ver las cosas de un modo según el cual, lo que se conoce como yo, es de hecho similar a un árbol que da forma al aire. No la forma que destaca.
-- ¿Cuál es el papel de la Capilla Rothko en la novela?
-- Pretendí que fuera lo opuesto al mural que Pedro Velasco acaba de hacer en el aeropuerto de Anchorage. Un lugar de recogimiento, frente a una obra que, aunque él nunca termine por aceptarlo, quienes la pagan quieren que suponga un elemento publicitario de Alaska. Por otra parte, ese recogimiento, como comprobará cualquiera que la visite, no es tal. La obra refleja cierto desosiego. Algo que, en mi opinión, es constante en Rothko.
-- César, el hermano del protagonista, es un militante de izquierdas radical en su concepción del mundo, tajante en sus opiniones políticas, ¿con los años las personas se vuelven más razonables porque aprenden algo o porque se vuelven reaccionarias ?
«Muchos militantes de izquierdas desempeñan cargos en las filas sociatas, integrados en un aparato que les proporciona beneficios económicos»
-- Muchos de aquellos militantes de izquierdas –y en la novela hay más de uno- se han integrado y desempeñan cargos en las filas sociatas. Si aprendieron algo fue a integrarse en un aparato que les proporciona beneficios económicos. De ahí, supongo, el tan traído y llevado debate actual sobre dónde está la izquierda.
-- La Coda final de Silencio... es un recuento de la historia, crítico, aclaratorio (o no) de la peripecia de los personajes, que recuerda a la metahistoria de otras novelas tuyas como Picudo rojo y Fuga en espejo. ¿Es un suave ajuste de cuentas con los personajes o es que no confía usted demasiado en el lector atento?
-- Me sirvió para ajustar cuentas con mi propia escritura, más bien. Además intenté cerrar la novela con uno de los personajes aparentemente secundarios, Juan Gálvez, pero que considero clave desde casi el principio y que no está tan cerrado al mundo ambiente como los protagonistas. Sus andanzas proporcionan, espero, una visión de la siniestra España de entonces desde la perspectiva de una clase social desfavorecida y que le cuesta mucho esfuerzo llegar a donde se propone.
-- En Botas de cuero español, Rafael Lobo se ve abandonado por su mujer; en ésta, Pedro Velasco sufre reiterados abandonos de la suya, Kay Quirós. Una constante que ¿a qué puede responder?
-- Es algo que ya me han señalado. Imagino que responde a mi intensa admiración, entre otras cosas, por las mujeres y a la incapacidad de los hombres –o en cualquier caso, mía—para estar a su altura. Si nos dejan es porque nos lo tenemos merecido.
-- Se ha especulado sobre si Lobo es un trasunto de Eduardo Haro Ibars, Chicho Sánchez Ferlosio o Leopoldo María Panero, todos amigos suyos. Manías...
-- Eduardo Haro Ibars ha sido uno de mis mejores amigos y de las personas con las que me lo he pasado mejor y más me enseñaron, de la vida y la literatura. Creo que eso queda bien reflejado en la magnífica biografía que hizo sobre él, Benito Fernandez: Los pasos del caído. Por cierto, tanto él, Benito, como otros que con nombres supuestos me han convertido en personaje de sus novelas –como Luis Antonio de Villena y algunos más- me han proporcionado una visión de mí que no se corresponde con la que yo me creo que tiene la gente. Lo que supuso un auténtico ejercicio de humildad. Y respondiendo a la pregunta, debo decir que no. A Leopoldo le traté bastante, pero nuestras relaciones fueron muy conflictivas. Y a Chicho le conocí poco y nunca nos llevamos demasiado bien. Quisiera añadir que cuando a Joyce Carol Oates le preguntaron cuánto de autobiográfico había en sus libros, respondió: “Digamos, por ejemplo, que un 30 por cierto”. La hago mía.
-- ¿Es comunicar lo insignificante un reto del arte, y de la literatura, especialmente?
«Lo oficialmente insignificante suele ser lo que más me interesa. Como dijo William Blake, cualquier cosa mirada con suficiente intensidad se revela tal cual es: infinita»
-- Lo oficialmente insignificante suele ser lo que más me interesa. Y como dijo, más o menos, William Blake, cualquier cosa mirada con suficiente intensidad se revela tal cual es: infinita. Es por tanto una cuestión de visión lo significativo de las cosas, me parece.
-- No es elegante tener éxito, según dicen al menos dos personajes de sus novelas. ¿Reconocimiento y éxito son los mismos impostores?
-- Supongo que lo dicen unos personajes snob –y yo lo soy hasta cierto punto-. Uno no escribe, o al menos yo no lo hago, en busca de reconocimiento. Al hacerlo busco un estado de satisfacción incomunicable a los demás pero que sin duda compensa todos los esfuerzos que hay que realizar para alcanzarlo. Si encima, consigo que algún lector participe de él, pues me doy por satisfecho. Y sí, el éxito me parece una horterada.
-- ¿Cómo se llama su gato? (Patricio, en la novela) ¿Le importan los animales? No parece España su paraíso precisamente.
-- En realidad tuve un gato que se llamaba Patricio, pero el pobre se murió, ya viejo, porque me vi obligado a dejarle en un kennel una vez que surgió un viaje inesperado. Siempre había ido de viaje conmigo o quedado en casa de mi hija, pero en aquella ocasión no pudo ser. Doy por supuesto que se murió de pena ante las dos posibilidades que se le ofrecían: estar sin mí o verse condenado a vivir en un lugar que no le gustaba. Ahora tengo un perro que se llamó Velasco a sí mismo. Resulta que el día que llegó a mi casa y se puso a reconocerla, entró en mi cuarto de trabajo y salió con un papel en la boca que decía: “Aquella tarde Velasco llegó…”. Pertenecía a una página desechada de Silencio tras el telón del sueño, que estaba en la papelera. Cuando escribo novelas siempre imprimo las páginas y las corrijo, y luego paso las correcciones al ordenador. Era evidente que no podía llamarse de otro modo. También vive conmigo un gato, Roger, cuyo nombre proviene de una historia parecida, pero demasiado larga para contarla aquí. De hecho he escrito un relato que, tomando prestada la frase de Jean Cocteau, se titula, “No hay gatos policías”. Pero me gustan mucho los perros y gatos. Ya en casa de mis padres hubo siempre. Y he tenido unos cuantos. Sobre la situación de esos y otros animales en España, prefiero no hablar porque se me saltarían las lágrimas.
-- ¿Escribirá sobre budismo zen, como ha prometido?
-- No recuerdo haberlo prometido. Pero en las reediciones del que ya he publicado, suelo añadir prólogos nuevos.
-- ¿Y qué hay de sus memorias?
-- Pues ya estoy, además de con una nueva novela, tomando notas para ellas. Había dicho que escribiría 15 novelas y, si me daba la vida, mis memorias. De momento, y encantado por llevarme la contraria, ya he publicado 16, y ante el interés que suscitaron los fragmentos publicados en revistas de las memorias, creo que las terminaré. Las escribo en tercera persona, esto es, yo, aunque narre, soy un personaje, lo que me permite distanciarme e ironizar sobre mis opiniones. Me preocupa, a veces, que los personajes que aparecen con sus nombres y apellidos puedan molestarse. Pero como decía antes, uno suele tener una opinión sobre sí mismo que no coincide con la que tienen los demás. Tengo constancia, además, de mi buena memoria, porque más de una vez algún elefante vino a consultarme algo que había olvidado. En realidad, uno de los ejercicios que hago para dormirme, es reproducir mentalmente una situación o viaje con todo tipo de detalles hasta que al fin termino por aburrirme y prefiero dormir.