La trayectoria literaria de María Tena (Madrid, 1953) es la de una autora que publica pocos libros pero cada uno de ellos incide en una temática y un desarrollo muy distinto al libro anterior, así, Tenemos que vernos, Todavía tú o La fragilidad de las panteras, de hermoso título, y que fue finalista del Premio Primavera en 2010. Gestora cultural conocida –estuvo a cargo del Instituto Cervantes en Nueva York– editora, escritora, María Tena ha ganado el Premio Málaga de Novela con El novio chino (Fundación José Manuel Lara), una historia amorosa que se desarrolla en Shanghai en 2010 entre Bruno, un algo desengañado ejecutivo cultural español, y John, un campesino chino que recientemente llegó a la ciudad proveniente de la aldea. Desde que se publicó, debido a su temática, la novela ha sido objeto de malentendidos, malentendidos a los que la autora se refiere en esta entrevista, donde se nos dan ciertas claves de la misma para mejor comprensión de su lectura, a la vez que reflexiona sobre la generación literaria a que pertenece.
– El novio chino es una novela que trata el tema de la homosexualidad masculina. ¿Cuál fue el mecanismo que le indujo a ello?
– No fue premeditado, se me impuso. Una noche en Shanghái, en un bar tan friki como el que se muestra en la novela, asistí a un intercambio de miradas entre dos hombres. Uno era un español hecho a sí mismo y muy sofisticado y el otro un chino recién llegado de una aldea rural que había huido de un padre cruel que quería obligarle a casarse. Me conmovió su atracción inmediata. La soledad radical que compartían. Ahí me quedé. Fue la chispa, todo lo demás es ficción. Supe después que esos dos hombres siguen juntos. Pero eso es lo de menos.
La ficción que escribí resultó más creíble, más coherente, que la realidad. Una historia llena de tropiezos, malentendidos, desencuentros. Pero también mucha hambre de estar juntos. La Expo, con sus seis meses de duración, funciona en la historia como esa bomba que se pone debajo de la mesa de la negociación en algunas películas. Ese límite de tiempo que agobia tanto a los dos y que crea una intriga que nos mantiene alerta como lectores.
– ¿No le hubiera sido más fácil que los personajes fueran mujeres?
– No suelo escoger historias fáciles, soy un desastre, siempre me complico la vida. Esta novela conecta con esa sensación de que la soledad te hace débil y ser querido por otro te fortalece. Aunque el tema es muy tangencial en la novela también me hizo recordar a la época más dura del sida. Por otra parte, la historia coincide con esa permanente preocupación que tengo con la gente que sufre por los prejuicios de los demás. Hay una parte de los españoles que todavía se resiste a normalizar formas distintas de relacionarse y a admitir otros modelos de familias. Seguimos teniendo esos miedos atávicos a lo diferente. No soy ni gay ni china pero me parece que hoy, en España, el tema gay ya no debería ser un tema.
Esta historia de amor es también un relato de desencuentros permanentes. Son malentendidos que se dan normalmente en las parejas pero que aquí se acentúan por la diferencia cultural. Cuando la relación empieza apenas se entienden, ni pueden dar nada por sobrentendido. Y en cada momento son conscientes de que, de repente, todo puede irse al garete. Nada más les une la soledad y sus cuerpos. Pero esta también es una historia de poder. Y de cómo su relación los hace cambiar radicalmente durante la historia. Quieren ser diferentes para poder convivir. Y, de alguna manera, se pasan de rosca.
– ¿Podría hablarnos de las dificultades que tuvo a la hora de que aceptaran la novela? Tengo entendido que querían que lo cambiara por una pareja heterosexual.
– “A los heteros no les interesan nada las novelas gay”, me dijo un editor. Y otro: “Lo gay no vende”. Pero es que no todo el mundo escribe para vender. Lo que quiero, lo que me mueve a escribir son pulsiones infinitamente más complejas y ambiciosas. Me interesan las historias que me plantean preguntas. Por ejemplo, en este caso, la historia me ha hecho pensar el misterio que es poder vivir con otro. En por qué estamos por aquí y por qué necesitamos tanto a los demás. Si luego puedo publicar lo que hago, si encima se vende, mejor que mejor. Pero no es eso lo que me conmueve, lo que me excita. Tampoco estoy segura de que esos editores tuvieran razón. Y aquí tengo que dar las gracias al Jurado del Premio Málaga, al Ayuntamiento y a la Fundación José Manuel Lara por apostar por El novio chino. Por premiarla y por publicarla.
– Sigamos con los malentendidos. He visto en algunas librerías la obra en la sección de novela romántica, versión anglosajona de nuestra novela rosa...
– Así es. Son temas del mundo editorial que confunden a los lectores. Mis anteriores novelas, y ésta mucho más, surgen de la ambición literaria. Ponerle otro adjetivo, es reducirla, domesticarla. No, El novio chino no es para nada la típica novela romántica. Tiene su Sturm und Drang… pero a lo bestia. Muy poco que ver con la, por otra parte muy meritoria, Corín Tellado.
– Bruno, es el ejecutivo español, y John, el campesino chino que huye a Shanghai en busca de una vida mejor. Supongo que dar sentido a tal contraste habrá sido para usted un aliciente por su dificultad...
– Exactamente. El autor nunca sabe del todo lo que ha escrito, ni sí la intriga funciona, o si ha conseguido crear un mundo autónomo y dinámico. Son los lectores, cuando se apropian de la historia, los que te dan la respuesta. La gracia de El novio chino era precisamente la dificultad. Que dos personas con lenguas, ideas, culturas y comportamientos tan radicalmente distintos puedan convivir es un milagro. Hacerlo verosímil era todo un reto.
– Esa relación homosexual, llena de contrastes, ¿no podría ser la metáfora deseable de la unión de Oriente y Occidente?
– Empecé la historia con la secreta intención de que sus papeles se intercambiaran. Y quería que cada uno de ellos ocupara, casi simétricamente, las mismas páginas en la historia. Pero es cierto que cuando creas un personaje sucede eso que decía E.M. Forster en sus famosas conferencias en el Trinity College. Los personajes, decía, son masas de palabras que acuden cuando se les evoca. Pero a la vez son espíritus rebeldes, que se escapan, se van de las manos. Al ser creaciones dentro de una creación, a veces no guardan armonía con respecto esta. De hecho, a medida que la novela crecía las metáforas empezaban también a vivir. Era eso que tan bien has detectado de la unión entre dos mundos. Pero también muchas cosas más. Mis personajes llevan encima esa mugre del sufrimiento pasado. Sus mentiras y sus traiciones. Esas contradicciones que tenemos los humanos y que estalla en tantas parejas.
– La novela es, en realidad un canto a Shanghái. Usted estuvo en el Pabellón de España en la Expo en 2010...
" Shangái es sofisticada, bellísima y mugrienta y canalla a la vez. Casi todos los días la echo de menos" |
– El Gobierno me nombró Comisaria de España ante la Expo de Shanghái. Una gran responsabilidad. Seis meses trabajando sin tregua con un equipo espléndido que recibió a más de siete millones de visitantes. Jefes de estado, reyes, artistas famosos, grandes empresarios. Pero, sobre todo, millones de chinos venidos de muy lejos, igual que John. Cuando llegué había leído mucho sobre China y estaba preparada. Pero Shanghái me trastornó… la ciudad del pecado, nacida sobre el barro pantanoso el río Huangpú. Sofisticada, bellísima y mugrienta y canalla a la vez. Casi todos los días, y han pasado siete años, la echo de menos. Tomé algunas notas, pero lo que vivía era tan intenso que hasta que no sedimentó no empezó a nacer la novela. Fue unos meses después y ya en Madrid.
– Muchos creen que aquella llamada nueva narrativa de los 80 era la versión socialdemócrata de la época, un poco como representó Günter Grass a la Alemania de la época. ¿Cómo ve el panorama actual de la literatura en España en las nuevas generaciones?
– Mientras parece que las pantallas han tomado el lugar del papel, las historias siguen floreciendo por doquier y en España la enseñanza obligatoria y gratuita que trajo la democracia amplió mucho el número de personas que quieren y creen que pueden ser escritores. Son deseos positivos, muy interesantes. Lo que me asombra es que haya tanta gente que crea que, sin apenas leer, sin ninguna preparación, se puede escribir una novela. Como si uno pudiera hacer un rascacielos con unos pocos kilos de cemento y hormigón. Cada escritor tiene unos deseos, unas ambiciones. Y no todos tienen por qué pasar a la historia. Pero, como decía Carver, el esmero debería ser la única convicción moral del escritor.
En cuanto a las nuevas generaciones de novelistas, hay gente muy brillante a la que admiro. Tengo la impresión que uno de los peligros que nos acecha a todos es la prisa. Leo novelas que son ideas espléndidas pero que a partir de la mitad se desinflan o se aceleran demasiado. Siempre recuerdo lo que decía Italo Calvino de los clásicos. Esa necesaria lentitud y concentración para que las obras que escribimos sean capaces de perdurar. Para mí una de las grandes enseñanzas de El novio chino ha sido lo bien que le ha venido el tiempo que dediqué a la corrección y a la reflexión. A veces la masa tarda en cuajar. Ahora me asombra lo que era la primera vez que creí haberla terminado, y en lo que se ha convertido. Uno nunca está del todo satisfecho con lo que hace. Pero cuando más nos esforzamos por lo menos nos queda “La gloria del intento”, como decía Don Quijote.
Pues como no echemos un acial a los obispos y similares