Un día, hace tiempo, Gonzalo Goytisolo descubrió en una conversación con su primo, Miguel Gil --asesinado en aquella emboscada en Sierra Leona--, que de cerca las cosas son distintas a vistas de lejos. Que los mercenarios podían ser más románticos y desinteresados que las oenegés que tan bien se venden. Y se quedó tranquilo sabiéndose ya mercenario de la pintura. De eso viene a tratar su exposición, Personas pintadas: 80 pinturas y dibujos de caras más o menos conocidas, de la literatura, la política, el mundo financiero y de la burguesía barcelonesa.
Esta exposición de pintura --que anuncia, para perplejidad de muchos, el retrato de una pequeña fox terrier, Greta-- tiene algo de primeros años de la bohemia artística por el deseo del pintor de quedarse en un rincón de la sala Espai Volart, de Barcelona, trabajando y a la vez dispuesto a atender a los visitantes, que contemplan los retratos y se deciden a intercambiar impresiones con él. Todo ello, de manera muy natural, sin poses ni artificios. Como de otro tiempo.
Gonzalo Goytisolo no oculta su procedimiento para pintar retratos asombrosamente realistas porque, como dice en el catálogo: “La verdadera naturaleza de la magia es que siga funcionando aunque conozcas el procedimiento con que se ha realizado” y aclara que él no cree en la magia. Paradojas de la vida, muchos de sus retratos --además de otras pinturas menos “mercenarias”-- están tocados por la magia de su percepción penetrante: el muy conocido de Carmen Balcells o el del abogado José María Coronas, por ejemplo.
¿Quién quiere hacerse un retrato pudiendo hacerse mil selfies? “Es como empeñarse en subir las escaleras cuando todo el mundo toma el ascensor”, dice. Pues, precisamente. Hay quien no quiere hacer lo que todo el mundo hace y toma otra vía.
El concepto de lujo, más que los euros que pueda costar un retrato, es que un retrato no es necesario. Y que, en un mundo de inmediatez y gratificación instantánea, un retrato se hace esperar y desear “lo que me lleva a pensar con cierto pasmo que si esto es así, mis retratos deben de ser francamente lujosos, habida cuenta de lo mucho que suelo tardar en completarlos”, bromea.
Y esto es así por la meticulosidad con que acomete sus obras, que se deja notar en la meticulosidad con que hace sus catálogos. En éste, GG discurre con gran sentido del humor por su propia senda vital, sacudiéndose toda compostura, en un ejercicio de audaz striptease. Y de nuevo, paradójicamente, dejando traslucir la seriedad y la pasión que le lleva a empeñarse en este santo oficio.
GG ha hecho los retratos de su tío Juan Goytisolo y de Juan Marsé, para la galería de los Premios Cervantes, que, junto con el mencionado de Carmen Balcells, abren la exposición donde también cuelgan los de Pere Gimferrer, brillante; Miguel Gil, entrañable; Mario Vargas Llosa, José Luis Núñez, José Montilla, Joan Rosell...
Si no se puede acudir a la exposición, que se cierra ya este domingo, bien merece la pena hacerse con un catálogo, no tanto para admirar las reproducciones --que también-- como para leer las reflexiones del pintor, magníficamente escritas, por las que con toda naturalidad pululan Nicolás Maquiavelo, Albert Camus, Oscar Wilde, Frankestein, Antonio López... en un baile de vampiros a menudo desternillante y muy aleccionador.
Valga, como muestra, el botón de la despedida: “Estimado lector, estimada lectora, tal y como decían dos seres de orejas puntiagudas que no aparecen en El Señor de los anillos, eso es todo, amigos, larga vida y prosperidad”.
Y no digamos sus cielos…