En 1988 Steve Reich estrenó Different Trains, una composición para cuarteto de cuerda y una cinta con sonidos de trenes y voces grabadas que dos años después ganó el Grammy a la mejor composición de música contemporánea en la interpretación del Kronos Quartet. Ahora, en la Fundación BBVA (en el Paseo del Prado de Madrid), Beatriz Caravaggio le ha añadido a la obra de Reich una dimensión cinematográfica: las imágenes de trenes y campos de exterminio a los que se alude en la partitura. Reich siempre ha sido muy crítico con los acompañamientos visuales de esta composición, pero ha saludado la visión de Caravaggio como una agradable excepción a la regla, logrando, en sus propias palabras, "una obra reflexiva y emocionante".
Different Trains nació de los recuerdos de los largos viajes en tren, de Nueva York a Los Ángeles, que el compositor tuvo que realizar cuando era un niño tras el divorcio de sus padres. Al sonido de las locomotoras y a las células rítmicas de las cuerdas se suman de vez en cuando las voces de la institutriz que lo acompañaba en el viaje y de uno de los revisores, pequeñas frases que se iluminan en la pantalla y que el violonchelo, la viola y los violines imitan con sutileza. El primer movimiento (‘América - Antes de la guerra’) evoca el recorrido, la monotonía y el tráfago del peregrinaje en tren, mientras que en el segundo (‘Europa - Durante la guerra’) Reich introduce las voces de tres supervivientes del Holocausto que recuerdan la terrible experiencia de viajar encajonados como animales en los trenes que iban a los campos de exterminio. El tercer y último movimiento (‘América - Después de la guerra’) superpone las cinco voces y los pitidos de las locomotoras con el cuarteto de cuerdas en un diálogo imposible.
El resultado es escalofriante: del discurso troceado, de entre el torbellino de las melodías, surge la peor pesadilla del pasado siglo. La técnica minimalista, las secuencias en bucle y los efectos de fase característicos de su estilo murmuran, susurran, cuchichean, girando obsesivamente en torno a una duda innombrable. Reich observa su infancia y se pregunta, después de indagar en sus orígenes judíos, qué le habría pasado de haber nacido en Europa en lugar de en los Estados Unidos, cuán diferentes habrían sido sus viajes en esos trenes en los que miles y miles de seres humanos eran trasladados como reses al matadero. Bajo el embrujo del cuarteto, los confortables vagones americanos se convierten en máquinas del genocidio desde dentro de los cuales todavía se oye el testimonio de las víctimas:
Y entonces pasamos por aquellos lugares de nombres extraños.
Nombres polacos.
Muchos vagones de ganado allí.
Estaban cargados con gente.
Nos afeitaron.
Nos tatuaron un número en el brazo.
Las llamas subiendo hacia el cielo.
Había humo.
La obra de Reich, por sí sola, es avasalladora, un monumento al horror y a la locura de la guerra del rango de la ‘Octava Sinfonía’ de Shostakovich, la Tercera de Martinu, el ‘Réquiem de guerra’ de Britten o el ‘Cuarteto para el fin de los tiempos’ de Messiaen. El alucinante montaje de Caravaggio, con su contrapunto de tres pantallas, la transforma en una experiencia casi intolerable. Vayan a verlo, es gratis, lo que en este caso quiere decir que no tiene precio. En el movimiento final, cuando se juntan las voces de uno y otro lado del océano, es prácticamente imposible retener las lágrimas:
Había una chica que tenía una bonita voz.
Y les encantaba oírla cantar, a los alemanes.
Y cuando terminó de cantar, dijeron: Más, más. Y aplaudieron.
Мария Григорьева (YouTube)