Este año hace 50 años que María Moliner publicó el Diccionario de Uso del Español, una obra magna de la que la editorial Gredos reedita una versión actualizada con 5.500 entradas más que completan un total de 92.700: uno de los mayores repertorios de la lexicografía del español, que incorpora nuevas voces del habla de Hispanoamérica.
Esa es la idea que tenía en mente su autora, ya que se trata de un diccionario práctico que invita a saltar de un concepto a otro relacionado: rico, vivo y potente. La gente de mi generación se acordará de cómo nos apresuramos a comprar esos dos tomos, a pesar de que el precio apuraba nuestros esmirriados bolsillos de estudiantes, porque se agotaba rápidamente. La propia autora pensó que sería muy útil a periodistas, escritores y otra gente de mal vivir.
María Moliner fue propuesta en 1972 para ser la primera intelectual española en ocupar un sillón de la RAE, sin lograrlo. Quiso cambiar España a través de la educación y la cultura, ese largo y tortuoso camino que distingue a los fuera de serie de los que van en plan palo y tentetieso, como ha sido tradición histórica en España.
Pero ahora vienen las celebraciones: el primero de marzo se proyectó en los actos que ha organizado la Biblioteca Nacional de España (BNE) un fragmento de la ópera sobre María Moliner con libreto de Lucía Vilanova y partitura de Antoni Parera Fons, que se estrenó en abril de 2016, en el Teatro de la Zarzuela.
También se ha visto el documental María Moliner. Tendiendo palabras, de Vicky Calavia, que ha sido proyectado, el pasado día 2, en el festival de mujeres creadoras, Ellas Crean, en el Conde Duque, de Madrid.
La directora de la BNE, Ana Santos, así como Carme Riera, académica de la RAE y autora del prólogo de la cuarta edición del Diccionario, han participado en los actos, entre otras personas, junto a las que figura también Inmaculada de la Fuente, autora de una intensa biografía de la lexicógrafa, El exilio interior (Turner, 2011).
Con ésta última ha hablado cuartopoder.es.
– Dice usted que María Moliner es la niña de sus ojos, ¿la conoció personalmente?
–No la conocí. Pero al escribir su biografía, cambió radicalmente mi idea sobre ella. La que nos habían transmitido es que era una bibliotecaria que ocupaba las tardes redactando fichas y que así como quien no quiere la cosa había hecho un Diccionario. Y fue mucho más. Se puso a hacer un Diccionario para extranjeros o estudiantes de español que quisieran utilizarlo bien, un diccionario práctico que pensaba hacer primero en seis meses y luego en dos años. Pero se metió tanto en la investigación que, partiendo de los diversos diccionarios de la RAE, que tenía de consulta, más el Corominas y el Casares, realizó definiciones de nueva planta, incorporó palabras de uso, distinguió entre usuales e inusuales, creó toda una jerarquización de palabras afines y desarrolló conceptos gramaticales propios sobre el verbo, el sustantivo, etcétera. Al final, empleó 15 años de su vida. Que era incansable y trabajadora es innegable, pero también perfeccionista, exigente, metódica y muy segura de lo que hacía.
– ¿En qué medida pudo ser decisivo que estudiara en la Institución Libre de Enseñanza?
– Fue bastante determinante, porque aunque asistió a clase poco tiempo, sintonizó con sus ideas clave y tuvo profesores excepcionales: Américo Castro, Pedro Blanco y sobre todo, el mentor y tal vez en algún momento confidente Manuel Bartolomé Cossío. Su querido señor Cossío que tantas veces le alentó en sus proyectos. Cossío fue el impulsor de las Misiones Pedagógicas y Moliner hizo una gran labor en la difusión de la lectura en el área de Valencia y alrededores. Y también en Valencia formó parte del grupo de padres que creó la Escuela Cossío para que sus hijos se educaran de otro modo, al estilo de la Institución Libre de Enseñanza. Y esas redes culturales y sociales valencianas potenciaron su actividad como bibliotecaria, y una vez que fue expedientada, tras la guerra, le dejaron un poso de determinación, de desear hacer algo más, un Diccionario, por ejemplo.
– ¿Cómo se concibe que una sola persona, “solita en casa” como se ha recordado que dijo en una entrevista que le hicieron, se metiera en tamaña empresa?
– Porque pecó de optimista y, como comentaba, pensó hacer un Diccionario práctico, que se entendiera y no fuera normativo como el DRAE, y que eso sólo le llevaría dos años. Pero se fue enredando, dedicándole horas, pasando de las primeras fichas cortas a fichas más largas que se hacía ella y que introducía en la máquina para anotar todas las posibilidades y relaciones que podía tener cada entrada. Y llegó un momento que se vio comprometida y que antes de tirar la toalla tenía que terminarlo, y terminarlo bien. Además, cuando ya tenía muchas fichas en cajas de zapatos o en cajones de la casa se las enseñó a Dámaso Alonso, amigo de hacía años, y éste se quedó admirado y le propuso que se las editara Gredos, donde él dirigía la colección más importante. El contrato se firmó en 1955. Pero el proceso de edición fue arduo. Moliner empezó a necesitar ayuda, primero de la familia, hijos y sobrinos, y luego, dos colaboradoras por horas para manejar la información que ella había almacenado y cotejar y revisar fichas con entradas. Una monumental locura.
– La RAE no la admitió, ¿por qué? ¿Se sabe que esgrimieran alguna razón de peso?
– Rafael Lapesa, buen conocedor de la valía de María Moliner y del Diccionario, la propuso durante varios años pero en la RAE no tenían prisa en que entrara. Siempre habían algún tapado y cada académico importante tenía su preferido. En el 72 por fin Lapesa convence a Laín y a otros, y la convence a ella para que se presente. Pero había otros candidatos y además uno de ellos era Emilio Alarcos Llorach, muy admirado como lingüista, y se llevó el gato al agua. Moliner tenía dos pegas: era mujer y no especialista en filología (aunque sí tenía conocimientos, cosa que ellos desconocían, porque la tomaban por una bibliotecaria a secas) y, aunque la admiraran hasta cierto punto, no tenían prisa en compartir sus privilegios con una mujer ni veían justo y necesario que entrara. Es decir, si Alarcos hubiera sido mujer lo mismo tampoco había entrado ni hubiera concitados tantas alabanzas, y si Moliner fuera hombre, lo mismo habrían valorado más su obra, ya que era un miembro más de su sexo. Como no fue así, Alarcos fue elegido y ella, no.
– ¿De qué sirven estas celebraciones, en su opinión?
-María Moliner está recogiendo ahora el reconocimiento que no tuvo en vida, lamentablemente. No está de más homenajearla, por supuesto. Y es lógico que Gredos siga haciendo ediciones, y añadiendo vocablos, para que se mantenga vivo el Diccionario. Pero el más genuino fue el de 1966/1967. En esta cuarta edición han editado también una separata con la introducción que MM hizo para la primera edición y sus primitivas explicaciones gramaticales que se eliminaron de la segunda edición inexplicablemente para aligerarla. Me parece un acierto, porque la introducción de la autora es “Moliner cien por cien” y tiene que estar en su Diccionario.
Con un matiz, antes era el Castellano. Hace unos años, empezaron.. con el Español!!. La uniformidad no se puede implantar. Por que hay lenguas varias.. que estaban ya. Hablo del Euskera, porque fue en el monasterio de San ´Millan de la Cogolla donde se inició el Romance con el Latín. En el códice al margen los monjes lo ponían en su lengua.. El Euskera !!.