Fue Joyce quien dijo que Irlanda es una cerda que devora a sus crías, una sentencia que podrían suscribir muchos escritores irlandeses centrifugados a Inglaterra o al continente, empezando por el propio James Joyce, y siguiendo por Oscar Wilde, por George Bernard Shaw, por Samuel Beckett, por Iris Murdoch o por Edna O'Brien, entre otros muchos. A esa lista habría que añadir el nombre de John McGahern, quien sufrió el acoso de la todopoderosa Iglesia Católica tras la publicación de su segunda novela, The Dark (La oscuridad), en 1965, que abordaba el tema de la represión sexual. El arzobispo John Charles McQuaid no paró de pedir su cabeza hasta que logró que lo despidieran. Como tantos otros antes que él, McGahern fue forzado a emigrar, primero a Londres y luego a París, pero aprovechó la experiencia del exilio como andamiaje narrativo de su siguiente novela, The Leavetaking (La despedida), que cuenta la historia de un profesor que pierde su trabajo de profesor por casarse con una americana divorciada. McGahern también se había casado con una forastera, la dramaturga finlandesa Annikki Laaksi, y años más tarde recordó que alguien del sindicato le había comentado: "Si fuera sólo el dichoso libro, todavía podríamos hacer algo, pero al casarte con esa extranjera el tuyo se ha convertido en un caso imposible".
Entre todas las mujeres, publicada en 1990, fue su quinta novela y acaba de aparecer en España en un magnífico volumen a cargo de la editorial Meettok, un pequeño sello vasco donde se han publicado maravillas del rango de Grendel, de John Gardner, o Travesti, de John Hawkes. Ambos son libros que renuevan de arriba abajo nuestra visión de la literatura y de la vida, experimentos al límite que se leen de un tirón y que abandonan al lector en tierra de nadie. Apenas son conocidos en nuestro país, pero estoy seguro de que perdurarán más allá de las modas, los best-sellers de usar y tirar y tantos celebrados tochos revolucionarios más rancios que la mojama.
La novela de McGahern, prologada y traducida por Ángel Erro, está muy lejos de la metaliteratura, pero resulta inolvidable en su clasicismo, en su solidez de líneas, en la perfección de su trama y en el vigoroso diseño de sus personajes. El primer párrafo ya nos instala de lleno en el mundo rural irlandés con un fraseo implacable:
A medida que se iba apagando, Moran empezó a sentir miedo de sus hijas. Este hombre, una vez poderoso, poseía tal influencia en sus vidas que ellas jamás habían llegado a abandonar Great Meadow, a pesar de sus trabajos, de sus matrimonios e hijos y de las casas en que vivían en Dublín y en Londres. Ahora no podían dejarle irse.
Moran, un veterano del IRA que no quiere reclamar su pensión, es la figura central de un retablo rústico donde el drama familiar gira en torno a la huida del hijo mayor que se marchó a Londres, harto del ambiente asfixiante y patriarcal, y a las idas y venidas de las hijas que no saben cómo tratar con él. Su carácter, orgulloso y testarudo, recuerda el de ciertos personajes de John Ford, aunque aquí el tono de comedia bucólica desaparece engullido por sus silencios exasperantes y sus bisbiseos al rezar el rosario. El título, tomado de una frase del Avemaría, alude a la oposición entre hombres y mujeres simbolizada en los enfrentamientos entre el viejo republicano irlandés y sus jóvenes hijas, que vienen a representar la lucha entre la tradición y la modernidad, entre el pasado y el futuro de Irlanda. Un título que no desmerece en un catálogo que empieza a ser legendario.