El día 18 de febrero se abre al público en el Museo Thyssen de Madrid una exposición importante, rara y fundamental: nada menos que 90 obras de los grandes museos de Budapest se muestran en la capital española, porque en la ciudad húngara se está llevando a cabo un enorme proyecto, la construcción de un parque de los Museos, en el Liget, que se convierte en uno de los grandes proyectos museísticos de Europa. ¿Y las obras?, lo mejor es que los cuadros viajen a otros lugares, ya que es el modo idóneo de dar a conocer los fondos de esos museos, una propaganda casi gratis en espera de las grandes inauguraciones, una vez las obras estén concluidas. Es así que hay que entender esta magnífica muestra del Thyssen que inauguraron los reyes de España el día 17 junto al presidente de Hungría, János Áder, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, la baronesa Thyssen y la presidenta del Congreso Ana Pastor, una muestra que trae grandes obras del Museo de Bellas Artes de Budapest y de la Galería Nacional, que hasta ahora ha estado en el Palacio Real, en Buda, y que coincide con el 25 aniversario de la inauguración del Museo Thyssen.
Noventa obras maestras que no han costado nada al Thyssen y que se compromete a exponer en ese futuro parque de los Museos 50 cuadros de su fondo, noventa obras maestras que van desde Rubens, van Dyck, Gossaert, Tiépolo, Guardi, Canaletto, Ricci, Manet, Kokoschka, Cézanne, Monet, Gauguin, Pissarro... en fin, un elenco que vale de por sí todo un museo, pero lo que quiero destacar de esta muestra es la serie de ocho obras maestras de pintura española que se han traído, el Museo de Bellas Artes de Budapest posee 110, haciendo del mismo uno de los grandes museos de pintura española, y que tiene su origen en el legado de los Esterházy, que siempre están presentes en todos los avatares de la historia húngara. No en vano tenían a Franz Joseph Haydn a sueldo, haciéndole vestir de librea y que seguía a la familia a cada lugar que viajase.
Uno de los libros más divertidos de memorias que he leído fue Armonías celestiales, de Péter Esterházy, un escritor que conocí y admiré por su gran sentido del humor y que murió a los 66 años en julio del 2016. Péter Esterházy siempre miró a su familia con una gran distancia, no había otra manera de enfrentarse a los dueños de un país durante siglos –decía con mucho cachondeo que era conde–, y para ilustrarme sobre ellos me comentaba que cuando los soviéticos requisaron el patrimonio de los Esterházy después de la guerra, dejándolos para vivir en uno de los palacios, la abuela, que cultivaba patatas en los jardines debido a la hambruna que asolaba el país, colgaba todos los días por la mañana, como en los viejos tiempos, el menú que los habitantes del palacio comerían. El niño Peter, así, se educó en esa terrible y patética paradoja de habitar entre el lujo y la pobreza y comer todos los días patatas mientras en el menú su abuela anotaba día a día , patatas al vapor, patatas parmentier, puré de patatas... gente de ese carácter dominó la escena austrohúngara durante siglos. No es de extrañar la correspondencia con la otra tierra de los Habsburgo, España y el Imperio. Sólo que esas relaciones eran guerreras y poco tenían que ver con el arte.
Pero hete aquí que en 1818, el duque Nicolás Esterházy, que era un coleccionista de arte un tanto convulso, le compra al conde Edmund Bourke en Londres 22 obras de pintores españoles, que aumentó a 42 tras la muerte del conde, comprandóselas a la viuda. El nieto de Nicolás, Miklós, trasladó la colección de Viena a Budapest en 1865, y la vendió al gobierno húngaro en 1870 agobiado por las deudas y que el estado, con el tiempo, fue aumentado hasta completar las 110 piezas con que cuentan ahora.
Guillermo Solana, director del Thyssen, no contaba con incluir esta elección española, pero las autoridades húngaras insistieron en que sin ellas la muestra quedaría coja. ¿Qué obras son? El almuerzo, de Velázquez; La inmaculada concepción, de Zurbarán; La Virgen con el Niño repartiendo pan a los sacerdotes, de Murillo; Noli me tangere, de Alonso Cano; Ecce Homo, de Mateo Cerezo y Retrato de Manuela Camas y de las Heras, La aguadora y El afilador, de Francisco de Goya. No está nada mal.
La muestra, enorme, da una idea de la historia del arte europeo. De ahí que se haya dividido la exposición en siete secciones: el Renacimiento, donde expone algo inusual, una escultura de Leonardo da Vinci; el Barroco en Flandes, con Rubens, van Dyck; el Barroco en España, y ahí pongan a Velázquez, a Zurbarán, a Murillo... el siglo XVIII, y aquí entra Goya; la Modernidad y la Gran Guerra, con Pissarro y un apartado dedicado a la imagen de la mujer y los cambios que esta imagen ha sufrido a lo largo de los tiempos, aquí está Manet, aquí está Kokoschka.
Obras maestras de Budapest, que así se llama la muestra, estará con nosotros hasta el 28 de mayo, después de haber pasado por Milán y París, un tour europeo que se agradece aun en estos tiempos de viajes y turismo masivo. Una gran exposición.