La vida negociable ( Tusquets) es el título de la esperada última novela de Luis Landero después de El balcón en invierno. Novela de enorme carácter humorístico, trata de las conversaciones que Hugo, dueño de una peluquería, tiene con sus clientes, a quienes cuenta su vida. Una vida como otra cualquiera, pero que posee la cualidad de estar narrada por un moderno contador de historias, como es el peluquero de un barrio. La vida de Hugo, quién descubre de niño que su madre le ponía los cuernos al padre con un supuesto psicólogo, se sale de madre aprovechando esa situación y su vida, entonces se convierte en mapa de dislates. Sólo la intervención de un amigo hace que la vida de Hugo sea redimible. A partir de ahí Hugo negocia con su pasado, hace de su vida algo negociable...
Mantuvimos esta entrevista con su autor a raíz de la aparición de su novela. En ella Landero nos habla de aspectos de su obra anterior y traza posibles rastros esenciales de su trayectoria como escritor, a la vez que opina sobre lo que fue la nueva narrativa española y la situación actual de la cultura.
— Sus últimos libros, recuerdo El balcón en invierno, pero también Hoy Júpiter, Retrato de un hombre inmaduro, tratan de aspectos morales descritos con especial incidencia en el relato de matiz biográfico, confesional, de cariz íntimo... En cierta manera, siempre fue así...
— Nunca me planteo cuestiones morales cuando escribo una novela. Me limito a escribir una historia, y las ideas o el fondo moral que puedan derivarse de ella es algo que escapa a mi control. El balcón sí tiene un tono y una intención claramente biográfica y confesional. El Retrato puede tenerlo, pero quizá se deba a que está escrito en primera persona y a que el espacio, que tú conoces muy bien, es Chamberí, mi barrio, y acaso eso le dé un aire biográfico, pero es engañoso, porque el protagonista-narrador no tiene nada que ver conmigo. En cuanto a Hoy, Júpiter, hay un asunto personal de fondo que es muy fuerte en mí: mi padre, con el que ajusto cuentas de una vez por todas, o casi, pero de un modo muy distanciado, muy novelado. La vida negociable, en principio no es nada biográfica ni intimista, y digo en principio, porque uno nunca sabe hasta qué punto la escritura no estará alimentándose de los demonios más oscuros que hay dentro de cada uno.
— La vida negociable muestra predilección por la narración de corte picaresco, algo que nunca abandonó... siempre tuvo presente esa inmersión en los clásicos. Juegos de la edad tardía participaba de juegos cervantinos...
— Cuando alguien cuenta en primera persona las peripecias de su vida, y la novela no tiene ni quiere tener un tono intelectual, casi inevitablemente está emparentándose con la novela picaresca. En cuanto a la presencia de los clásicos, y especialmente de Cervantes, en mis escritos, creo que hay un malentendido que resulta ya muy difícil deshacer. En Juegos, yo no tuve en cuenta el Quijote para nada, pero ni remotamente. Cuando llevaba ya muy avanzada la novela, entonces sí, advertí que la historia que estaba contando tenía un eco cervantino, pero no le di la menor importancia. Fue luego cuando algunos críticos pusieron el acento en ese parentesco, de un modo yo creo que exagerado. En cualquier caso, nuestros clásicos son para mí una referencia continua, y no ya como escritor, sino sobre todo como lector.
— Hugo, ¿deja de ser adolescente cuando descubre el doble juego de su madre? Parecería que incidencias así dan vidas erráticas hasta que de alguna manera llega la reconciliación consigo mismo. Parecería una constante de sus últimos libros...
— Sí, podría decirse que en ese punto concluye su inocencia. Es un personaje amoral, y a veces inmoral, y muy hábil negociando con su conciencia, justificando su conducta. Es un pícaro moral, como lo somos un poco todos, o casi todos. Votamos a partidos corruptos, a sabiendas de lo que votamos. Para eso, previamente tenemos que negociar con nuestra conciencia. No somos en general héroes morales, intransigentes con el mal, como Edipo o Don Quijote. Y sí, la búsqueda de algún tipo de reconciliación consigo mismo, es algo que también aquí se repite. Pero, ¡es tan viejo ese intento de redención! Sorel, Raskolnikov, Lucien de Rubempré, Iván Ilich...
— El amor, parece decir usted, es la única fuerza capaz de redimir, ¿es esto así?, lo digo por la experiencia de Hugo.
— Al cabo de los años, uno descubre que lo más importante en el mundo es el amor, en el sentido bueno y amplio del término. Pero, claro, hay gente que sabe y puede vivir sin amor, y son felices, y también los hay que son adictos al mal, y en eso encuentran su felicidad. En La vida negociable, creo que casi todos los personajes buscan desesperadamente el amor. Pero también lo negocian, y eso nos pasa a casi todos. El roce hace el amor, se dice, y ahí estamos ya trapicheando, bajando el listón, equiparando el amor a la costumbre. Y es que lo que muchos llaman amor es solo costumbre. Si uno es intransigente con el amor, y busca la plenitud a cualquier precio, si tiene suerte lo encontrará a ratos, pero su vida en general será un noble y magnífico fracaso. Los boleros y los tangos dan cuenta de esto mejor que lo que nosotros podamos decir.
— Hugo Bayo, ya adulto, es peluquero y la novela es, en realidad, un flash back de su anterior existencia. ¿Por qué un peluquero? La frecuentación con todo tipo de personas, diría yo, podría ser la causa, lo que le hace sabio y experimentado.
— En efecto, los peluqueros son peculiares. Se pasan el día hablando y escuchando a todo tipo de personas. En parte, su oficio es escuchar y hablar. Conversar. A mí la fascinación por ellos me viene de niño. Mi padre me llevaba en el pueblo a la barbería, bien porque iba allí a hacer tertulia, o a que lo pelaran o me pelaran. Allí uno se informaba de las últimas noticias, se opinaba, se discutía, se contaban pequeñas historias… Y había todo tipo de gente, analfabetos e ilustrados. Desde entonces, a mí los peluqueros y las peluquerías me parecen muy novelescos.
"Los peluqueros son peculiares. En parte, su oficio es escuchar y hablar. A mí me parecen muy novelescos" |
— La novela está llena de humor, algo nada extraño en un espíritu cervantino como el suyo. ¿Qué le aporta el humor en su literatura?
— ¡Es tan difícil responder a esto! Por decir algo, el humor supone distancia y extrañamiento, lo cual te da una perspectiva siempre novedosa y plural para mirar el mundo. Subrayar irónicamente lo que se dice, se oye, se lee o se escribe, es un ejercicio intelectual de primer orden. Además, el humor ayuda a graduar la temperatura del relato, y a navegar bien entre esos arrecifes que son el patetismo y la cursilería.
— El estilo, el suyo, es cada día más sobrio. ¿Cabría hablar de ese estilo tardío con que Adorno calificó al último Beethoven, el de las Sonatas? Concisión para acercarse más a la verdad...
— Sí, sin duda. Quizá la palabra sea “esencialidad”. La juventud, y sus alardes, ya quedaron atrás.
— A tantos años vista, ¿cómo valora la importancia de lo que se llamó en su día, la nueva narrativa española?
— Sé que hubo cierto idilio entre los lectores y los escritores españoles, cosa insólita en este país. Pero, sobre su importancia, ni idea. Eso se sabrá dentro de 40 o 50 años, si es que entonces a alguien le interesan las novelas de los años 80 y 90. Todo dependerá también de lo que se escriba en las próximas dos o tres décadas. Me pregunto por qué los novelistas más o menos jóvenes no han conseguido en general la notoriedad y el prestigio de los que surgieron entonces. ¿Es que son peores? No, no creo. Lo que pasa es que ahora no se les presta mucha atención a los escritores. Ha cambiado el estatus, no la calidad.
— Los personajes de sus novelas están de continuo buscando un sentido a la vida, y desde luego no sólo Hugo. Siempre tuve la impresión de que usted intenta así domeñar impulsos más nihilistas...
— Sin duda. La vida es un completo absurdo, y no tiene sentido, salvo para los que negocian con los dioses. Pero, como hay que vivir, pues habrá que buscar algún simulacro que le dé un aura de trascendencia a la vida. El amor, el arte, el poder, el dinero... Pero está muy bien visto: algunos de mis personajes tendrían que haberse suicidado a mitad de la novela.
— ¿Podría darnos algunos apuntes sobre el momento cultural que estamos viviendo? Se lo digo, porque la mayoría de los escritores se muestran apocalípticos al respecto y no precisamente los de más edad.
— Hay tres visiones de la cosa cultural. Una, que estamos muy bien, que nunca se ha leído tanto como ahora, que el futuro es nuestro… Dos, que vamos a peor, pero que aún podemos remediarlo, etcétera, etcétera... Y tres, los apocalípticos. Los tres puntos de vista están sustentados por personas inteligentes, y los tres con buenos argumentos. Yo, según me pille el día, estoy con unos o con otros. Pero la conclusión es evidente: no tenemos ni puta idea de lo que está pasando y de lo que está por venir.