George R. R. Martin, el celebérrimo autor de Juego de tronos, lleva años pidiendo a sus fans que le dejen trabajar tranquilo. No es cosa fácil, porque los fans de Martin son recalcitrantes y se creen con derecho a todo. Algunos cuestionan las diferencias entre la teleserie y las novelas con opiniones de lo más peregrino; otros le apuran para que se dé prisa y deje de hacer el vago, porque tienen ganas de leer cómo sigue la cosa; los más insidiosos hasta le cuestionan su forma de vida, le aconsejan que haga dieta, que se ponga en forma y se cuide, no vaya a morirse con la saga a medias. Martin, con razón, está bastante cabreado. Cuando en una entrevista se atrevieron a preguntarle si vivirá lo suficiente para terminar el proyecto, respondió: "Francamente, me resulta ofensiva esa pregunta, cuando se empieza a especular sobre mi muerte y mi salud, así que a la mierda". Y alzó el dedo corazón en un signo inequívoco. No iba dirigido a los fans, por supuesto, sino a aquel aprendiz de periodista.
En el 2009 --no sé si ya estaba en marcha la adaptación televisiva--, Martin ya se sentía acosado por las expectativas de sus admiradores. Se quejaba de que algunos lo querían amordazado delante del ordenador, encadenando palabras, de que no le permitieran divertirse a gusto mirando partidos de fútbol por la tele, dando conferencias, atendiendo a sus talleres o simplemente tomándose unas vacaciones. "No trabajo cuando estoy de viaje", dijo Martin, "no trabajo en los hoteles ni en los aviones: trabajo en casa". Al iniciarse la emisión de Juego de tronos en televisión, los fans y las molestias se elevaron a la enésima potencia y fue entonces cuando tomó la decisión de bloquear los comentarios en su blog. La historia certifica aquella frase de Borges: "El éxito es un malentendido y quizá el peor".
Como en todas las obras que obtienen un reconocimiento unánime e inmediato, no es fácil explicar las razones de ese éxito mundial, Sin embargo, al contrario que tantos best-sellers, es evidente que la literatura de Martin posee fuerza, brío, originalidad y una imaginación rutilante: todavía recuerdo la impresión que me causó la lectura de Los reyes de la arena, un célebre relato suyo incluido en multitud de antologías y que yo descubrí en la extraordinaria selección de cuentos de ciencia-ficción de Orson Scott Card publicada en España en la colección Nova. Allí su apellido brillaba al lado de Asimov, Clarke, Aldiss, Le Guin, Heinlein, Pohl, Niven, Sturgeon, Gibson y Bradbury, entre otros ilustres maestros. Por eso mismo su éxito es tan misterioso.
Juego de tronos no es ciencia-ficción en sentido estricto, sino que se engloba más bien en el género fantástico, y más concretamente en el subgénero de "espada y brujería", cuyo padre fundador es también uno de sus autores de referencia de Martin, el grande y desdichado Robert E. Howard. Howard, que pertenecía al círculo de Lovecraft, abandonó los horrores cósmicos y los cambió --al igual que su colega Clark Asthon Smith-- por una épica mitológica repleta hasta los topes de dragones, brujos, fieras amazonas y guerreros salvajes. Conan el bárbaro acabaría siendo el arquetipo de este tipo de narraciones donde campean a a sus anchas un humor fanfarrón y una espléndida violencia, aunque Howard también sería el progenitor de Solomon Kane, de Kull de Atlantis y de Bran Mak Morn. Por desgracia, apenas pudo avizorar el horizonte de su invento. Poco después de cumplir treinta años, al enterarse que su madre había entrado en coma, se pegó un tiro en la cabeza.
La única solución para este incordio en el que anda metido George R. R. Martin es volver la cabeza y no hacer ni puto caso. Escribir cuando llegue la hora de escribir y descansar cuando le dé la gana. Desoír olímpicamente las críticas, los consejos y los exabruptos. Arthur Conan Doyle tuvo que aguantar miles y miles de insultos de sus admiradores después de que decidiera arrojar a Sherlock Holmes por las cataratas de Reichenbach abrazado en una lucha a muerte contra Moriarty. Por suerte fue únicamente una ofensiva postal: en la época de twitter y de facebook, lo habrían asado vivo. Martin debe cuidarse sobre todo de no tropezar un día con su admiradora número uno, como le pasó al pobre James Caan en Misery.
juego de TRONOS» es solo una serie de tv,una magnifica serie de televisión,pero ni mas ni menos,a veces los fans de este tipo de series-confieso que a mi me gusta JUEGO DE TRONOS,pero no le enviaria ni un whatshap al señor Martin,bastante tiene con ser responsable de un fenomeno como la serie-pero en la vida hay otras cosas,curiosamente a los fans de esta serie o de STAR WARS O STAR TREK porejemplo,da la impresión de que las series y franquicias son el objeto de su vida y francamente comprendo que a los responsables de estas sagas a veces les resulten mas bien insoportables