Se apaga la voz de Zygmunt Bauman, el sociólogo pesimista

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Fotografía de marzo de 2016 del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman. / Toni Albir (Efe)

Se apagó la voz del pensador que trascendía la sociología con su afán de curiosidad filosófica en sentido estricto. El creador de conceptos que se ajustan como un guante a la definición de las sociedades contemporáneas en las que pululamos muchos millones de seres humanos. Sus libros, más de 50, sobre Modernidad y holocausto, La modernidad líquida, al que siguieron Amor líquido y Vida líquida, no se libraron de la polémica por su independencia de pensamiento, ajeno como ha sido a las corrientes dominantes y al masajeo auditivo de los influyentes.

Zygmunt Bauman o cómo crear una vida digna a través de decisiones éticas, podríamos decir: la dificil puesta en práctica de las bellas palabras sobre ética y honradez, la elección de la senda solitaria en la que se pasa mucho frío, pero a la vez solidaria, dispuesta a contribuir en hacer de este mundo un lugar más vivible. En su Polonia natal lo consideraban un traidor y lo recibían con tanta hostilidad que dejó de visitar su país y permaneció en Leeds, Inglaterra (donde ha muerto), en cuya universidad enseñó sociología durante décadas.

Ha sido un incansable denunciador de las mentiras públicas, los torcimientos políticos, la explotación oficial de los miedos de la gente –cada vez peor preparada para afrontar dificultades, enfermedades, muerte; cada vez soportando vidas más precarias–, con el fin de lograr votos y poder. Y, mencionando a su admirado Ulrich Beck, declaraba que todos somos ya interdependientes sin haber adoptado aún una conciencia cosmopolita, lo que nos convierte en seres muy vulnerables.

En su libro Ceguera moral, avisa de las consecuencias de un mundo cada vez más individualizado que va perdiendo todo sentido de comunidad, lo único capaz de salvarnos de la barbarie. Un panorama nada aleccionador –le llaman el sociólogo pesimista que va unido al comportamiento de los administradores de la cosa pública tratando a toda costa de mantener lo que no pueden aprovechar en su beneficio –la cultura principalmente– fuera de la conciencia pública.

Extraños llamando a la puerta (Paidós, 2016) ha sido su último libro, sobre el fenómeno de emigraciones masivas hacia el mundo rico. En la entrevista que concedió a La Vanguardia  aseguraba que las “sorpresas” del Brexit y de Donald Trump se explican perfectamente: “Ahora es cuando estamos pagando el precio por los treinta o cuarenta años de atracón, de juerga, otorgados por una serie de obsesiones demoniacas interconectadas, como vivir a crédito, la orgía consumista, la creciente brecha entre los ganadores y los derrotados, la nacionalización de las ganancias y la individualización de las pérdidas, el encogimiento de los rangos de los ganadores frente a la multiplicación de los perdedores y una globalización para los ricos que va aparejada con atar a los pobres al suelo”.

Bauman asegura que la gente no sólo considera corruptos a los políticos sino también incapaces. De ahí la ascensión de fenómenos como Trump. En cuanto a la incapacidad de los estados en el problema migratorio, para Bauman está claro que las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia, como es claramente ésta. De ahí que se trate de solucionar –sin éxito, por supuesto– en plan casero un problema que es global.

Su legado no puede ser más necesario y contemporáneo. El eco de sus denuncias ya resuena en mentes diversas que, a pesar de lo ilusorio de las redes sociales –muy criticadas por él– pululan por ellas para beneficio de quien tenga las orejas bien desabrochadas.

Imagen de archivo de José Luis García Rúa
Imagen de archivo de José Luis García Rúa, durante un acto de la CNT. / Wikipedia

También nos deja José Luis García Rúa

El nuevo año ha traído malas noticias para la cultura, como la muerte de John Berger, y, en el mismo día de Reyes, la de José Luis García Rúa, el muchacho anarquista que sobrevivió a su fusilamiento. Hijo de anarquista muerto en combate, en 1936. Para un ser humano tan poco vengativo, su forma de vengar la muerte de su padre ha sido tener un sentido profundo de la justicia –como él mismo ha contado–, su fidelidad de por vida a la causa de los menos favorecidos.

Tuvo la experiencia durísima del exilio español en la playa francesa de Agnères sur mer, con tantos otros españoles supuestamente protegidos por Francia. Fue un disciplinado estudiante en una Salamanca en la que se hizo amigo, entre otros, de Agustín García Calvo, así como de algunos escritores de la Generación del 50, como Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio. Y allí fue adjunto de Antonio Tovar. Su amigo, el psiquiatra Guillermo Rendueles, explicó en su memoria hace unos días,que le consta el respeto que Gustavo Bueno tenía al pensador anarquista.

Tras muchos intentos de militancias variadas este gijonés con aspecto de espadachín de Dumas acabó recalando en la CNT, a finales de los 60, de donde ya no se mudó a parte alguna, a pesar del culo de mal asiento que alojaba su bonhomía. Filósofo y profesor, fue expulsado de unas cuantas universidades, la de Oviedo, la Laboral de Córdoba,  la de Jaén, hasta que muerto Franco, cuya policía lo tildó de “hombre de dudosa conducta”, le dieron plaza en Granada. “Y allí me jubilaron con 65 años y 65.000 pesetas. Pero me hicieron profesor emérito y lo fui hasta 2003”, dejó dicho.

Sus últimos 6 años se vieron desbordados por la muerte de Gisela, su mujer, y Emilio García Wiedemann, su hijo, entre 2010  y 2012. La hora de los mortales la lleva cada quien escrita en alguna parte de su agenda virtual; real, como la vida misma. Allí andará José Luis, agitando conciencias y desbaratando órdenes establecidos.

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